jueves, 16 de agosto de 2012

Cine / La separación


La separación

“La separación” es todo lo contrario de lo que se suele pensar del cine iraní. Eso es.
Desde su estética a su contenido, el film da vuelta como a un guante al concepto que occidente tiene del cine de ese país y el modo unívoco en que se presenta a Irán al mundo.
La película no solo rompe los prejuicios cinematográficos, sino también preconceptos sociales y culturales. Muestra, con fuerza, una sociedad iraní opuesta a aquella que solemos recibir desde los noticieros globalizados. Pone a la vista un magma complejo que se compone de colisiones culturales entre la modernidad y las costumbres conservadoras, sumadas a asimetrías sociales que también separan.

La separación, el film de Farhadi, es una película urbana, dinámica. Con una historia sólida y creíble y un despliegue estético sorprendente. Prácticamente no tiene planos fijos,  fotográficos, encuadres estáticos similares a pinturas naturalistas,  como  “A través de los olivos” de Abbas Kiorostami , ni largos viajes por rutas filmados sin corte, por  interminables desiertos arenosos como el mismo Kiorostami se encargó de mostrar en “El sabor de las cerezas” por nombrar dos de las obras conocidas del cine iraní que llegaron a nuestra tierra; está muy lejos de cualquier idea de lentitud que exaspera a cualquier producción hollywoodense. Aquí desde el primer momento, desde la presentación de los títulos que se produce con el fotocopiado de  documentos, todo es acción. La cámara nerviosa sigue a los personajes y cada personaje tiene algo interesante para decir. La obra es ágil, inteligente, profunda y sólida, y lo anecdótico se excede a sí mismo para presentarse con un fondo general, social, existencial.

Ya  el tema en sí mismo es una advertencia. El título, es una llamada de atención. Se habla de una pareja que propone divorciarse. Un divorcio en Irán. Y entrando en la historia sabremos que es una mujer quien toma la decisión (no la mujer como esposa, sino una mujer como lo femenino), una mujer iraní.
Con guiños que quizá no sean tan menores, como la mujer fumando, o la conduciendo autos, el film muestra a una porción de mujeres decididas a ocupar un lugar distinto al que le consignaron históricamente en su sociedad y otras que aceptan las cosas tal fueron dadas y que viven siguiendo cumpliendo esos mandatos.

  La trama del film es simple: una pareja decide separarse. La mujer, Simin (Leila Hatami),  es quien moviliza el tema. Ella había conseguido una visa para irse del país y su marido rechaza la opción. La primera escena comienza con la explicación al juez. Al juez no se lo muestra. Nos habla a nosotros. El juez hace algunas preguntas y decide que el tema es una mera cuestión intima, menor para la justicia que no vale la pena detenerse en ello. La pareja se separa de hecho. La mujer se va del hogar. El marido  se queda en la casa con su hija adolescente, Termeh (Sarina Farhadi), y su padre enfermo que vive en el desvarío por un Alzheimer que lo aqueja. Nader (Peyman Moadi) busca a alguien a que cuide al padre en su ausencia. Alguien que lo ayude. Consigue una mujer, Razieh (Sareh Bayat una actriz de indescriptible belleza de mirada enigmática y rostro misterioso).  Allí comienza un conflicto. Aparece el peso de lo religioso y su oposición (mientras  Razieh en una discusión jura por Alá, Nader dice que ese Dios del que ella habla no es su Dios, y algo parecido pasa luego en el juzgado). El nudo de la trama pone de relieve el valor de la palabra, la verdad y la mentira, la culpa, las dudas, las necesidades económicas y los conceptos morales, las contradicciones y los principios éticos que todo esto encierra.
Con su película, Asghar Farhadi,  nos aleja de los preconceptos y nos presenta con altísima calidad estética, reflexiones profundas y muchas preguntas.

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