domingo, 23 de junio de 2013

Literatura / Cuento: Oropeles / Premio Narrativa

1° PREMIO NARRATIVA
XXXV EDICION CONCURSO INTERNACIONAL
“HERMANDO CONTINENTES”
Otorgado por el
INSTITUTO CULTURAL LATINOAMERICANO
JUNIN –PROVINCIA DE BUENOS AIRES - ARGENTINA





Oropeles
Nicolás Fratarelli
         
             Es un bar común. No tiene ninguna característica especial. No hay nada que lo destaque. No tiene ninguna particularidad, ninguna historia. Es el café al que suelo ir por las tardes, cuando el sol  comienza a dar sombras largas.
             El café se puede confundir con cualquier otro. Hay cientos de cafés como este en la ciudad. Apenas guarda una curiosidad: Tiene cortinas de tela que uno puede correr si le molesta el sol, y  hojas de vidrios que se abren para arriba y que cualquiera puede regularlas  cuando entra el viento o comienza a llover. 
             Su clientela es gente suelta. Estudiantes, profesores, empleados, algún que otro comerciante de la zona,  algún taxista.

“Tenía sólo 17 años cuando conmovió al mundo por primera vez. En los juegos de Beijing 2008 la joven somalí disputó la carrera de los 200 metros”

             El bar se encuentra en una esquina. La esquina tampoco tiene nada de particular salvo que enfrente hay dos bares más y en diagonal arreglan electrodomésticos en la vereda. Desde aquí se pueden ver heladeras, lavarropas, cocinas. Prismas blancos de distintas alturas. En este mismo momento se escuchan unos golpes y un par de voces con acento dominicano que convienen donde golpear. Pero, más allá de esto,  la esquina en sí misma es como cualquier otra esquina de Buenos Aires.
             El bar está en Monserrat, o en Constitución, no estoy seguro. Pero no importa, podría estar en Flores, Liniers o en cualquier otro barrio.
             Al bar lo atienden bien, su dueño es amable y solícito. Es un gallego que a veces escucha pasodobles. Lo elijo porque es un lugar tranquilo, el volumen de la televisión es casi imperceptible -muchas veces está directamente apagada, algo raro en estos tiempos-   y generalmente tiene libre alguna mesa pegada a la ventana. Desde allí puedo ojear la calle mientras miro el diario. Es mi templo zen, mi centro de meditación. 

“Llegó última a diez segundos de las ganadoras. El estadio entero la ovacionó”

             Como decía al principio el lugar es amigable pero no tiene historia. No es El Federal, ni La Poesía, ni el Británico, lejos está de ser La Paz y mucho más lejos aún de parecerse al Richmond o al Florida Garden. Salvo algún que otro músico virtuoso que suele venir esporádicamente, no es un bar que convoque artistas, ni políticos, ni intelectuales. Apenas es un bar cualquiera, es mi bar y como tal para mí resulta un bar notable.

………………………………………………………………………………………………………………………………

(La patera se hace llamar embarcación)

             Abre la puerta, camina como si evitara hacer ruido. Abre la valija y sin decir palabra, me muestra sus oropeles dorados. El negro, ese joven negro que se me acerca es alto, fornido, de nariz ancha y tiene una sonrisa africana. Este no hace como otros africanos que despliegan en la vereda una mesa con los trastos enganchados en un pañolenci color rojo, ni abre, cerca de la estación terminal,  un paraguas de tela que actúa de vidriera mostrador. El negro que entra, el negro africano, muy negro, con las palmas de las manos tan negras como el resto de su piel, lleva la misma mirada triste que el resto de los africanos que andan por la calle pero tiene una gran diferencia. Mientras a ninguno vi sonreír éste muestra sus dientes blancos y una sonrisa que, aunque la suelte  por razones comerciales,  resulta extraña por lo infrecuente.
             Este joven negro, no es la primera vez que entra al bar, por el contrario todas las tardes suele pasearse tratando de vender sus oropeles dorados. Esta tarde apareció como tantas otras tardes. Y como siempre, como si fuera la primera vez que se me acerca, abrió su valijita y me ofreció sus productos sin emitir palabra, con su sonrisa en  blanco y negro como único gesto.

 (El negro viene a ganarse unos pesos en estas tierras que descubro hostil para él)

             Todas las veces lo despido con un “gracias” y continúo con mi actividad trivial, por lo general descartable.  Pero ese día frío,  para mí no fue igual que otro.  Ese día le compré una de sus joyas, un reloj dorado, que nunca usaré ni regalaré.

 (Iba a decir una de sus baratijas, pero me doy cuenta a tiempo y corrijo la forma despectiva del  término) 

             Pero sépalo usted que está leyendo,  mi compra no fue un acto solidario, por el contrario  fue un hecho egoísta, otro más. Fue una acción qué sólo buscaba amortiguar  mejor el golpe recibido por la noticia que había terminado de leer en el diario de la tarde, ese de distribución gratuita.

…………………………………………………………………………………………………………………………………

             Todo estaba organizado. Todo listo. Un manojo de personas, veinte, treinta, dos millones, fue subiendo con ansias sobre un objeto inconsistente que flotaba en las aguas de un mar que no prometía certezas. Cada sueño levantaba las piernas y cruzaba esa barrera de madera que alguna vez fue árbol; cada esperanza, descalza, con sus pies mojados, bañaba el piso de la embarcación que se movía inevitablemente a medida que ingresaba otra y otra, y otra esperanza.
             Y así la patera se fue llenando, y  con su capacidad colmada  -digamos de personas, digamos de deseos, digamos de angustias-  partió de algún lugar de la costa de  Somalia con la idea  de llegar al Mediterráneo y hacer pié en el sur del sur de Italia.
             La patera sin despedirse se despegó de la orilla y con este primer movimiento  el deseo se hizo acción, y ese hatajo humano, inocente, inconsciente,  que comenzaba a posarse sobre el mar, sobre el mar que aterraba y a la vez inspiraba esperanza, sobre el mar que tenía una ruta tan estable como un hilo de coser, así  mismo, sin más,   ese cuenco preñado de almas en penas,  se lanzó a desafiar al mar, a un mar que no tenía nada de poesía, ni  de colores, a un mar que no tenía nada que perder, a un mar que se sabía fuerte, a un mar que esperaba paciente dar su a lucha cuerpo a cuerpo.
             Y  el agüita empezó a moverse, y con risa cínica dispuso bambolear la marcha de esa corteza. Y chocaron los címbalos. Y  de a poco se armó la escenografía: Y el sol comenzó a menguar: y el viento a ponerse firme; y el cielo fue tomando el color de la piel de los habitantes de la patera; y la lluvia fue dejando paso a la tormenta. Y las olas comenzaron a mover ese mortero como lo haría un sismo, para un lado y para otro, y los hombres y mujeres se tomaban fuerte de los bordes de la embarcación, y se aferraban al anhelo de que pase pronto la tempestad, y los que no llegaban a los bordes se tomaban de los brazos de sus acompañantes que quizá fueran compañeros, quizá compañía, quizá nada. Entonces algunos para vencer al miedo le rezaban en voz alta a su Dios, otros a sus muertos, otros a sus vivos. Pero hubo alguien que  eligió otro camino, el de la evasión, el de poner su mente en blanco, el de pensar en algo bueno en medio de un momento malo y dando la cara al viento, Samia, era  ella ese alguien, recordó el día que había sido capitana, el día que había llevado la bandera de su país para que todo el mundo la mire,  el día  que había sido el día  más feliz de su vida.

(Viento. Viento y lluvia)
(El bar no es gran cosa)
(No quiero llamar baratijas a los oropeles dorados para evitar malos entendidos)
(Viento. Viento y lluvia)

             Algunas barcas llegan. Esta no. Esta se dio vuelta. Se dio vuelta en el medio del mar. Esta no tuvo la suerte que tuvieron otras  de llegar a países donde lo trataran como a perros de la calle. Sus tripulantes no tuvieron la suerte de arribar a esas costas donde un grupo de gendarmes los juntaría en algún páramo de condiciones paupérrimas  para hacerlos regresar a su pobreza, y evitar así que infecten la virtud de los países prolijos, de esos que no tiran papeles en la calle y respetan al peatón en los cruces sin semáforos.
             Esta barca no llegó. No. No  tuvo esa fortuna. Sus integrantes no tuvieron la suerte de llegar a tierra firme para ser maltratados.  Su barca volcó. Se dio vuelta. Giró sobre sí misma, tiró montones de ilusiones al mar, armó una mancha negra en el agua, y el mar no se opuso a que sus fauces las devore.
              Algunas pateras llegan. Esta no, decía. El destino no quiso. Se opuso a  que llegara para que los carabineros arresten a sus tripulantes y  los aten y los sienten en el piso mientras esperan que arribe el barco de carga que los aloje de nuevo al lugar de  donde nunca debieron salir.  Estos negros, no tuvieron esa suerte. Estos ojos apenas si pudieron ver por última vez el cielo que como un techo se les cayó encima, apenas si  advirtieron resignados el momento en que  el mar implacable le daba vuelta su barca, apenas si sintieron el sabor del agua salada que le llenaba sus pulmones, apenas si razonaron de como el mar jugaba del lado de los vencedores, de los que siempre ganan las carreras olímpicas, de los que invariablemente suben al podio.

……………………………………………………………………………………………………………………………

             El café se me enfrió. (Le voy a pedir otro al mozo que ahora está escuchando una zarzuela).  El negro que tantas veces me ofreció sus oropeles y que esta vez tuvo éxito conmigo, antes de irse a otra mesa -con la transacción terminada- me hizo unos comentarios que jamás entendí. Su idioma, su voz gruesa y pastosa dejaron un mensaje al que no pude llegar. Lo creí una botella al mar.
             El negro será de Senegal, del Congo, de Costa de Marfil, de Sierra Leona, de Nigeria, no lo sé, lo dudo como dudo si el bar queda en Monserrat  o en Constitución. Imagino que habrá subido como polizón, y viajado escondido en algún rincón del barco, en alguna bodega, en la sala de máquinas cerca de las hélices. Lo imagino llegando otra vez con los pies mojados, yendo a la casa de  algún compatriota para que lo reciba y lo  instale en un hotel de mala muerte de los tantos que existen cerca de esta esquina.
             Al lado del reloj dorado que tiene destino de cajón de mesa de luz quedó el diario de la tarde, ese de distribución gratuita.  Volví a tomarlo, y esta vez, con cierto recelo, pavor y culpa releí la noticia.
             La ventana cerrada evitaba que se fuera el calor del lugar. Los últimos rayos de sol pasaban entre las cortinas de tela y golpeaban contra el dorado del reloj. El título de la noticia decía:

“EL PEOR FINAL DE UNA ATLETA”

             Y  su copete agregaba:

“Una somalí murió al intentar llegar a Italia clandestinamente”

             Al lado de la nota que se encontraba en página impar, en la sección “el mundo”;  a la izquierda de las veinte columnas que desplegaba la noticia, se destacaba la foto de la atleta. Su  imagen más conocida, la que le tomaron de medio cuerpo el día de la competencia. Allí Se la ve con mirada lejana y gesto resignado. Lleva una remera blanca y una vincha con el isotipo de Nike que parece ser parte de una ironía. Debajo un epígrafe:

“Samia emocionó al mundo en 2008, al llegar última en la carrera de los 200 metros”.

             La joven africana de la que habla la nota  es Samia Yusuf Omar.

“En estos días Omar vuelve a ser noticia pero por un hecho trágico: la joven atleta falleció ahogada mientras intentaba llegar a las costas italianas de manera clandestina en una pequeña embarcación.”

             El negro recién ahora cierra la valija y sale por la puerta a navegar por otros bares. Enfrente se siguen escuchando los golpes que los dominicanos le dan a los prismas de lata.
             El informe cierra recordando una declaración de Samia:

“Ha sido una experiencia bellísima haber portado en las olimpíadas la bandera mi país. Algo inolvidable”

El bar no es gran cosa.  No tiene gran historia.

(El sol bajó. El reloj ahora no brilla)

1 comentario:

  1. El sol bajó y el sol ahora radiante ilumina una historia tan real, como cotidiana que maravilla.
    La impronta, la sorpresa del igual.
    Se siente en la piel y en nuestro ser.
    El ser uno en la entrega, entre muchos que entre todos porque todos somos uno.
    Felicitaciones!!!

    ResponderEliminar