miércoles, 5 de junio de 2013

Literatura-Ensayo / Florencio Sánchez

Florencio Sánchez
El Nómada de Banfield
Nicolás Fratarelli
Publicado en el Banfileño.  Mayo 2013. Nº6. Año 1.
Ilustración Andrés Alvez



Mientras miraba por la ventanilla del tren, tosía. Cruzaba los Alpes. Retornaba a Italia. De Suiza lo habían echado amablemente. Lo habían rechazado de hoteles y hospitales. La Svizzera no quería tuberculosos. Que te curen en Milán uruguayito.
La ilusión de que las montañas alpinas lo aliviasen de su enfermedad duró poco.

Desde la ventanilla del tren miraba su pasado. ¿Qué se movía el tren o el paisaje? ¿Él o su historia? ¿Es que acaso el pasado es historia, o el relato de ese pasado la convierte en tal?

Florencio transitaba por las vías desde hacía treinta y cinco años. Transitó esas vías de la vida como pudo. Molestó a todos los que merecían ser molestados. Fue un tábano con un aguijón alerta.

Florencio Tosía. Tosía y  estaba solo, ya había despilfarrado 3000 francos en Niza como si nada, lo había hecho en un casino, lo había hecho como desahogo, como  fechoría más que como diversión. Todo el dinero que le habían pagado por una de sus obras había quedado lapidado. Y bueno la obra era Los Muertos. ¿Derroche? pero ¿qué es el dinero? sino apenas eso, tenerlo por unas horas en el bolsillo, apenas, por un rato. Algo tan efímero como la salud. Lo tuvo y lo gastó. Lo ganó vendiendo y malvendiendo sus obras. Todas sus obras. Porque todas  fueron malvendidas, porque por ninguna pagaron lo que realmente valía. 

En ese tren sentía lo mismo que aquel 13 de octubre de 1909, cuando bajaba en Génova del barco italiano “Príncipe di Udine”. Por esos días había dejado escrito: “…estoy desconsolado y con ganas de dejarme morir… me siento deprimido, triste, compungido, con ganas de llorar…”. Las cosas no habían cambiado demasiado en ese aspecto después de un año. Ahora iba en un tren que lo conducía a Milán, seguía llevando consigo, dentro de su equipaje escuálido, su angustia y sus pulmones tan dañados que apenas lo dejaban respirar.

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Florencio nació en 1875, en Montevideo. Fue uno de doce hermanos nacidos vivos. Tuvo como única formación regular haber asistido a la escuela primaria.
A los diecisiete años se radicó por primera vez en Buenos Aires. Desde ese momento no paró de girar. De  Montevideo a Rosario, de Rosario a Buenos Aires, de Buenos Aires a Montevideo  y así en círculos, ininterrumpidamente.

Las injusticias sociales lo llevaron a abrazar las ideas anarquistas, y a expandirlas. Sus textos tomaron como  referencia las lecturas de  Bakunin, Kropotkin, Reclus, Malatesta, luego vendrían otras: Zola, Ibsen, Strindberg.
Peleó siempre desde donde estuvo. Con su pluma y con su cuerpo. Las hormigas que llevaba en el corazón lo convertían en un espíritu inquieto.
Según palabras de Lisandro de la Torre  Florencio Sánchez era un “bohemio incapaz de someterse a ninguna disciplina”. Era cierto.

Para mil novecientos, con sólo veinticinco años, ya se había ganado un lugar destacado dentro del circuito  periodístico y en Buenos Aires comenzó a recorrer  los ambientes intelectuales y las oficinas de redacción de los principales diarios.
Luego inició su otro trabajo. Un trabajo imparable. Comenzó a crear su dramaturgia naturalista, realista, única, que lo llevaría a la fama: Gente Honesta, Canillita, M´hijo el Dotor, La Gringa, Barranca Abajo, En Familia… En solo cinco años (de 1903 al 1907) escribió más de quince obras que se transformaron en clásicos. En muy poco tiempo se convirtió en hito de la dramaturgia rioplatense.

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Tosía. Tosía y recordaba. Recordaba el día que fue a pedir la mano de Catita, de Catalina Raventos. Recordaba que una tía,  de quien luego sería su mujer,  le preguntó “¿Y usted con que cuenta joven?”. Sonreía por la pregunta pero aún más por su respuesta jactanciosa y soberbia: “con mi pluma señora, cuento con mi pluma”.  El pensamiento lo abstrajo. Amó con el alma a esa chica de buena familia. Él el anarquista, el bohemio, de quien había que tener cuidado por anticlerical, se casaba por iglesia con su gran amor y agradecía caer en los brazos de quien lo ayudaba a  “razonar juiciosamente”. En ese momento del viaje no tosió.  Le quedaban pocos días de vida. Lo sabía. Esos paisajes eran los últimos que vería. Morir en Milán, pensaba, morir tal lejos del Río de la Plata… 

El tren de los Alpes le recordaba a aquel  que iba de Constitución a Banfield. Acá cruzaba el Riachuelo que por aquel entonces no tenía olor. Acá cruzaba el Riachuelo el autor teatral más importante del Río de la Plata, uno de los más destacados de habla hispana. Acá cruzaba una gloria del teatro.

Sobre ese tren lejano, recordaba su época de esplendor, veía al público de pie aplaudiendo a uno de los más perfectos textos para teatro: Barranca Abajo.  Recorría sus puestas en el Teatro Apolo, veía decir sus textos a los grandes actores de la época.


Recorría con su mente, el momento en que se casó, cuando  fue a vivir con su mujer a Buenos Aires. Pasaba el dedo por el polvillo de los muebles de su casa de San Telmo.  Recordaba sus viajes, las orillas que lo contenían como si fuese siempre la misma, porque él fue un nómada de dos orillas, a las que siempre sintió como una, sólo una, siempre la  misma, sin distinción.

Desde Montevideo, en uno de sus tantos viajes Florencio le escribió a su amigo Luis Doello  para que le consiga  una casa en Banfield.  Su salud declinaba cada día un poco más y esto afectaba a su espíritu que pedía trozos de calma.

Para esa época  la zona sur era sinónimo de aire puro, como en Suiza, pero mejor, porque no echaba a nadie.  No por casualidad en Temperley se instalaba el anexo del Hospital Español para Valetudinarios y Crónicos (1904) no por casualidad el Asilo de alienadas (1908) -hoy Hospital Estévez-.

Releía de memoria la respuesta de su amigo, donde le informaba que le había encontrado la casa deseada.  Está “a tres cuadras al sur de la Iglesia; tres piezas, cocina, dependencias, una piecita alta, gallinero, huertecita, jardín al frente. Nada de tapias; alambre tejido y ligustrina”. La casa era la extinta Quinta Las Magnolias, en Medrano 440. Allí se instaló junto a su esposa, su hermano Alberto y su prima  Isabel.
Recordaba que con frecuencia sus amigos iban a visitarlos;  que usaban la pieza de huéspedes cuando “llevados por una conversación animosa” perdían el último tren para su regreso a la urbe.

Florencio amaba las aves. Tenía a Kivi, una calandria domesticada, a quien le hablaba y le enseñaba a entonar el Himno de los Trabajadores,  y una garza que lo seguía por las calles y arqueaba el cuello como un gato cuando Florencio le rascaba la nuca diciéndole “Juancito… Juancito…”.

Cuentan sus amigos que a Florencio le gustaba morder pétalos de flores en pleno trabajo. Cuentan de las rosas color té que crecían en el  jardín, cuentan que Catita las juntaba y que con ellas cubría todos los rincones de la casa, y vestía la mesa sencilla, de pino lavado, y disfrutaba de su aroma.
Cuentan que sobre su escritorio había frutas;  que hincaba las uñas sobre limones y disfrutaba con el perfume de su jugo.


Florencio vivió en Banfield. Podríamos decir que aquí vivió. Que fue aquí donde más vivió. Fue en Banfield donde le cortaba el codito de pan a su esposa, donde la sentaba en sus piernas, donde le decía Catita te amo. En otros lugares moró, residió, yiró, vagó, merodeó deambuló confraternizó discutió; desde otros lugares fue y vino, de Banfield también, pero aquí fue feliz.

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El tren lo dejó en Milán. Florencio se encontraba parado con  la valija en la mano decidiendo donde ir.  En la estación la marea humana lo esquivaba a paso rápido. Se había terminado el tiempo de los recuerdos. Tosía. A los pocos días lo internaron en el  hospital de caridad “Fate bene fratelli”. Allí murió. Demasiado joven. Fue un 7 de noviembre de 1910. Su legado continúa vivo.

Bibliografía Consultada

 Julio Imbert , Florencio Sanchez y una carta de Luis Doello Jurado. Buenos Aires. Ed.Pantomimas. 1953

Julio Imbert, Florencio Sanchez Vida y Creación. Buenos Aires. Ed. Paidós. 1954
Pedro Urquiza. Historia del Club Atlético Bánfield. Buenos Aires. Libro del Centenario del C.A.B.
Gabriela Braselli en Florencio Sánchez entre las dos orillas. Getea. Grupo de estudios de Teatro Argentino e Iberoamericano Osvaldo Pellettieri  y Roger Mirza editores. Buenos Aires, Ed. Galerna. 1998
Jorge Lafforgue, Florencio Sánchez. Buenos Aires, CEAL, 1967.
Luis Ordaz, Florencio Sánchez. Buenos Aires CEAL, 1971.
Ignacio Rosso, Anatomía de un genio: Florencio Sánchez. Montevideo, Casa del Estudiante, 1988.
Jorge Dubati, Florencio Sánchez y la introducción del drama moderno en el teatro rioplatense
Rita Gnutzmann Borris, Florencio Sanchez

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