miércoles, 30 de mayo de 2012

Relato / Rina

Rina




El tiempo, intransigente, intolerante, inexorable, entendió como eran las cosas, y decidió conferirle a  esa mujer de hierro, unos instantes más, sobre esta tierra que, impávida, gira alrededor de sí misma llueva o truene.
Así fue como ella, por un rato más pudo:
 
      Ver la espuma del mar llegando a esta orilla del mundo.
      Caminar con los pies descalzos por la arena empañada de despojos.
      Recordar su infancia alrededor de una mesa junto a sus hermanos.
       Cantar melodías como si lavara la ropa en aquel ruscello de agua limpia.
      Cruzar el Atlántico al revés
       Reencontrarse con la tierra de olivos en el sur de una Italia que se hizo otra.
      Disfrutar del brillo de los ojos de sus nietos.
      Acariciarles el pelo a sus hijas.
      Saborear el cariño que en otros tiempos pareció esquivo.
El tiempo, intransigente, intolerante, inexorable, le concedió en la partida varios últimos deseos, sólo no  le permitió, que ese día jugara al número que era fija, pero fija, que salía.