jueves, 19 de abril de 2012

Relato / Américo Lagomarsino

Américo
Nicolás Fratarelli

El domingo 15 de abril Américo cumplió 80 años. Américo además de Américo, es el Dr. Américo Lagomarsino.

Américo es uno de esas figuras casi anónimas para los grandes medios que nunca hablan “ni de ti ni de mí”, pero es mucho más importante que cualquier figurón mediático que ocupa cientos de minutos por los medios audiovisuales y litros de tinta escrita. 

Américo, es una de las mejores personas que conozco. Quizá dicho así no sirva de mucho, pero no es un caso individual, mío,  es que para muchos es una de las mejores personas que cada uno conoce.

Américo, además de ser un tipo inteligente, lúcido, de una gran cultura, de una  sabiduría prodigiosa en muchos temas que exceden los meramente médicos, es una persona de una gran sensibilidad social. Se le pueden destacar muchas virtudes, yo le rescato apenas una: su coherencia entre el decir y el hacer. La virtud más difícil que puede conseguir cualquier ser humano.

Desde joven eligió vivir en un barrio común de Lomas  de Zamora, Laprida, y tener un palo borracho en su jardín y una casa normal que no responde al imaginario de la casa de un médico con cincuenta años de trayectoria. Desde recibido se dedicó siempre a su vocación: pensar y ayudar a los demás. También se dedicó a la medicina.  Corrió siempre que lo llamaron, estuvo siempre que lo necesitaron,  miró a la persona enferma antes que el carné de la obra social. Curó, escuchó y aconsejó a sus pacientes con y sin plata. Nada de lo que sé de él me lo contó él. Todo lo hizo en silencio.

El domingo se festejó su cumpleaños en la plaza de su barrio. Fue una fiesta cultural y popular. Sus hijas y toda su familia encabezaron la organización del cumpleaños y todo se extendió de boca en boca evitando que se enterara el homenajeado.
Antes de la fiesta de su cumpleaños las mujeres de la Sociedad de Fomento de la zona barrieron la plaza y arreglaron todo para el festejo. El trabajo de la gente pública del barrio hizo que la municipalidad colaborase con escenarios, sonido infraestructura y le regale la participación de la orquesta de tango liderada por el maestro Lavallén, arreglador nada menos que de Pugliese.

Alrededor de las tres de la tarde, paulatinamente, los vecinos fueron llegando con tortas, que ocuparon una mesa gigante, vestida de  manteles blancos y guirnaldas en la falda. Globos, fotos familiares de épocas variadas y caramelos a modo de recordatorio de los que suele tener el doctor Lagomarsino  en su consultorio, decoraban el palco. A medida que se acercaba la hora de su arribo al lugar, el anfiteatro de la plaza se iba poblando y  las sillas que habían llegado en un camión municipal se encontraban todas en uso. Las mujeres grandes y chicas  se cubrían del sol con lo que tenían a mano. El Barrio de Américo, del doctor Lagomarsino, su barrio, todo Lomas, se había vestido de fiesta. Cuando llegó él sonaron campanas y bocinas y comenzaron los aplausos.  Más de quinientas personas lo estaban esperando. Fabián lo llevaba en su camioneta de colección decorada con una cruz verde, Facundo con sus rastas sacaba hermosas fotos para apropiarse  del momento y transformar las imágenes en memoria popular. No hizo falta que el locutor desde el estrado anunciara que Américo había arribado a la plaza. Todos los vecinos ya se habían acercado a expresarle su cariño, su respeto.

Luego de un masivo canto de feliz cumpleaños, Américo habló y dijo que no podía creer lo que estaba pasando, que su tarea no había sido tan destacada como para recibir semejante homenaje y que él apenas había cumplido con su deber, con su trabajo, con su forma de vida. Dijo, además, que lo que más rescataba del acontecimiento era el acto de amor que significaba, y que este, en si mismo,  hablaba bien de cada una de las personas que estaba en la plaza, porque podían dar sin más.

Más de quinientas personas lo saludaron. Entre la cantidad de regalos que recibió, había cartas, cartitas y carteles de agradecimientos escritos por mujeres, hombres y chicos; hubo canciones italianas -interpretadas por un hombre de 93 años que no desafinó ni una nota-  tangos  cantados tocados y bailados, actuaciones estelares y hasta una murga que hizo mover a todo el mundo con sus redobles. La fiesta popular estaba completa.

Pasaron los abrazos de historiadores, de bicicleteros, de otros médicos, de maestras, de monjas, de los hijos de Juan, de la hija de Cholo (sus grande amigos que seguro lo miraban desde el cielo) y hasta de algún que otro caco conocido  que se tomó licencia ese día porque el acontecimiento lo ameritaba. Así, a su manera, la gente le devolvió lo que alguna vez no pudo pagar y le agradeció lo que él había hecho por cada uno de ellos.

La reunión terminó con la plantación de un árbol en su honor. Fue una manera de decir que cada uno cosecha lo que planta.  Y Américo cosecha, no hay dudas de eso, porque plantó.