miércoles, 29 de febrero de 2012

Arquitectura / La Galería Güemes


Otro Cielo
Nicolás Fratarelli
Publicado en "Mirada y Crítica"
(Fragmento) 
 



En la Galería Güemes,  la sociedad selecta se encontraba sin cita previa, se cruzaba, se miraba y se dejaba ver. Simulaba y era una manera de mostrarse genuina. El edificio, mucho más que un pasaje comercial, era el espejo de esa imagen en movimiento, el reflejo de las vanidades individuales y colectivas, el retrato de una ciudad moderna en constante mutación. La piedra se proyectaba en los paseantes y estos bebían de su agua. Objeto y sujeto se reflejaban entre sí sin inhibiciones, se necesitaban, se construían. Se deban sentido. Ambos se sabían parte de la historia compartiéndose cotidianamente. Todo entraba en escena al mismo tiempo. El espacio del paseante se conformaba con el espacio del edificio. Los gestos, las posturas los movimientos, los rostros, los olores, los sonidos, los suspiros, los sonrojos, la vestimenta conformaban el espacio arquitectónico,  las luces, los apliques, la bóveda, las cúpulas, los ascensores, eran casi la bijou del paseante. Todo interactuaba y todo era parte de la gran vidriera abovedada que materializaba la metáfora social donde el espacio público y el espacio privado se fundían en una misma representación.

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La ciudad del centenario tenía en sus deseos ser una de las grandes capitales del mundo, para ello necesitaba de íconos urbanos que la representara. Las aspiraciones europeas de la elite de esta parte del mundo, requerían de lugares adecuados a sus apetitos de consumos refinados que les quite los sudores agrícolo-ganaderos y la convierta en ser urbano. Así, la calle Florida de a poco fue dejando de ser  lugar de residencia de la burguesía para convertirse en  vía comercial. Allí se instalaron grandes tiendas como Gath & Chaves y Harrod’s  y confiterías elegantes y la Galería Guemes encontró el sitio ideal para erigirse como un hito del progreso de toda la ciudad.

Un hacendado salteño, ex gobernador de su provincia, y luego senador nacional, David Ovejero, junto a los hermanos San Miguel -también acaudalados salteños-  y al  Banco Superville (que suma el terreno que da hacia la calle San Martín) fueron los impulsores económicos de la construcción de la Galería

Francisco Gianotti (1881-1967),  arquitecto italiano, autor de, entre numerosas obras, la Confitería el Molino, la residencia de Adolfo San Miguel en Buenos Aires y diversas obras en la provincia de Salta, fue el encargado del proyecto.

Gianotti, con la Galería Güemes, más que un edificio, se propuso hacer un signo cargado de sentido, un emblema que enorgulleciera a los habitantes de la metrópolis. Así implementa realizar la obra más alta de la ciudad, el primer rascacielos porteño.

Anchorena aprueba los planos sin ruborizarse, porque, aunque el proyecto no condecía con las legislaciones vigentes, sí respondía al imaginario simbólico de su generación, a la voluntad civilizatoria de su clase,  a la  idea de ciudad moderna.  Además, resulta por demás significativo, que el edificio se levantase sobre un terreno donde se encontraba una propiedad de 1830, vestigio de la antigua Buenos Aires y que  el presidente Victorino de la Plaza (también salteño) corra presuroso a inaugurarlo, como acto de devoción al progreso indefinido.

La obra comenzó en  1913, un año después de comenzada la Primera Guerra Mundial,  y se inauguró en 1915. Como paradoja del destino,  mientras en Europa se destruían edificios, de los rasos  y de los  emblemáticos, aquí se levantaba una ciudad entera  con obras que actuaban como monumentos urbanos y que, por lo general, copiaban los modelos del viejo continente.

El Edificio


Para el proyecto, Gianotti toma como modelo las galerías “Vittorio Emmanuele” , símbolo de Milán, “Humberto 1°” de la misma ciudad italiana  y las “Nacional” y “Subalpina” de Turín (ciudad donde se formó como arquitecto).  Lejos del plagio, estos modelos  y quizá algunos otros como el Pasaje Madler en Leipzig o el Príncipe de Bruselas, son tomados por  la admiración que Gianotti tenía por estos lugares, tanto desde el punto de vista formal como significativo.

Los accesos enmarcan un arco del triunfo de 116 m de largo que cruza toda la manzana y arma un contrapunto con las otras  grandes tiendas de la Florida peatonal y con las sedes bancarias sobre San Martín.

La galería era una máquina multifuncional, con un programa de necesidades complejo. Locales comerciales -en Planta baja-,  esparcimiento resumido en un teatro y un restaurante - en el subsuelo -,  pisos de vivienda - hacia Florida - y pisos de oficina - hacia San Martín -; restaurante-mirador - en el piso mas alto (14) - y como postre, una torre a la que se podía acceder para mirar el crecimiento de la ciudad  y la llegada de los barcos, que eran casi la misma cosa. El edificio si bien podría decirse que era autosuficiente, no pretendía ser una ciudad dentro de la ciudad, por el contrario, buscaba dialogar con ella, abrirse, mostrarse y mirarla desde su punto más alto.

(Fotografías N.F.)