martes, 25 de diciembre de 2012

Literatura / Julio Cortázar (Rayuela)


Rayuela
Capítulo 68
Julio Cortázar
 

Apenas él le amalaba el noema, a ella se le agolpaba el clémiso y caían en hidromurias, en salvajes ambonios, en sustalos exasperantes. Cada vez que él procuraba relamar las incopelusas, se enredaba en un grimado quejumbroso y tenía que envulsionarse de cara al nóvalo, sintiendo cómo poco a poco las arnillas se espejunaban, se iban apeltronando, reduplimiendo, hasta quedar tendido como el trimalciato de ergomanina al que se le han dejado caer unas fílulas de cariaconcia. Y sin embargo era apenas el principio, porque en un momento dado ella se tordulaba los hurgalios, consintiendo en que él aproximara suavemente su orfelunios. Apenas se entreplumaban, algo como un ulucordio los encrestoriaba, los extrayuxtaba y paramovía, de pronto era el clinón, las esterfurosa convulcante de las mátricas, la jadehollante embocapluvia del orgumio, los esproemios del merpasmo en una sobrehumítica agopausa. ¡Evohé! ¡Evohé! Volposados en la cresta del murelio, se sentía balparamar, perlinos y márulos. Temblaba el troc, se vencían las marioplumas, y todo se resolviraba en un profundo pínice, en niolamas de argutendidas gasas, en carinias casi crueles que los ordopenaban hasta el límite de las gunfias.

(Foto de Alberto Jonquiéres)

lunes, 17 de diciembre de 2012

Literatura / Constantino Cavafis

Constantino Cavafis
Alejandría 1863- 1933


ÍTACA
Cuando salgas en el viaje, hacia Ítaca
desea que el camino sea largo,
pleno de aventuras, pleno de conocimientos.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al irritado Poseidón no temas,
tales cosas en tu ruta nunca hallarás,
si elevado se mantiene tu pensamiento, si una selecta
emoción tu espíritu y tu cuerpo embarga.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,
y al feroz Poseidón no encontrarás,
si dentro de tu alma no los llevas,
si tu alma no los yergue delante de ti.
Desea que el camino sea largo.
Que sean muchas las mañanas estivales
en que con cuánta dicha, con cuánta alegría
entres a puertos nunca vistos:
detente en mercados fenicios,
y adquiere las bellas mercancías,
ámbares y ébanos, marfiles y corales,
y perfumes voluptuosos de toda clase,
cuanto más abundantes puedas perfumes voluptuosos;
anda a muchas ciudades Egipcias
a aprender y aprender de los sabios.
Siempre en tu pensamiento ten a Ítaca.
Llegar hasta allí es tu destino.
Pero no apures tu viaje en absoluto.
Mejor que muchos años dure:
y viejo ya ancles en la isla,
rico con cuanto ganaste en el camino,
sin esperar que riquezas te dé Ítaca.
Ítaca te dio el bello viaje.
Sin ella no hubieras salido al camino.
Otras cosas no tiene ya que darte.
Y si pobre la encuentras, Ítaca no te ha engañado.
Sabio así como llegaste a ser, con experiencia tanta,
ya habrás comprendido las Ítacas qué es lo que significan.


Imagen:
Ulises burlando a Polifemo
Joseph Turner. 1829.
Galería Nacional de Londres

lunes, 3 de diciembre de 2012

Arquitectura / Zaha Hadid

Zaha Hadid, Esa Mujer
Publicado en Morticia Año 1 N°2
 
Zaha Hadid (1950) es la arquitecta más prestigiosa de la actualidad. Las características de su  personalidad se confunden punto por punto, con su obra. Diva, centro del mundo, talentosa enérgica, polémica, temperamental. Su vida está llena de contrastes. Nació en Bagdad, mora el Londres y vive en un avión. Es musulmana, estudió en una escuela católica y recuerda con afecto a la madre superiora.
 
Ligada a la academia, es parte del mercado de la arquitectura objeto, a su vez observa con recelo las arquitecturas que tienen como fin la especulación inmobiliaria. En sus comienzos, por el carácter conceptual de sus trabajos, nadie creía que sus proyectos podían construirse, en el 2004 ganó el premio Pritzker, por su imaginación sin límites.
 
Con su arquitectura convierte lo onírico en realidad. Su obra es pura imaginación, mera libertad expresiva. Sus formas revolucionan el campo del diseño y sacan del letargo a todos los convencionalismos. Su meta es romper todos los cánones establecidos de la arquitectura. Esmerilar confines. Desde la idea, desde el  inicio, ya con su manera de graficar se aleja de los modos conocidos de representación arquitectónica y exige al interlocutor otra preparación para comprender sus creaciones.  
Su obra tiene un movimiento incesante e incierto.  Cada espacio encierra inquietud, cada línea acción. Hadid, de cabellos negros y ondulados, de ojos saltones e inquisidores, que cambió el velo por atuendos de Louis Vuitton, entremezcla sus ideas sociales conservadoras con sus ansias liberales y si bien acepta con naturalidad las frivolidades del mundo a la vez busca incomodar a los cómodos con sus propuestas de cambio. 
 
Su modo de diseñar plantea nuevas normas de racionalidad. Toma a la intuición como método de diseño y a la vez exige de la ingeniería más razón y nuevos métodos estructurales que se adapten a las necesidades de su arquitectura casi sin límites. En su imaginario no ingresan formas preestablecidas. No tiene un código, no tiene un evangelio que la guíe, se  establece en las antípodas del  movimiento moderno. Cada obra acabada en si misma, es distinta a las anteriores, se recrea permanente con disposiciones reversibles, versátiles, cambiantes. Oscila, vibra, sacude, descree de la arquitectura neutra. De sus complejidades volumétricas emerge arquitectura pura, libre de ataduras y a su vez contaminada de experiencias múltiples.
 
Hadid deja su rúbrica con su trazo. Funciona como una marca de automóviles que deja huellas, como una marca de perfumes que esparce aromas sugerentes en el camino. Ella misma se vende como un producto, se reinventa permanentemente como un producto de marketing y así se abre surcos hacia adonde está la plata, hacia adonde están los mercados (emergentes, como Dubai, Moscú, Pekín) ávidos de novedades y de firmas prestigiosas. 
  
Sin embargo la originalidad de su marca reside en el espíritu de su diseño no en sus formas mismas, porque si bien en sus primeras obras, como la estación de bomberos en Vitra o el estacionamiento y estación de tranvías en Estraburgo, manejaba algunos lineamientos formales que repetía con asiduidad: formas punzantes y agresivas, ángulos agudos y líneas que se extendían hasta el infinito; y en estos momentos se nota un despliegue donde presenta planos sinusoidales y la fluidez espacial, el cambio de vocabulario, e inclusive de sintaxis, es permanente de obra en obra y no se la puede tildar ni de desconstructivista, ni de nada, porque su arquitectura se escabulle inconforme de cualquier etiqueta. Y lo demuestra planteando soluciones extremadamente distintas a programas similares.
 
Foto1
Así es que, si por ejemplo, tomamos el programa de moda de la arquitectura de esta época, como son los centros culturales y museos, vemos que el diseño del Centro de Arte Contemporáneo Rosenthal en Cincinnati(Foto1) parte de una caja, inserta fuertemente en el tejido urbano y la desconstruye, juega con ella, la despieza, rompe su unidad, le cruza prismas creando un descalabro que roza con lo lúdico; en el proyecto del Museo de Arte contemporáneo en Cagliari (Foto2), no importa Cagliari, importa la costa marítima a la que un objeto extraño la posee amorosamente, donde su despliegue plástico encierra una gran puesta en escena, sus espacios interiores desfragmentados, contorsionados, sin líneas rectas, de compleja lectura, que solo deja lugar al asombro, funciona como una gran ameba informe que cae extraña y se pega al lugar, y en Vilna, Lituania, el proyecto del nuevo Museo Guggenhein (Foto 3) es un objeto extraordinariamente extraño, semejante a un artificio mecánico a punto de desplazarse, plantado en el medio de una gran explanada con algo de verde, que, con los brazos en jarra, piel plateada y sus líneas curvas, solo espera ser admirado reconstruyendo así el volumen unitario, que rompió en Cincinnati. 
 
Foto2
 
 
 Foto3
 
Hadid  desafiante, innovadora y original con sus cabellos negros y ondulados, con sus ojos saltones e inquisidores, su trazo firme y seguro nos pone siempre entre la espada y la pared y no permite lugar a la indiferencia. 

lunes, 26 de noviembre de 2012

Literatura / Policiales (La falta y otros cuentos)

Policiales
de “La falta y otros cuentos”

1
“… dos mil, tres mil, cuatro mil. Listo. A mano”.
El hombre ya había pagado sus cuentas.
No le gustaba quedarse con deudas. Era un hombre correcto.
Ni bien el sicario terminó de hacer su trabajo, le pagó el servicio de haber matado a su mujer.


2

En el “Gato Negro” un hombre tomaba café negro.
En su bolsillo, llevaba un fajo de billetes producto de un pago en negro.


En la mesa de la izquierda una mujer de zapatos negros le recordaba un pasado negro.
Al fondo un tipo de sombrero negro.
Desde la calle se acerca a la vidriera del bar un hombre vestido de negro.
Mira hacia adentro. Aguarda la mirada del hombre que toma el café negro. Cuando la obtiene le clava sus ojos negros.
El hombre que tomaba el café negro, acechado por el hombre de negro, sintió frío en la espalda.
Percibió un futuro negro.
Cuando el de negro que estaba afuera desapareció, el hombre que tomaba el café negro llamó al mozo de chaleco negro y pagó.
Dejó pasar unos minutos antes de salir.
Escuchaba el tic-tac de su reloj negro.
Ya en la vereda se cubrió con su sobretodo negro.
Miró a ambos lados.
Abrió su paraguas negro.
Huyó.
El cielo estaba negro.




3


Marzo. Siete de la tarde, estación Malabia. Calor. En el subte no cabe ni un alfiler. La incomodidad del viaje a hora pico está acompañada por dos sonidos: el del traqueteo de las ruedas contra las vías y el del murmullo sigiloso de los pasajeros.
En medio de este paisaje urbano de todos los días, una mujer.
Sesenta años, menuda, pelo blanco. Como puede, entre el apretujamiento, comienza a revolver su cartera. Busca algo. Parece que no lo encuentra. Sigue revolviendo cada vez con más vehemencia. Cuando confirma la falta grita “¡me robaron!,  ¡me robaron el teléfono y la billetera!” La gente que tiene a su alrededor la mira. Nadie dice nada. La mujer sigue gritando. Un hombre, vestido de negro, que estaba a su lado trata de tranquilizarla. “Cálmese señora”, le dice en voz baja. Saca su celular y le ordena “dígame su número”. Mientras la señora le dicta él marca.
Un teléfono suena.
(El aire comienza a hacerse denso)
El teléfono sigue sonando.
(La espesura del aire ya se puede cortar)


El murmullo del vagón se transforma en un silencio mudo.


En ese momento el subte llega a Dorrego.


Se abren las puertas.


viernes, 23 de noviembre de 2012

Ensayo / La ciudad y sus muros

Muros, murallas y lamentos
Nicolás Fratarelli
Publicado en Mirada y Crítica
 


Límite, marca, trazo.
Control, aduana, puerta, entrada y salida.
Muro, pasillos, foso y otra vez muro.
Miedo, defensa, ataque y torres que acompañan.
Vigilancia, seguridad e inseguridad.
Libertad, esperanza. Arrogancia del poder económico.
Icono, signo, letra, símbolo, huella de piedra.
Ur, Babilonia, Korsabad, Micenas.
Atenas, Priene,  Roma.
Burgos, Ávila, Trujillo, Cartagena.
Berlín.
Piedra sobre piedra, ladrillo sobre ladrillo, aparejos.
Barro moldeado, arcilla, hormigón armado, bloques prefabricados.
Alambre de púas.
Melilla.
Miradas lánguidas hacia el  vacío.

………………..
Murallas y Ciudades Estados

“Construir es colaborar con la tierra,
imprimir una marca humana en un paisaje
que se modificará así para siempre…”
 
Marguerite Yourcenar
Memorias de Adriano

Parte misma de la ciudad, eso fue la muralla. Línea materializada. Dios pantocrátor que indicaba con su mano quien quedaba adentro y quien afuera. Pulgar del Cesar. 

No fue arquitectura pero si piedra que hizo ciudad y componente central de la revolución urbana (1) que se produjo hace 5000 años en los valles del Tigres y del Eufrates.

Desde su origen la ciudad la atesoró en su neceser,  junto a los edificios públicos más significativos y al espacio social aglutinante (ágora, foro, plaza). Si la ciudad es un libro la muralla es palabra que arma frases siguiendo su propia gramática.

En ella la mano del hombre siempre estuvo presente y aunque un peñasco, un precipicio, agua circundante, dulce o salada, hayan funcionado como muralla la marca de la cultura se manifiesta en la geografía que se hace traza.

Las murallas delimitaron lugares, marcaron territorio,  unieron  y separaron.  Detrás de ellas se formaron comunidades, se agruparon contradicciones, se mezclaron intereses contrapuestos. Lo religioso y lo profano convivieron en el mismo espacio. Y  a pesar de las diferencias todo el colectivo se reconocía en una misma identidad. Con el tiempo se gestaron burguesías progresistas que conformaron ciudades-estados que  competían con otras ciudades-estados vecinas y formaban parte de una maraña entrecruzada, vital para el desarrollo de cada una de ellas.  Su grandeza simbolizaba la concentración del excedente social y revelaba la importancia de la ciudad que contenía.

Leyéndola  como mero límite, como cortina,  como sólido, la muralla amedrentaba al que venía de afuera, y en ese caso, era la pared lo más destacado,  pero viéndola como manos protectoras de la ciudades que albergaban libertad y esperanza (2) la puerta era mas importante que la piedra, y a pesar de estar custodiada por torretas, fosas y puentes levadizos se abría para permitir nuevas ilusiones.

 

Estados y Murallas convertidas en muro

“la muralla tenaz que en este momento y en todos,
proyecta sobre tierra que no veré, su sistema de  sombras,
es la sombra de un césar…” 

Jorge Luis Borges
La muralla y los libros

 
Nuestras ciudades ya no usan estas moles contundentes, dejaron de ser parte del vocabulario urbano contemporáneo. Las ciudades tienen hoy otros tipos de murallas para controlar su territorio. Avenidas, autopistas, vías férreas son solo algunos elementos evidentes de control urbano. También los hay ocultos, y no por tales menos imponentes. Las murallas sociales, políticas, culturales, económicas y tecnológicas, funcionan como vallas agresivamente sutiles en las ciudades modernas.
 
Hoy los estados-naciones convirtieron a la muralla en barrera, en  cinta que separa. La abrieron, la estiraron, y la desplegaron sobre las fronteras, siguiendo la línea  y el punto de la cartografía, para detener a una masa de desahuciados que llega de afuera en búsqueda de oportunidades. Así lo hicieron algunos países europeos que incorporaron a sus costas  tejidos de alambres de púas (obviamente fabricado bajo normas ISO), así lo hace Israel que se refugia detrás de 600 km de  muro para solucionar su conflicto con Palestina, y  así lo hace EEUU creando un interminable muro en la frontera con México.

En todos los casos, esta sólida valla expresa la fragilidad de sistemas injustos. Cada metro de muro denuncia el flojo pespunte de su bies y más que grandeza, demuestra el temor en el que viven sus habitantes. Para evitar  que el muro hable por si mismo, los poderes centrales despliegan un sinnúmero  de discursos, de pretextos, de argumentaciones legales que justifican su construcción. Equipados con radares, cámaras de videos y sensores, estas nuevas murallas chinas ya no buscan contener ataques de otros pueblos sino frenar desesperaciones, cebadas, permanentemente por los medios de comunicación que seducen con sus mensajes a favor de la  globalización y a la vez reclaman un estricto control de la inmigración.

Desaparecido el muro de Berlín, nuevas murallas se levantan hoy,  aunque ya no como barrera ideológica sino como profilaxis. Los trozos  del otrora “muro de la vergüenza” (3) se convirtieron en simples souvenires para viajeros y personas bien pensantes, pero quedaron muy lejos de servir como enseñanza.

A pesar de Francis Fukuyama, la historia se niega a llegar a su fin,  va y viene y parece repetirse permanentemente. Y nos muestra, todavía, como los seres humanos se protegen de otros seres humanos haciendo paredes, y como  la humanidad se sigue pareciendo a aquella,  previa de la revolución agrícola, cuando los hombres comenzaron a construir murallas para protegerse de otros hombres que  vivían dentro de otros  territorios también amurallados.

………………..

 
Veo estos muros desde el aire.
Acerco mi vista a uno de ellos.
Trato de distinguir el lado sano.
Busco el lado limpio.
No lo consigo.
Veo desnudo a dos hombres.
Me dicen que uno es un magistrado  y el otro un pobre diablo.
Cada uno está a un lado del estrado.
Trato de entender quién es quién
Me pregunto ¿De qué lado está uno y de que lado el otro? 
Parece que ambos están del lado del muro de los lamentos.
 

(1) Término acuñado por Vere Gordon Childe. (The Urban Revolution. Town Planning Review, vol.  21, 1950)

(2) “El derecho urbano no solo suprimió la servidumbre personal y territorial, además hizo desaparecer los privilegios señoriales” Las ciudades de la edad media. Henry Pirenne (Recordamos que en la Edad Media la legislación decía que quien lograba vivir un año y un día en una ciudad conseguía la libertad del señor feudal)

(3) Llamado «Muro de la Vergüenza» por occidente  y «barrera de protección antifascista» por el bloque oriental.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Ensayo / Joyce y Ciudad

16 de junio de 1904

La ciudad según Joyce
N.F
Publicado en Revista Contratiempo digital
 

 
  Hay preguntas que parecen imposibles de contestar con respuestas únicas e indivisibles. Una de ellas es tratar de responder ¿Qué es una ciudad?



     Quizá, una de los que mejores respuestas al tema la dio James Joyce con su obra Ulises, que nos enseña sobre la ciudad más que cualquier libro de urbanismo.
Joyce se posó sobre un tiempo y un espacio: un día en Dublín, y no tuvo apuro en contarlo. Necesitó cientos de páginas para explayarse. Explicó, con naturalidad, casi sin proponérselo, sin decirlo, sin ponerlo de manifiesto, qué es una ciudad. Respondió, de manera compleja a una pregunta en apariencia simple. Tuvo claro que las cosas que a primera vista parecen más llanas son las más difíciles de responder, y lo hizo con maestría a la vez que con desmesura, dejando sus vísceras en cada pensamiento, transformando en tinta cada idea.
Joyce hizo caminar a Leopold Bloom por su ciudad natal, lo llevó y lo trajo por todos lados un 16 de junio de 1904. En su recorrido, Joyce --Bloom-- nos mostró la ciudad sin nombrarla y nos la hizo conocer sin describirla.
Recorriendo Dublín, Bloom, nos reveló que la ciudad es mucho más “Casas, líneas de casas, calles, millas de pavimentos”, que es más que un conjunto de espacios públicos y privados. Nos mostró que la esencia de ciudad está en su carácter, en su nervio, en su fibra, en su latido. Nos puso en evidencia que lo fundamental de ella es el intercambio humano entre quienes la viven -ya no entre quienes la habitan-, y que paradójicamente lo más importante resulta ser aquello que desaparece y se reemplaza de generación en generación pero que a la vez es eterno y le da sentido a esos “ladrillos apilados”, a ese espacio impreciso y cambiante.
¿Acaso importa el pub Davy Byrne's o el monumento de Butler, el paseo Bachelor, los salones de remate de Dillon, la calle Westmoreland, o cada uno de los rincones por los que circula Bloom? En sí mismo no, solo interesa como indicador del roce, de la fricción, del manoseo, del intercambio, del susurro, del cuchicheo, del conocerse, del amarse y del aborrecerse; porque allí está la condición de la ciudad, porque en la imperfección, en la impureza, en la refriega del uno con(tra) el otro está el alma de la ciudad. En definitiva la lección de Joyce es que en su Dublín podamos encontrar todas las ciudades.
La idea de ciudad que nos deja Joyce en el Ulises, nos muestra una ciudad viva, lejos de cualquier norma que hoy podríamos denominar Iso 9000, apartada de los estudios de marketing, de cualquier declaración de patrimonio-políticamente-correcto-de-la-humanidad, lejos de cualquier inerte ciudad-museo, compuesta por un protagonista ideal como es el turista que mira y no toca, que admira y olvida, que elogia la pulcritud porque que “no se tira ningún papel al piso y se respetan las reglas del tránsito” y ausenta experiencias.
En el libro La ciudad nerviosa, Enrique Vila-Matas, en uno de sus relatos -Las que viajan leyendo- nos confiesa “muchas veces entro al azar, sin dirigirme a parte alguna, en metros, trenes autobuses con la intención de espiar conductas humanas y cazar con disimulo conversaciones de desconocidos.” Todo lo contrario encontramos en el Ulises -y bien lo sabe el autor de Dublineses- porque Joyce, camina junto a Leopold Bloom con rumbo aunque sin certezas como lo hace la mayoría de la gente de cualquier ciudad, y es parte de un colectivo: “Yo soy los otros. Yo soy todos aquellos que ha rescatado tu obstinado rigor. Soy los que no conoces y los que salvas”, dice Joyce con palabras de Borges.
Bloom, habla y escucha, piensa y suda, camina y se confunde con el contexto que se hace texto. Tiene las mismas preocupaciones, las mismas aspiraciones, las mismas frustraciones, los mismos defectos y las mismas virtudes, que el resto de su pueblo porque él es los otros con sus propias particularidades, con su curiosidad omnívora, con su fisgoneo permanente, con su merodeo por los lindes humanos, con su interés por todo lo que pasa a su lado, que va desde la reflexión de la muerte, pasando por el cristianismo, por el judaísmo y el antisemitismo, y llegando a los zumbidos de las moscas en el vidrio del bar, y todo ida y vuelta. Joyce nos muestra la ciudad del funeral y del nacimiento, de la erudición y de la frivolidad, de la música culta y el sonido molesto del tren, del compañerismo y de la intolerancia, del amor y del adulterio, de la alta literatura y del recorte tipográfico escrito s-e-v-e-r-l-a.
Si tendríamos que hacer una escultura de la ciudad que Joyce pintó aquel día de junio podríamos elaborar una gran maraña, formada por de hilados de distintos colores, que se anudan en ocasiones, que se entrecruzan y se separan en otras, que se confabulan, embusten y se disgregan a veces, y que se custodian se protegen se asocian y se necesitan, siempre. Quizá esa gran maraña sea la respuesta a la difícil- simple pregunta de qué es una ciudad.


martes, 20 de noviembre de 2012

Literatura / La palabra


La palabra

“Se me ha ocurrido estudiar la fisiología del libro: la palabra, la página y el libro. La palabra es sólo una porción mal apaciguada de la frase, un tramo del camino hacia el sentido, un vértigo de la idea que está pasando. La palabra china, por el contrario, se queda fija ante los ojos… la escritura tiene este misterio: habla. El latín antiguo y moderno siempre se ha pensado paras ser escrito en la piedra. Los primeros libros presentan una belleza arquitectónica. Luego el movimiento del espíritu acelera, el flujo de la materia pensada va engrosando, las líneas se escurren, la escritura se redondea y se abrevia. Pronto llegará la imprenta para recoger y repetir ese estrato húmedo, salido del pico exiguo de la pluma que tirita en la página… Es la escritura humana estilizada, simplificada como un órgano mecánico… El verso es una línea que se detiene no porque ha llegado a una frontera material y le falta espacio, sino porque su cifra interior está cumplida, su virtud consumida… Cada página se nos presenta como las terrazas sucesivas de un gran jardín. El ojo goza deliciosamente y un ataque en cierto modo lateral de un adjetivo se descarga de repente en la neutralidad con la violencia de una nota granada o del color del fuego… Una gran biblioteca me recuerda siempre las estratificaciones de una mina de carbón, llena de fósiles, de huellas, y de coyunturas. Es el herbario de los sentimientos y de las pasiones, el recipiente en el que se conservan las muestras desecadas de todas las sociedades humanas.”

Paul Claudel citado por Jean-Claude Carriere en Nadie Acabará con los libros Entrevistas realizadas por Jean-Philippe de Tonnac a Carriere y Humberto Eco.
Foto: Grabado en Piedra. Coliseo Romano.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Relato / La Estupidez

La Estupidez
Discriminación y  pelota
N.F.
Los que me conocen saben de mi enfermedad llamada Ríver. Algunos no pueden entender que alguien que se emociona con  Caravaggio,  Joyce,  Mozart,  Greenaway,  Niemeyer, sufra como un chico cuando juega la banda roja. Pero las cosas son así. Me pongo triste cuando mi equipo pierde -últimamente muy seguido- y me alegro cuando gana. O sea, mi ánimo cambia por un acontecimiento que protagonizan siempre otros y del que yo apenas participo con el corazón. Punto. Quien gusta del fútbol entiende lo que digo, quien no,  piensa que esto es una estupidez (y quizá la sea).
Esta sentimiento es posible porque en la Argentina el fútbol no es un deporte. El hándbol es un deporte, el salto con garrocha, correr cien metros llanos, pero el fútbol no, el fútbol es otra cosa. Por estas tierras el fútbol es cultura popular y está relacionado directamente con la historia íntima de las personas. La herencia, trasmitida de generación a generación, el ser de un cuadro u otro, es parte de un mandato familiar que determina identidades. En esto, y no en los insoportables partidos que se juegan fecha tras fecha, se sustenta con éxito el negocio deportivo. Pero no es de este tema sobre lo que quiero hablar, sino sobre la estupidez,  la discriminación y  las miserias (¿morales?) que abundan dentro de este ambiente dominado con el calificativo pasión -cuyo término permite redimir hasta los comportamientos más reaccionarios-.
Últimamente, los árbitros de fútbol detuvieron por algunos minutos los partidos en el que jugaba Ríver porque gran parte del estadio (no sólo el grupo cuya actividad informal consta en trabajar de hinchas) gritaba consignas consideradas discriminatorias. La medida emulada de Europa (¡cuando no!) es la primera estupidez de una cadena de estupideces varias. Quizá la disposición tenga sentido llevarla a cabo en otras partes del mundo, cada región del planeta tiene sus propias desventuras y siguiendo su idiosincrasia sabrá cómo arreglarlas, pero trasladarla linealmente acá resulta una verdadera estupidez. Una estupidez que se hace más estúpida por acrítica y cipaya  -permítaseme el término jauretchiano-. La medida es una estupidez (y al ser copiada es una doble estupidez) porque colabora en darle entidad y protagonismo a los cantos “irracionales” que de otra manera pasarían desapercibidos, ignorados,  y actuarían como un sonido de fondo más. Con el juego detenido los cantos se apoderan de la escena y lejos de acallarse continúan acompañados de risas burlonas y provocadoras,  y se los escucha, más aún (y si no llegan a distinguirse a la perfección  los programas deportivos se encargarán de transcribir, cual subtítulo de película polaca, la letra de la infortunada trova, palabra por palabra).
Al fin y al cabo el problema en sí no está en lo que se dice, sino lo que se piensa y en cómo se procede bajo los vahídos de ese pensamiento. Lo insano de la cuestión son los pobres valores que maneja ese grupo social que se reúne bajo el cántico. Detener un canto insultante es como barrer la basura debajo de la alfombra, porque  ese acto no cambia lo sórdido de ese pensamiento que arranca en un grupo de alborotadores y contagia masivamente al resto del estadio. Para revertir estas consignas se necesita más que un árbitro con un silbato en la boca dispuesto a demorar el juego que luego se recuperará, se precisa  una verdadera transformación en la ideología de las personas.
Lo curioso del tema es que el canto con el que suelen detener el juego es aquel que indica que los hinchas del equipo adversario (en este caso Boca) son “de Bolivia y Paraguay”. Extraño, porque este ¡no es un canto nazi! ¡Lejos está de serlo! ¡Ni siquiera es un canto discriminatorio! Hay cientos de cantos  panegiristas de la violencia, que hablan de la muerte propia y de matar al otro, que exhortan a dejar la vida en la guerra frente al enemigo. Hay múltiples cantos verdaderamente xenófobos y racistas. Homofóbicos y machistas. Tanto como los que se escuchan en la calle, sin musicalización alguna, todos los días. Pero no es este el caso. Este canto dice que los hinchas de Boca “son de Bolivia y Paraguay”. Podríamos denominarlo de soez, ramplón y, lo que es peor, con poco ingenio y mala rima pero  ¿dónde está la discriminación en adjudicarles a los hinchas de Boca que sus integrantes, además de argentinos hayan nacido en estos hermosos países? ¡Deberían enorgullecer a cualquiera que su equipo además de seguidores del país nativo tengan simpatizantes de otras tierras ya sean paraguayos bolivianos suecos irlandeses o taiwaneses. Eso habla de su grandeza. El que ama a su equipo quiere que toda la humanidad lo ame como él mismo lo hace.  Si yo fuera hincha de Boca –Dios no lo permita, aunque reconozco que hay muchos equivocados que optan por esta alternativa- llenaría las tribunas con las banderas de estos países y a cada canto de Ríver -y del resto de los las hinchadas que repiten este motete- lo desairaría proclamando con orgullo que sí, que es así,  que es hermoso que así sea, y que lejos de ser un insulto el canto contrario enorgullece. Es más, hasta cantaría “Sí sí señores nosotros somos de Bolivia, Argentina y Paraguay y de muchos países más”, y hasta corregiría el canto, quitaría la preposición de y diría “Somos Bolivia, Argentina y Paraguay y muchos países más”. Si estuviese en ese lugar, juzgaría como una ofensa que se admita como insulto a cualquier gentilicio, sea cual fuere, consideraría una afrenta que un árbitro detenga un partido por ello, y sobre todo consideraría un gran insulto -una blasfema- que alguien se sienta agraviado frente a esta caracterización. A mí me gustaría que mi equipo atraiga las banderas de todo el mundo en la tribuna, porque también Ríver es (de) Bolivia y Paraguay, como es (de) Uruguay, Colombia, Italia, España Austria, Corea –del Norte y del Sur-, Chile y (de) todo el mundo, porque Ríver es el más grande aunque algunos de los que vayan a la cancha a alentar por los mismos colores con los que yo disfruto y sufro, canten estupideces y sean pequeños; diminutos; nimios; exiguos; mínimos; y sobre todo, diariamente, mediocres discriminadores.
FOTO: BANDERAZO 8-10-12
N.F

jueves, 8 de noviembre de 2012

Títeres / Sergio Mercurio


El Alma de los Trapos Viejos
N.F.

En una animada reunión en la casa de las hermanas Amundsen –amores pretendidos de los protagonistas de esta breve historia introductoria-,  el filósofo villacrespense Samuel Tesler, sensible y metafísico amigo de Adán Buenosayres, discute  sobre la existencia del alma con Lucio Negri “laureado en medicina”. Comienza Tesler.  

— La ciencia moderna parece obedecer a un plan diabólico —rezongó—. Primero se dirige al Homo Sapiens y le dice: «Mi pobre viejo, es mentira que Jehová te haya creado a su imagen y semejanza. ¿Quién es Jehová? ¡El Cuco! Lo inventaron los curas en la Edad Media, para que te asustases un poco y no anduvieses por los cabarets de milonga corrida. En cuanto a la inmortalidad de tu alma, es un cuento chino. ¡Pedazo de alcornoque, ¿de dónde vas a sacar un alma?!»
— ¡El alma! —Lo interrumpió Lucio—. ¡Por favor! La he buscado con el bisturí, en la sala de disecciones.
— ¿Y la encontró?
— ¡No me haga reír!
                                                                                                               (Adán Buenosayres. Leopoldo Marechal)
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Se apagan las luces, se baja una pantalla. Se proyecta un corto. Trata de un vecino del barrio. De mi barrio, del barrio del autor del corto. Trata de un vecino de Banfield Este. Trata de un hombre mayor -un viejo (¿?)- repartidor de soda. Grita: soooderooo. Maneja el camión. Lo hace con alegría. Está lleno de vida. Este señor además reparte agua. Agua. Reparte agua. Como el autor del corto que también reparte agua. El agua que nos hace vivir. Necesitamos agua. Estamos hechos de agua.

El autor es Sergio Mercurio. El titiritero de Banfield. Por la mañana fue a la cancha a ver a su equipo. Allí lo encontré. No lo conocía personalmente. Me acerqué le dije: “Esta noche te voy a ver”. Me agradeció con una cálida sonrisa a pesar del cero tres en contra.

El corto termina. El titiritero sube al escenario. Dice que en Argentina le decimos “viejo”  a los viejos de una manera cariñosa que ese término no encierra vetustez, sino cariño. Es así, nosotros, los argentinos, los sabemos. Él lo explica como lo explica cada vez que presenta su espectáculo por los distintos países de América Latina. Sabemos de sus actuaciones en Ecuador, Brasil, México Nicaragua…
Sale de escena.

Aparecen sus títeres. Las luces lo enfocan. Son los protagonistas de todas las historias. Hablan. Tienen opinión. Evocan el pasado. Viven el presente. No se anclan en fotos amarillas. Quien crea que es Mercurio el que dialoga con él mismo se equivoca. Quien crea que es él el que maneja los títeres y habla con ellos en un diálogo ininterrumpido, le pifia de medio a medio, quien considere que es Mercurio, el actor, el que cambia la voz para darle una caracterización distinta a cada uno de los personajes de pañolenci está fuera de foco. Es más, quien crea que los muñecos o títeres, son eso, muñecos o títeres son los que más se equivocan.

Mercurio sale de escena, los muñecos tienen vida propia están vivos, vivos y revivos, tienen voz, cuerpo, personalidad y un alma encendida como el lucero, estrella destacada que de chicos distinguíamos en el cielo, en ese cielo que a veces tenemos escondido, y que otras veces nos tratan de  tapar las almas en pena, los muertos en vida, o la gente a la que quizá no le pasó los años por arriba pero son vetustos por sus ideas y por sus sentires, y no viejos como a esos viejos que no pueden caminar solos, que le cuesta por orgullo pedirle al titiritero que lo lleve hasta el baño,  que llevan altiva su vida común, su vida vivida.

Las vidas de estos trapos, hombres y mujeres, a los que les cuesta subir las escaleras, tienen almas que van en ascensores. No son héroes, ni les importa serlos. ¡Vaya a saber cómo habrán sido las vidas reales de los héroes! (Lo más interesante de los héroes es saber cómo fue su vida real. Lo demás va y viene, medalla más medalla menos.) Estos  bailan, bailan y dibujan, dibujan y discurren, discurren y filosofan, filosofan y discuten, discuten y aman. Aman y dicen “¡qué bonito!”, así “que bonito” con tono bajo, bonito con minúscula, y de este modo agradecen a la vida estar vivos.  Porque cada cosa trivial, y cotidiana de cada persona(je) está llena de poesía.
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El doctor Negri que discutía con el metafísico amigo de Adán, tendría que ver el espectáculo de Sergio Mercurio, no le hará falta hacer ninguna disección. Allí encontrará el alma, sólo el alma. Alma, nada más que alma.

(Foto 1 Diario El Comercio.com de Ecuador)