Zaha Hadid, Esa Mujer
Publicado en Morticia Año 1 N°2
Zaha Hadid (1950)
es la arquitecta más prestigiosa de la actualidad. Las características de
su personalidad se confunden punto por
punto, con su obra. Diva, centro del mundo, talentosa enérgica, polémica, temperamental.
Su vida está llena de contrastes. Nació en Bagdad, mora el Londres y vive en un
avión. Es musulmana, estudió en una escuela católica y recuerda con afecto a la
madre superiora.
Ligada a la
academia, es parte del mercado de la arquitectura objeto, a su vez observa con
recelo las arquitecturas que tienen como fin la especulación inmobiliaria. En
sus comienzos, por el carácter conceptual de sus
trabajos, nadie creía que sus proyectos podían construirse, en el 2004
ganó el premio Pritzker, por su imaginación sin límites.
Con su
arquitectura convierte lo onírico en realidad. Su obra es pura imaginación, mera libertad expresiva. Sus formas
revolucionan el campo del diseño y sacan del letargo a todos los
convencionalismos. Su meta es romper todos los cánones establecidos de la
arquitectura. Esmerilar confines. Desde la idea, desde el inicio, ya con su manera de graficar se aleja
de los modos conocidos de representación arquitectónica y exige al interlocutor
otra preparación para comprender sus creaciones.
Su obra tiene
un movimiento incesante e incierto. Cada
espacio encierra inquietud, cada línea acción. Hadid,
de cabellos negros y ondulados, de ojos saltones e inquisidores, que cambió el
velo por atuendos de Louis Vuitton,
entremezcla sus ideas sociales conservadoras con sus ansias liberales y si bien
acepta con naturalidad las frivolidades del mundo a la vez busca incomodar a
los cómodos con sus propuestas de cambio.
Su
modo de diseñar plantea nuevas normas de racionalidad. Toma a la intuición como
método de diseño y a la vez exige de la ingeniería más razón y nuevos métodos
estructurales que se adapten a las necesidades de su arquitectura casi sin
límites. En su imaginario no ingresan formas preestablecidas. No tiene un
código, no tiene un evangelio que la guíe, se
establece en las antípodas del
movimiento moderno. Cada obra acabada en si misma, es distinta a las
anteriores, se recrea permanente con disposiciones reversibles, versátiles, cambiantes.
Oscila, vibra, sacude, descree de la arquitectura neutra. De sus complejidades
volumétricas emerge arquitectura pura, libre de ataduras y a su vez contaminada
de experiencias múltiples.
Hadid deja su rúbrica con su trazo. Funciona como una
marca de automóviles que deja huellas, como una marca de perfumes que esparce
aromas sugerentes en el camino. Ella misma se vende como un
producto, se reinventa permanentemente como un producto de marketing y así se
abre surcos hacia adonde está la plata, hacia adonde están los mercados (emergentes,
como Dubai, Moscú, Pekín) ávidos de novedades y de firmas
prestigiosas.
Sin
embargo la originalidad de su marca reside en el espíritu de su diseño no en
sus formas mismas, porque si bien en sus primeras obras, como la estación de
bomberos en Vitra o el estacionamiento y estación de tranvías en Estraburgo, manejaba
algunos lineamientos formales que repetía con asiduidad: formas punzantes y agresivas,
ángulos agudos y líneas que se extendían hasta el infinito; y en estos momentos
se nota un despliegue donde presenta planos sinusoidales y la fluidez espacial,
el cambio de vocabulario, e inclusive de sintaxis, es permanente de obra en
obra y no se la puede tildar ni de desconstructivista, ni de nada, porque su
arquitectura se escabulle inconforme de cualquier etiqueta. Y lo demuestra
planteando soluciones extremadamente distintas a programas similares.
Así
es que, si por ejemplo, tomamos el programa de moda de la arquitectura de esta
época, como son los centros culturales y museos, vemos que el
diseño del Centro de Arte Contemporáneo
Rosenthal en Cincinnati(Foto1) parte de una
caja, inserta fuertemente en el tejido urbano y la desconstruye, juega con
ella, la despieza, rompe su unidad, le cruza prismas creando un descalabro que roza
con lo lúdico; en el proyecto del Museo de Arte
contemporáneo en Cagliari (Foto2), no importa Cagliari, importa la costa marítima a la
que un objeto extraño la posee amorosamente, donde su despliegue plástico
encierra una gran puesta en escena, sus espacios interiores desfragmentados,
contorsionados, sin líneas rectas, de compleja lectura, que solo deja lugar al
asombro, funciona como una gran ameba informe que cae extraña y se pega al
lugar, y en Vilna, Lituania, el proyecto del nuevo Museo Guggenhein (Foto 3) es un objeto
extraordinariamente extraño, semejante a un artificio mecánico a punto de desplazarse,
plantado en el medio de una gran explanada con algo de verde, que, con los
brazos en jarra, piel plateada y sus líneas curvas, solo espera ser admirado reconstruyendo
así el volumen unitario, que rompió en Cincinnati.
Hadid desafiante,
innovadora y original con sus cabellos negros y ondulados, con sus ojos
saltones e inquisidores, su trazo firme y seguro nos pone siempre entre la
espada y la pared y no permite lugar a la indiferencia.
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