La ciudad según Joyce
Publicado en Revista Contratiempo digital
Hay
preguntas que parecen imposibles de contestar con respuestas únicas e
indivisibles. Una de ellas es tratar de responder ¿Qué es una ciudad?
Quizá,
una de los que mejores respuestas al tema la dio James Joyce con su obra Ulises,
que nos enseña sobre la ciudad más que cualquier libro de urbanismo.
Joyce
se posó sobre un tiempo y un espacio: un día en Dublín, y no tuvo apuro en
contarlo. Necesitó cientos de páginas para explayarse. Explicó, con
naturalidad, casi sin proponérselo, sin decirlo, sin ponerlo de manifiesto, qué
es una ciudad. Respondió, de manera compleja a una pregunta en apariencia
simple. Tuvo claro que las cosas que a primera vista parecen más llanas son las
más difíciles de responder, y lo hizo con maestría a la vez que con desmesura,
dejando sus vísceras en cada pensamiento, transformando en tinta cada idea.
Joyce
hizo caminar a Leopold Bloom por su ciudad natal, lo llevó y lo trajo por todos
lados un 16 de junio de 1904. En su recorrido, Joyce --Bloom-- nos mostró la
ciudad sin nombrarla y nos la hizo conocer sin describirla.
Recorriendo
Dublín, Bloom, nos reveló que la ciudad es mucho más “Casas, líneas de casas, calles, millas de
pavimentos”, que es más que un
conjunto de espacios públicos y privados. Nos mostró que la esencia de ciudad
está en su carácter,
en su nervio, en su fibra, en su latido.
Nos puso en evidencia que lo fundamental de ella es el intercambio humano entre
quienes la viven -ya no entre quienes la habitan-, y que paradójicamente lo más
importante resulta ser aquello que desaparece y se reemplaza de generación en
generación pero que a la vez es eterno y le da sentido a esos “ladrillos
apilados”, a ese espacio impreciso y cambiante.
¿Acaso
importa el pub
Davy Byrne's o el monumento de Butler, el paseo Bachelor, los salones de remate
de Dillon, la calle Westmoreland, o cada uno de los rincones por los que
circula Bloom? En sí mismo no, solo interesa como indicador del roce, de la fricción, del manoseo, del
intercambio, del susurro, del cuchicheo, del conocerse, del amarse y del
aborrecerse; porque allí está la condición de la ciudad, porque en la
imperfección, en la impureza, en la refriega del uno con(tra) el otro está el
alma de la ciudad. En definitiva la lección de Joyce es que en su Dublín
podamos encontrar todas las ciudades.
La
idea de ciudad que nos deja Joyce en el Ulises, nos muestra una ciudad viva,
lejos de cualquier norma que hoy podríamos denominar Iso 9000, apartada
de los estudios de marketing, de cualquier declaración de patrimonio-políticamente-correcto-de-la-humanidad,
lejos de cualquier inerte ciudad-museo, compuesta por un protagonista ideal
como es el turista que mira y no toca, que admira y olvida, que elogia la
pulcritud porque que “no se tira ningún papel al piso y se respetan las reglas
del tránsito” y ausenta experiencias.
En
el libro La ciudad nerviosa, Enrique Vila-Matas, en uno de sus relatos -Las
que viajan leyendo- nos confiesa “muchas veces entro al azar, sin dirigirme
a parte alguna, en metros, trenes autobuses con la intención de espiar
conductas humanas y cazar con disimulo conversaciones de desconocidos.” Todo lo
contrario encontramos en el Ulises -y bien lo sabe el autor de Dublineses-
porque Joyce, camina junto a Leopold Bloom con rumbo aunque sin certezas como
lo hace la mayoría de la gente de cualquier ciudad, y es parte de un colectivo:
“Yo soy los otros. Yo soy todos aquellos que ha rescatado tu obstinado rigor.
Soy los que no conoces y los que salvas”, dice Joyce con palabras de Borges.
Bloom,
habla y escucha, piensa y suda, camina y se confunde con el contexto que se
hace texto. Tiene las mismas preocupaciones, las mismas aspiraciones, las
mismas frustraciones, los mismos defectos y las mismas virtudes, que el resto
de su pueblo porque él es los otros con sus propias particularidades, con su
curiosidad omnívora, con su fisgoneo permanente, con su merodeo por los lindes
humanos, con su interés por todo lo que pasa a su lado, que va desde la
reflexión de la muerte, pasando por el cristianismo, por el judaísmo y el
antisemitismo, y llegando a los zumbidos de las moscas en el vidrio del bar, y
todo ida y vuelta. Joyce nos muestra la ciudad del funeral y del nacimiento, de
la erudición y de la frivolidad, de la música culta y el sonido molesto del
tren, del compañerismo y de la intolerancia, del amor y del adulterio, de la
alta literatura y del recorte tipográfico escrito s-e-v-e-r-l-a.
Si
tendríamos que hacer una escultura de la ciudad que Joyce pintó aquel día de
junio podríamos elaborar una gran maraña, formada por de hilados de distintos
colores, que se anudan en ocasiones, que se entrecruzan y se separan en otras,
que se confabulan, embusten y se disgregan a veces, y que se custodian se
protegen se asocian y se necesitan, siempre. Quizá esa gran maraña sea la
respuesta a la difícil- simple pregunta de qué es una ciudad.
Hola Nicolás! Mi nombre es Carolina, soy la novia de Walter Romero, no sé si me recordás, nos hemos cruzado personalmente en una oportunidad.
ResponderEliminarAnte todo, te felicito por tu blog, me resultan muy lindos los post, con una escritura muy amena y varias veces con una mirada muy interesante y pocas veces encontrada sobre la ciudad.
Particularmente, este post me gusta mucho porque brinda una mirada y una definición de ciudad muy natural y muy subjetiva a la vez, despojada de clásicas conceptualizaciones; la ciudad es lo que cada ciudadano vive y experimenta en ella, un poco esa es la idea, no....
En algún momento mencionás a las prácticas de marketing como contrapuestas e incompatibles con esta idea de ciudad que nos muestra la obra de Joyce. En este sentido, es interesante observar – y como estudiosa del citymarketing me tomo la licencia de manifestarlo- que los procesos de marketing en las ciudades se basan y se moldean en función de la propia Identidad de la ciudad, con todo lo que ello implica, y creo que esta idea de Identidad incorpora y adhiere varias de las cuestiones que comentás en el post en torno a la esencia de la ciudad; concretamente, el marketing viene a revelar esa Identidad de las ciudades, hacia adentro y hacia fuera, y no a convertirlas en “vidrieras” turísticas para el mundo. Mostrar una ciudad genuina y auténtica, con sus defectos y virtudes, aciertos y errores, de alguna forma eso es hacer marca en las ciudades. El típico ejemplo lo puede dar Nueva York donde los barrios marginales de Brooklyn y el Bronx son ícono de la imagen de la ciudad de NY y no sólo el Empire State.
Entiendo que muchas veces existen ciertos prejuicios y deformaciones de este tipo de prácticas, muchas de las cuales han sido mal llevadas a cabo por diversas ciudades contribuyendo a esta concepción errónea del marketing de ciudades.
No obstante, creo que resultan sumamente valiosas las reflexiones de tu post para comprender la relevancia de la identidad cultural de las ciudades y poder descubrirlas y experimentarlas en ese marco.
Sólo un complemento que me pareció interesante comentar.
Espero nos sigas deleitando con tus reflexiones sobre la ciudad.
Un fuerte abrazo Nicolás!!