jueves, 15 de noviembre de 2012

Relato / La Estupidez

La Estupidez
Discriminación y  pelota
N.F.
Los que me conocen saben de mi enfermedad llamada Ríver. Algunos no pueden entender que alguien que se emociona con  Caravaggio,  Joyce,  Mozart,  Greenaway,  Niemeyer, sufra como un chico cuando juega la banda roja. Pero las cosas son así. Me pongo triste cuando mi equipo pierde -últimamente muy seguido- y me alegro cuando gana. O sea, mi ánimo cambia por un acontecimiento que protagonizan siempre otros y del que yo apenas participo con el corazón. Punto. Quien gusta del fútbol entiende lo que digo, quien no,  piensa que esto es una estupidez (y quizá la sea).
Esta sentimiento es posible porque en la Argentina el fútbol no es un deporte. El hándbol es un deporte, el salto con garrocha, correr cien metros llanos, pero el fútbol no, el fútbol es otra cosa. Por estas tierras el fútbol es cultura popular y está relacionado directamente con la historia íntima de las personas. La herencia, trasmitida de generación a generación, el ser de un cuadro u otro, es parte de un mandato familiar que determina identidades. En esto, y no en los insoportables partidos que se juegan fecha tras fecha, se sustenta con éxito el negocio deportivo. Pero no es de este tema sobre lo que quiero hablar, sino sobre la estupidez,  la discriminación y  las miserias (¿morales?) que abundan dentro de este ambiente dominado con el calificativo pasión -cuyo término permite redimir hasta los comportamientos más reaccionarios-.
Últimamente, los árbitros de fútbol detuvieron por algunos minutos los partidos en el que jugaba Ríver porque gran parte del estadio (no sólo el grupo cuya actividad informal consta en trabajar de hinchas) gritaba consignas consideradas discriminatorias. La medida emulada de Europa (¡cuando no!) es la primera estupidez de una cadena de estupideces varias. Quizá la disposición tenga sentido llevarla a cabo en otras partes del mundo, cada región del planeta tiene sus propias desventuras y siguiendo su idiosincrasia sabrá cómo arreglarlas, pero trasladarla linealmente acá resulta una verdadera estupidez. Una estupidez que se hace más estúpida por acrítica y cipaya  -permítaseme el término jauretchiano-. La medida es una estupidez (y al ser copiada es una doble estupidez) porque colabora en darle entidad y protagonismo a los cantos “irracionales” que de otra manera pasarían desapercibidos, ignorados,  y actuarían como un sonido de fondo más. Con el juego detenido los cantos se apoderan de la escena y lejos de acallarse continúan acompañados de risas burlonas y provocadoras,  y se los escucha, más aún (y si no llegan a distinguirse a la perfección  los programas deportivos se encargarán de transcribir, cual subtítulo de película polaca, la letra de la infortunada trova, palabra por palabra).
Al fin y al cabo el problema en sí no está en lo que se dice, sino lo que se piensa y en cómo se procede bajo los vahídos de ese pensamiento. Lo insano de la cuestión son los pobres valores que maneja ese grupo social que se reúne bajo el cántico. Detener un canto insultante es como barrer la basura debajo de la alfombra, porque  ese acto no cambia lo sórdido de ese pensamiento que arranca en un grupo de alborotadores y contagia masivamente al resto del estadio. Para revertir estas consignas se necesita más que un árbitro con un silbato en la boca dispuesto a demorar el juego que luego se recuperará, se precisa  una verdadera transformación en la ideología de las personas.
Lo curioso del tema es que el canto con el que suelen detener el juego es aquel que indica que los hinchas del equipo adversario (en este caso Boca) son “de Bolivia y Paraguay”. Extraño, porque este ¡no es un canto nazi! ¡Lejos está de serlo! ¡Ni siquiera es un canto discriminatorio! Hay cientos de cantos  panegiristas de la violencia, que hablan de la muerte propia y de matar al otro, que exhortan a dejar la vida en la guerra frente al enemigo. Hay múltiples cantos verdaderamente xenófobos y racistas. Homofóbicos y machistas. Tanto como los que se escuchan en la calle, sin musicalización alguna, todos los días. Pero no es este el caso. Este canto dice que los hinchas de Boca “son de Bolivia y Paraguay”. Podríamos denominarlo de soez, ramplón y, lo que es peor, con poco ingenio y mala rima pero  ¿dónde está la discriminación en adjudicarles a los hinchas de Boca que sus integrantes, además de argentinos hayan nacido en estos hermosos países? ¡Deberían enorgullecer a cualquiera que su equipo además de seguidores del país nativo tengan simpatizantes de otras tierras ya sean paraguayos bolivianos suecos irlandeses o taiwaneses. Eso habla de su grandeza. El que ama a su equipo quiere que toda la humanidad lo ame como él mismo lo hace.  Si yo fuera hincha de Boca –Dios no lo permita, aunque reconozco que hay muchos equivocados que optan por esta alternativa- llenaría las tribunas con las banderas de estos países y a cada canto de Ríver -y del resto de los las hinchadas que repiten este motete- lo desairaría proclamando con orgullo que sí, que es así,  que es hermoso que así sea, y que lejos de ser un insulto el canto contrario enorgullece. Es más, hasta cantaría “Sí sí señores nosotros somos de Bolivia, Argentina y Paraguay y de muchos países más”, y hasta corregiría el canto, quitaría la preposición de y diría “Somos Bolivia, Argentina y Paraguay y muchos países más”. Si estuviese en ese lugar, juzgaría como una ofensa que se admita como insulto a cualquier gentilicio, sea cual fuere, consideraría una afrenta que un árbitro detenga un partido por ello, y sobre todo consideraría un gran insulto -una blasfema- que alguien se sienta agraviado frente a esta caracterización. A mí me gustaría que mi equipo atraiga las banderas de todo el mundo en la tribuna, porque también Ríver es (de) Bolivia y Paraguay, como es (de) Uruguay, Colombia, Italia, España Austria, Corea –del Norte y del Sur-, Chile y (de) todo el mundo, porque Ríver es el más grande aunque algunos de los que vayan a la cancha a alentar por los mismos colores con los que yo disfruto y sufro, canten estupideces y sean pequeños; diminutos; nimios; exiguos; mínimos; y sobre todo, diariamente, mediocres discriminadores.
FOTO: BANDERAZO 8-10-12
N.F

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