Malo, malo, genio eres.
N.F
Caravaggio
el primer gran artista rechazado
a
causa de su originalidad”
HauserNos gustan los malditos.
Caravaggio fue un maldito.
Nos gustan los malditos por su desobediencia. Porque rompen decretos,
distorsionan fórmulas, critican reglas, reformulan valores, porque destruyen
prototipos, estereotipos.
Nos gustan porque tiran los moldes a la basura y fundan, como Poetas,
nuevos mundos.
Nos gustan porque tienen algo de siniestro, porque sacan hacia afuera los
temores, los tumores y las miserias que nosotros ocultamos transitando por la
medianía. Nos gustan, porque viven descorriendo velos, abriendo telones en los
entreactos, orinando lavabos, sacando, orgullosos, trapitos al sol.
Nos gustan porque hacen todo lo que hizo Caravaggio.
Los odiamos.
Admiramos a los malditos.
Y a Caravaggio entre ellos.
Los admiramos por sus desgracias, por sus vidas desdichadas, por sus
faltas de fortuna, por sus destinos fatídicos. Nos gusta verlos batirse a duelo dentro y fuera de las escenas
del arte. Nos cautiva sus fatalidades. Sus irascibilidades, sus
arbitrariedades. Gozamos aterrados, poniendo la mano delante de los ojos y
abriendo los dedos, viéndoles cortarse las orejas. Y aunque esto revele que
somos una porquería no nos importa porque disfrutamos con su arte, porque nos
conmovemos con su genialidad, porque ellos, detestables, nos permiten saborear
dulcemente, su amargor. No nos importa porque paladeando sus asperezas, sus
rugosidades y sus destemplanzas, disfrutamos de sus talentos.
Los odiamos.
Nos gusta el Arte Maldito. Y el barroco es el peor.
Nos gusta cuando la estabilidad desvaría. Cuando lo clásico queda en
ridículo.
Cuando el clérigo le compra el cuadro a un pintor pendenciero, cuando
el artista que frecuenta los bajos fondos puede sacar luz de las tinieblas.
Cuando esas tinieblas místicas que rodean imágenes sagradas se confunden con las
del humo de los burdeles.
Nos gusta cuando lo bueno e impoluto se llena de mugre. Nos gusta
deleitarnos con ironías y mordacidades.
Lo detestamos.
Entonces allí el barroco, allí Caravaggio, allí sus seguidores.
Entonces allí una muestra.
Allí el museo de las artes bellas en los buenos aires que la contiene.
Allí nosotros, vestidos de ciudad, entrando por la avenida Libertador,
con catálogo en mano, admirando aquellos trazos que alguna vez fueron maravillosamente
cuestionadores, arbitrariamente inusitados,
extraordinariamente controvertidos.
Allí nosotros ambivalentes, contradictorios.
Siete y quince.
La Muestra tiene siete telas de Caravaggio y quince más de sus
seguidores.
La recorremos.Vemos en ella seis escenas religiosas y una pagana. (O quizá sea al revés)
La primera, San Juan Bautista
que alimenta al cordero. Dice el resumen que se trata de una obra
melancólica, retrospectiva, que expresa sus turbulentas experiencias
personales. En un fondo oscuro la diagonal del cayado organiza la tela. El
cuerpo del santo sigue esa dirección. El torso de San Juan Bautista blanco, desnudo e iluminado
y la cabeza del dócil cordero en el ángulo inferior, separado por el bastón
del pastor santo, arma el conjunto. El
rojo púrpura del paño juega como una mancha entre sombras y luces sobre un
fondo oscuro todo lo sostiene.
En San Genaro decapitado o San
Agapito, vemos el rojo sangre pintado en la época que el maestro se escapa
de Roma acusado de un crimen, vemos en ese San Genaro la fuga del pintor y su violencia. La única sutileza
del lienzo se encuentra en el dorado donde comienza, otra vez, la diagonal, y contrasta
con la expresión hierática que Caravaggio ofrece del mártir.
Todo lo contrario ocurre en San
Francisco meditando (en la primera tela y en la copia realizada por el
autor). Aquí encontramos una inquietante serenidad en su figura. Como en toda
su obra, vemos como la tela diluyen los límites en esa oscuridad que encierra lo
incierto, lo oculto, lo celado. La diagonal del cuerpo, nuevamente, es la línea
que organiza, la cruz iluminada y límpida, es la línea que equilibra toda la
composición. La luz resalta la calavera, la muerte que atormenta, la finitud de
la vida terrena, el punto blanco.
En el Retrato del Cardenal
podemos ver la magnificencia de la composición del maestro italiano. Aquí se aprecia
el contrapunto que se genera entre la tez blanca apenas iluminada del cardenal,
su birreta púrpura, su cuello blanco y su cuerpo enfundado en un fondo oscuro.
Todo se aleja de los retratos claros, limpios y puros de épocas precedentes.
La Cabeza de Medusa se
destaca en la exposición, por el lugar que ocupa en la muestra y por su
originalidad -pintado sobre un escudo circular- por ser una imagen pagana y por
su aterradora expresión, que aún como sucedía en la mitología griega, sigue
paralizando (las miradas) a los hombres.
San Jerónimo escribiendo es
la más impactante de todas las obras de Caravaggio que se exhiben en la muestra.
Su naturalismo es notable. Toman cuerpo la piel mustia, los músculos
envejecidos, la barba canosa -dibujada pelo por pelo-, las arrugas de la
frente, las de la mano, los ondeados de las telas, el ajado de las hojas, de la
cubierta del libro. La grandeza de la pintura justamente se encuentra en la
pintura misma no en la magnanimidad o en la heroicidad del personaje, que por
el contrario roza con lo vulgar del hombre común.
Si a Caravaggio se le adjudica el carácter del pintor del “tenebrismo”
(folleto de presentación del MNAM) esta selección cumple con la premisa. En las obras del maestro vemos al pintor
maldito en plenitud. Vemos su singularidad. Vemos su pararse frente a la
serenidad apostada del clasicismo, frente a la verticalidad de aquellas
composiciones, frente sus candideces rayanas con lo ficticio, a sus rostros de
porcelana, a sus facciones perfectas, a sus expresiones sedadas y armoniosas; y
vemos su cuestionamiento a la intelectualidad del manierismo y a la
aristocracia esteticista. En la ruptura con el pasado vemos al Caravaggio , “ bohemio, enemigo de la cultura” (…)
alejado de toda especulación y de toda
teoría”. (Hauser)
El barroco de los seguidores
En sus seguidores vemos la maravilla del barroco, aunque nunca y
aunque se esfuercen, la malignidad del capo. Porque siguen una escuela y lo
hacen a la perfección y representan con devoción, arte y talento los preceptos
del maestro.
Y se puede ver en la obra de Leonello Spada (Coronación de Espinas) con la composición netamente barroca, con una
multitud de personajes, con el preciosismo típico del claroscuro, con las ironías
de época (el joven que ilumina la escena de la antorcha mientras coronan con
espina a un Jesús sufriente mira al pintor como un actor de teatro al público);
se puede ver a Artemisia Gentileschi que muestra a una Magdalena (Magdalena Desvanecida) que está más
cerca de lo erótico que de lo religioso sobre un fondo difuso que deja una
ventana de luz que conforma un paisaje abierto.
Se puede ver a Hendick Van
Somer (San Jerónimo) con otra versión
del San Jerónimo de Caravaggio, realizada con gran inspiración y virtuosismo. Se
puede ver una tela de autor anónimo (Los
Trapaceros) como otro de los momentos cúlmines de la muestra, donde se
puede notar a la perfección esa ruptura con lo clásico donde los personajes
están casi de espalda, tomados como si fuera una improvisada fotografía , fuera
de toda pose. Se puede ver más y más y más.
¡Señores! (plaf, plaf, golpes secos con la mano) ¡A disfrutar! ¡La
mesa está servida!
Gustemos envenenarnos con semejante manjar.
Caravaggio y sus seguidores
Museo Nacional de Bellas ArtesEntrada gratuita
http://www.mnba.org.ar/nota_detalle.php?id=52
Arq. Angel Navarro en Lan Nación ADN
http://www.lanacion.com.ar/1518174-caravaggio-y-sus-seguidores-en-el-museo-nacional-de-bellas-artes
(Fotografía NF)
No hay comentarios:
Publicar un comentario