lunes, 26 de noviembre de 2012

Literatura / Policiales (La falta y otros cuentos)

Policiales
de “La falta y otros cuentos”

1
“… dos mil, tres mil, cuatro mil. Listo. A mano”.
El hombre ya había pagado sus cuentas.
No le gustaba quedarse con deudas. Era un hombre correcto.
Ni bien el sicario terminó de hacer su trabajo, le pagó el servicio de haber matado a su mujer.


2

En el “Gato Negro” un hombre tomaba café negro.
En su bolsillo, llevaba un fajo de billetes producto de un pago en negro.


En la mesa de la izquierda una mujer de zapatos negros le recordaba un pasado negro.
Al fondo un tipo de sombrero negro.
Desde la calle se acerca a la vidriera del bar un hombre vestido de negro.
Mira hacia adentro. Aguarda la mirada del hombre que toma el café negro. Cuando la obtiene le clava sus ojos negros.
El hombre que tomaba el café negro, acechado por el hombre de negro, sintió frío en la espalda.
Percibió un futuro negro.
Cuando el de negro que estaba afuera desapareció, el hombre que tomaba el café negro llamó al mozo de chaleco negro y pagó.
Dejó pasar unos minutos antes de salir.
Escuchaba el tic-tac de su reloj negro.
Ya en la vereda se cubrió con su sobretodo negro.
Miró a ambos lados.
Abrió su paraguas negro.
Huyó.
El cielo estaba negro.




3


Marzo. Siete de la tarde, estación Malabia. Calor. En el subte no cabe ni un alfiler. La incomodidad del viaje a hora pico está acompañada por dos sonidos: el del traqueteo de las ruedas contra las vías y el del murmullo sigiloso de los pasajeros.
En medio de este paisaje urbano de todos los días, una mujer.
Sesenta años, menuda, pelo blanco. Como puede, entre el apretujamiento, comienza a revolver su cartera. Busca algo. Parece que no lo encuentra. Sigue revolviendo cada vez con más vehemencia. Cuando confirma la falta grita “¡me robaron!,  ¡me robaron el teléfono y la billetera!” La gente que tiene a su alrededor la mira. Nadie dice nada. La mujer sigue gritando. Un hombre, vestido de negro, que estaba a su lado trata de tranquilizarla. “Cálmese señora”, le dice en voz baja. Saca su celular y le ordena “dígame su número”. Mientras la señora le dicta él marca.
Un teléfono suena.
(El aire comienza a hacerse denso)
El teléfono sigue sonando.
(La espesura del aire ya se puede cortar)


El murmullo del vagón se transforma en un silencio mudo.


En ese momento el subte llega a Dorrego.


Se abren las puertas.


viernes, 23 de noviembre de 2012

Ensayo / La ciudad y sus muros

Muros, murallas y lamentos
Nicolás Fratarelli
Publicado en Mirada y Crítica
 


Límite, marca, trazo.
Control, aduana, puerta, entrada y salida.
Muro, pasillos, foso y otra vez muro.
Miedo, defensa, ataque y torres que acompañan.
Vigilancia, seguridad e inseguridad.
Libertad, esperanza. Arrogancia del poder económico.
Icono, signo, letra, símbolo, huella de piedra.
Ur, Babilonia, Korsabad, Micenas.
Atenas, Priene,  Roma.
Burgos, Ávila, Trujillo, Cartagena.
Berlín.
Piedra sobre piedra, ladrillo sobre ladrillo, aparejos.
Barro moldeado, arcilla, hormigón armado, bloques prefabricados.
Alambre de púas.
Melilla.
Miradas lánguidas hacia el  vacío.

………………..
Murallas y Ciudades Estados

“Construir es colaborar con la tierra,
imprimir una marca humana en un paisaje
que se modificará así para siempre…”
 
Marguerite Yourcenar
Memorias de Adriano

Parte misma de la ciudad, eso fue la muralla. Línea materializada. Dios pantocrátor que indicaba con su mano quien quedaba adentro y quien afuera. Pulgar del Cesar. 

No fue arquitectura pero si piedra que hizo ciudad y componente central de la revolución urbana (1) que se produjo hace 5000 años en los valles del Tigres y del Eufrates.

Desde su origen la ciudad la atesoró en su neceser,  junto a los edificios públicos más significativos y al espacio social aglutinante (ágora, foro, plaza). Si la ciudad es un libro la muralla es palabra que arma frases siguiendo su propia gramática.

En ella la mano del hombre siempre estuvo presente y aunque un peñasco, un precipicio, agua circundante, dulce o salada, hayan funcionado como muralla la marca de la cultura se manifiesta en la geografía que se hace traza.

Las murallas delimitaron lugares, marcaron territorio,  unieron  y separaron.  Detrás de ellas se formaron comunidades, se agruparon contradicciones, se mezclaron intereses contrapuestos. Lo religioso y lo profano convivieron en el mismo espacio. Y  a pesar de las diferencias todo el colectivo se reconocía en una misma identidad. Con el tiempo se gestaron burguesías progresistas que conformaron ciudades-estados que  competían con otras ciudades-estados vecinas y formaban parte de una maraña entrecruzada, vital para el desarrollo de cada una de ellas.  Su grandeza simbolizaba la concentración del excedente social y revelaba la importancia de la ciudad que contenía.

Leyéndola  como mero límite, como cortina,  como sólido, la muralla amedrentaba al que venía de afuera, y en ese caso, era la pared lo más destacado,  pero viéndola como manos protectoras de la ciudades que albergaban libertad y esperanza (2) la puerta era mas importante que la piedra, y a pesar de estar custodiada por torretas, fosas y puentes levadizos se abría para permitir nuevas ilusiones.

 

Estados y Murallas convertidas en muro

“la muralla tenaz que en este momento y en todos,
proyecta sobre tierra que no veré, su sistema de  sombras,
es la sombra de un césar…” 

Jorge Luis Borges
La muralla y los libros

 
Nuestras ciudades ya no usan estas moles contundentes, dejaron de ser parte del vocabulario urbano contemporáneo. Las ciudades tienen hoy otros tipos de murallas para controlar su territorio. Avenidas, autopistas, vías férreas son solo algunos elementos evidentes de control urbano. También los hay ocultos, y no por tales menos imponentes. Las murallas sociales, políticas, culturales, económicas y tecnológicas, funcionan como vallas agresivamente sutiles en las ciudades modernas.
 
Hoy los estados-naciones convirtieron a la muralla en barrera, en  cinta que separa. La abrieron, la estiraron, y la desplegaron sobre las fronteras, siguiendo la línea  y el punto de la cartografía, para detener a una masa de desahuciados que llega de afuera en búsqueda de oportunidades. Así lo hicieron algunos países europeos que incorporaron a sus costas  tejidos de alambres de púas (obviamente fabricado bajo normas ISO), así lo hace Israel que se refugia detrás de 600 km de  muro para solucionar su conflicto con Palestina, y  así lo hace EEUU creando un interminable muro en la frontera con México.

En todos los casos, esta sólida valla expresa la fragilidad de sistemas injustos. Cada metro de muro denuncia el flojo pespunte de su bies y más que grandeza, demuestra el temor en el que viven sus habitantes. Para evitar  que el muro hable por si mismo, los poderes centrales despliegan un sinnúmero  de discursos, de pretextos, de argumentaciones legales que justifican su construcción. Equipados con radares, cámaras de videos y sensores, estas nuevas murallas chinas ya no buscan contener ataques de otros pueblos sino frenar desesperaciones, cebadas, permanentemente por los medios de comunicación que seducen con sus mensajes a favor de la  globalización y a la vez reclaman un estricto control de la inmigración.

Desaparecido el muro de Berlín, nuevas murallas se levantan hoy,  aunque ya no como barrera ideológica sino como profilaxis. Los trozos  del otrora “muro de la vergüenza” (3) se convirtieron en simples souvenires para viajeros y personas bien pensantes, pero quedaron muy lejos de servir como enseñanza.

A pesar de Francis Fukuyama, la historia se niega a llegar a su fin,  va y viene y parece repetirse permanentemente. Y nos muestra, todavía, como los seres humanos se protegen de otros seres humanos haciendo paredes, y como  la humanidad se sigue pareciendo a aquella,  previa de la revolución agrícola, cuando los hombres comenzaron a construir murallas para protegerse de otros hombres que  vivían dentro de otros  territorios también amurallados.

………………..

 
Veo estos muros desde el aire.
Acerco mi vista a uno de ellos.
Trato de distinguir el lado sano.
Busco el lado limpio.
No lo consigo.
Veo desnudo a dos hombres.
Me dicen que uno es un magistrado  y el otro un pobre diablo.
Cada uno está a un lado del estrado.
Trato de entender quién es quién
Me pregunto ¿De qué lado está uno y de que lado el otro? 
Parece que ambos están del lado del muro de los lamentos.
 

(1) Término acuñado por Vere Gordon Childe. (The Urban Revolution. Town Planning Review, vol.  21, 1950)

(2) “El derecho urbano no solo suprimió la servidumbre personal y territorial, además hizo desaparecer los privilegios señoriales” Las ciudades de la edad media. Henry Pirenne (Recordamos que en la Edad Media la legislación decía que quien lograba vivir un año y un día en una ciudad conseguía la libertad del señor feudal)

(3) Llamado «Muro de la Vergüenza» por occidente  y «barrera de protección antifascista» por el bloque oriental.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Ensayo / Joyce y Ciudad

16 de junio de 1904

La ciudad según Joyce
N.F
Publicado en Revista Contratiempo digital
 

 
  Hay preguntas que parecen imposibles de contestar con respuestas únicas e indivisibles. Una de ellas es tratar de responder ¿Qué es una ciudad?



     Quizá, una de los que mejores respuestas al tema la dio James Joyce con su obra Ulises, que nos enseña sobre la ciudad más que cualquier libro de urbanismo.
Joyce se posó sobre un tiempo y un espacio: un día en Dublín, y no tuvo apuro en contarlo. Necesitó cientos de páginas para explayarse. Explicó, con naturalidad, casi sin proponérselo, sin decirlo, sin ponerlo de manifiesto, qué es una ciudad. Respondió, de manera compleja a una pregunta en apariencia simple. Tuvo claro que las cosas que a primera vista parecen más llanas son las más difíciles de responder, y lo hizo con maestría a la vez que con desmesura, dejando sus vísceras en cada pensamiento, transformando en tinta cada idea.
Joyce hizo caminar a Leopold Bloom por su ciudad natal, lo llevó y lo trajo por todos lados un 16 de junio de 1904. En su recorrido, Joyce --Bloom-- nos mostró la ciudad sin nombrarla y nos la hizo conocer sin describirla.
Recorriendo Dublín, Bloom, nos reveló que la ciudad es mucho más “Casas, líneas de casas, calles, millas de pavimentos”, que es más que un conjunto de espacios públicos y privados. Nos mostró que la esencia de ciudad está en su carácter, en su nervio, en su fibra, en su latido. Nos puso en evidencia que lo fundamental de ella es el intercambio humano entre quienes la viven -ya no entre quienes la habitan-, y que paradójicamente lo más importante resulta ser aquello que desaparece y se reemplaza de generación en generación pero que a la vez es eterno y le da sentido a esos “ladrillos apilados”, a ese espacio impreciso y cambiante.
¿Acaso importa el pub Davy Byrne's o el monumento de Butler, el paseo Bachelor, los salones de remate de Dillon, la calle Westmoreland, o cada uno de los rincones por los que circula Bloom? En sí mismo no, solo interesa como indicador del roce, de la fricción, del manoseo, del intercambio, del susurro, del cuchicheo, del conocerse, del amarse y del aborrecerse; porque allí está la condición de la ciudad, porque en la imperfección, en la impureza, en la refriega del uno con(tra) el otro está el alma de la ciudad. En definitiva la lección de Joyce es que en su Dublín podamos encontrar todas las ciudades.
La idea de ciudad que nos deja Joyce en el Ulises, nos muestra una ciudad viva, lejos de cualquier norma que hoy podríamos denominar Iso 9000, apartada de los estudios de marketing, de cualquier declaración de patrimonio-políticamente-correcto-de-la-humanidad, lejos de cualquier inerte ciudad-museo, compuesta por un protagonista ideal como es el turista que mira y no toca, que admira y olvida, que elogia la pulcritud porque que “no se tira ningún papel al piso y se respetan las reglas del tránsito” y ausenta experiencias.
En el libro La ciudad nerviosa, Enrique Vila-Matas, en uno de sus relatos -Las que viajan leyendo- nos confiesa “muchas veces entro al azar, sin dirigirme a parte alguna, en metros, trenes autobuses con la intención de espiar conductas humanas y cazar con disimulo conversaciones de desconocidos.” Todo lo contrario encontramos en el Ulises -y bien lo sabe el autor de Dublineses- porque Joyce, camina junto a Leopold Bloom con rumbo aunque sin certezas como lo hace la mayoría de la gente de cualquier ciudad, y es parte de un colectivo: “Yo soy los otros. Yo soy todos aquellos que ha rescatado tu obstinado rigor. Soy los que no conoces y los que salvas”, dice Joyce con palabras de Borges.
Bloom, habla y escucha, piensa y suda, camina y se confunde con el contexto que se hace texto. Tiene las mismas preocupaciones, las mismas aspiraciones, las mismas frustraciones, los mismos defectos y las mismas virtudes, que el resto de su pueblo porque él es los otros con sus propias particularidades, con su curiosidad omnívora, con su fisgoneo permanente, con su merodeo por los lindes humanos, con su interés por todo lo que pasa a su lado, que va desde la reflexión de la muerte, pasando por el cristianismo, por el judaísmo y el antisemitismo, y llegando a los zumbidos de las moscas en el vidrio del bar, y todo ida y vuelta. Joyce nos muestra la ciudad del funeral y del nacimiento, de la erudición y de la frivolidad, de la música culta y el sonido molesto del tren, del compañerismo y de la intolerancia, del amor y del adulterio, de la alta literatura y del recorte tipográfico escrito s-e-v-e-r-l-a.
Si tendríamos que hacer una escultura de la ciudad que Joyce pintó aquel día de junio podríamos elaborar una gran maraña, formada por de hilados de distintos colores, que se anudan en ocasiones, que se entrecruzan y se separan en otras, que se confabulan, embusten y se disgregan a veces, y que se custodian se protegen se asocian y se necesitan, siempre. Quizá esa gran maraña sea la respuesta a la difícil- simple pregunta de qué es una ciudad.


martes, 20 de noviembre de 2012

Literatura / La palabra


La palabra

“Se me ha ocurrido estudiar la fisiología del libro: la palabra, la página y el libro. La palabra es sólo una porción mal apaciguada de la frase, un tramo del camino hacia el sentido, un vértigo de la idea que está pasando. La palabra china, por el contrario, se queda fija ante los ojos… la escritura tiene este misterio: habla. El latín antiguo y moderno siempre se ha pensado paras ser escrito en la piedra. Los primeros libros presentan una belleza arquitectónica. Luego el movimiento del espíritu acelera, el flujo de la materia pensada va engrosando, las líneas se escurren, la escritura se redondea y se abrevia. Pronto llegará la imprenta para recoger y repetir ese estrato húmedo, salido del pico exiguo de la pluma que tirita en la página… Es la escritura humana estilizada, simplificada como un órgano mecánico… El verso es una línea que se detiene no porque ha llegado a una frontera material y le falta espacio, sino porque su cifra interior está cumplida, su virtud consumida… Cada página se nos presenta como las terrazas sucesivas de un gran jardín. El ojo goza deliciosamente y un ataque en cierto modo lateral de un adjetivo se descarga de repente en la neutralidad con la violencia de una nota granada o del color del fuego… Una gran biblioteca me recuerda siempre las estratificaciones de una mina de carbón, llena de fósiles, de huellas, y de coyunturas. Es el herbario de los sentimientos y de las pasiones, el recipiente en el que se conservan las muestras desecadas de todas las sociedades humanas.”

Paul Claudel citado por Jean-Claude Carriere en Nadie Acabará con los libros Entrevistas realizadas por Jean-Philippe de Tonnac a Carriere y Humberto Eco.
Foto: Grabado en Piedra. Coliseo Romano.

jueves, 15 de noviembre de 2012

Relato / La Estupidez

La Estupidez
Discriminación y  pelota
N.F.
Los que me conocen saben de mi enfermedad llamada Ríver. Algunos no pueden entender que alguien que se emociona con  Caravaggio,  Joyce,  Mozart,  Greenaway,  Niemeyer, sufra como un chico cuando juega la banda roja. Pero las cosas son así. Me pongo triste cuando mi equipo pierde -últimamente muy seguido- y me alegro cuando gana. O sea, mi ánimo cambia por un acontecimiento que protagonizan siempre otros y del que yo apenas participo con el corazón. Punto. Quien gusta del fútbol entiende lo que digo, quien no,  piensa que esto es una estupidez (y quizá la sea).
Esta sentimiento es posible porque en la Argentina el fútbol no es un deporte. El hándbol es un deporte, el salto con garrocha, correr cien metros llanos, pero el fútbol no, el fútbol es otra cosa. Por estas tierras el fútbol es cultura popular y está relacionado directamente con la historia íntima de las personas. La herencia, trasmitida de generación a generación, el ser de un cuadro u otro, es parte de un mandato familiar que determina identidades. En esto, y no en los insoportables partidos que se juegan fecha tras fecha, se sustenta con éxito el negocio deportivo. Pero no es de este tema sobre lo que quiero hablar, sino sobre la estupidez,  la discriminación y  las miserias (¿morales?) que abundan dentro de este ambiente dominado con el calificativo pasión -cuyo término permite redimir hasta los comportamientos más reaccionarios-.
Últimamente, los árbitros de fútbol detuvieron por algunos minutos los partidos en el que jugaba Ríver porque gran parte del estadio (no sólo el grupo cuya actividad informal consta en trabajar de hinchas) gritaba consignas consideradas discriminatorias. La medida emulada de Europa (¡cuando no!) es la primera estupidez de una cadena de estupideces varias. Quizá la disposición tenga sentido llevarla a cabo en otras partes del mundo, cada región del planeta tiene sus propias desventuras y siguiendo su idiosincrasia sabrá cómo arreglarlas, pero trasladarla linealmente acá resulta una verdadera estupidez. Una estupidez que se hace más estúpida por acrítica y cipaya  -permítaseme el término jauretchiano-. La medida es una estupidez (y al ser copiada es una doble estupidez) porque colabora en darle entidad y protagonismo a los cantos “irracionales” que de otra manera pasarían desapercibidos, ignorados,  y actuarían como un sonido de fondo más. Con el juego detenido los cantos se apoderan de la escena y lejos de acallarse continúan acompañados de risas burlonas y provocadoras,  y se los escucha, más aún (y si no llegan a distinguirse a la perfección  los programas deportivos se encargarán de transcribir, cual subtítulo de película polaca, la letra de la infortunada trova, palabra por palabra).
Al fin y al cabo el problema en sí no está en lo que se dice, sino lo que se piensa y en cómo se procede bajo los vahídos de ese pensamiento. Lo insano de la cuestión son los pobres valores que maneja ese grupo social que se reúne bajo el cántico. Detener un canto insultante es como barrer la basura debajo de la alfombra, porque  ese acto no cambia lo sórdido de ese pensamiento que arranca en un grupo de alborotadores y contagia masivamente al resto del estadio. Para revertir estas consignas se necesita más que un árbitro con un silbato en la boca dispuesto a demorar el juego que luego se recuperará, se precisa  una verdadera transformación en la ideología de las personas.
Lo curioso del tema es que el canto con el que suelen detener el juego es aquel que indica que los hinchas del equipo adversario (en este caso Boca) son “de Bolivia y Paraguay”. Extraño, porque este ¡no es un canto nazi! ¡Lejos está de serlo! ¡Ni siquiera es un canto discriminatorio! Hay cientos de cantos  panegiristas de la violencia, que hablan de la muerte propia y de matar al otro, que exhortan a dejar la vida en la guerra frente al enemigo. Hay múltiples cantos verdaderamente xenófobos y racistas. Homofóbicos y machistas. Tanto como los que se escuchan en la calle, sin musicalización alguna, todos los días. Pero no es este el caso. Este canto dice que los hinchas de Boca “son de Bolivia y Paraguay”. Podríamos denominarlo de soez, ramplón y, lo que es peor, con poco ingenio y mala rima pero  ¿dónde está la discriminación en adjudicarles a los hinchas de Boca que sus integrantes, además de argentinos hayan nacido en estos hermosos países? ¡Deberían enorgullecer a cualquiera que su equipo además de seguidores del país nativo tengan simpatizantes de otras tierras ya sean paraguayos bolivianos suecos irlandeses o taiwaneses. Eso habla de su grandeza. El que ama a su equipo quiere que toda la humanidad lo ame como él mismo lo hace.  Si yo fuera hincha de Boca –Dios no lo permita, aunque reconozco que hay muchos equivocados que optan por esta alternativa- llenaría las tribunas con las banderas de estos países y a cada canto de Ríver -y del resto de los las hinchadas que repiten este motete- lo desairaría proclamando con orgullo que sí, que es así,  que es hermoso que así sea, y que lejos de ser un insulto el canto contrario enorgullece. Es más, hasta cantaría “Sí sí señores nosotros somos de Bolivia, Argentina y Paraguay y de muchos países más”, y hasta corregiría el canto, quitaría la preposición de y diría “Somos Bolivia, Argentina y Paraguay y muchos países más”. Si estuviese en ese lugar, juzgaría como una ofensa que se admita como insulto a cualquier gentilicio, sea cual fuere, consideraría una afrenta que un árbitro detenga un partido por ello, y sobre todo consideraría un gran insulto -una blasfema- que alguien se sienta agraviado frente a esta caracterización. A mí me gustaría que mi equipo atraiga las banderas de todo el mundo en la tribuna, porque también Ríver es (de) Bolivia y Paraguay, como es (de) Uruguay, Colombia, Italia, España Austria, Corea –del Norte y del Sur-, Chile y (de) todo el mundo, porque Ríver es el más grande aunque algunos de los que vayan a la cancha a alentar por los mismos colores con los que yo disfruto y sufro, canten estupideces y sean pequeños; diminutos; nimios; exiguos; mínimos; y sobre todo, diariamente, mediocres discriminadores.
FOTO: BANDERAZO 8-10-12
N.F

jueves, 8 de noviembre de 2012

Títeres / Sergio Mercurio


El Alma de los Trapos Viejos
N.F.

En una animada reunión en la casa de las hermanas Amundsen –amores pretendidos de los protagonistas de esta breve historia introductoria-,  el filósofo villacrespense Samuel Tesler, sensible y metafísico amigo de Adán Buenosayres, discute  sobre la existencia del alma con Lucio Negri “laureado en medicina”. Comienza Tesler.  

— La ciencia moderna parece obedecer a un plan diabólico —rezongó—. Primero se dirige al Homo Sapiens y le dice: «Mi pobre viejo, es mentira que Jehová te haya creado a su imagen y semejanza. ¿Quién es Jehová? ¡El Cuco! Lo inventaron los curas en la Edad Media, para que te asustases un poco y no anduvieses por los cabarets de milonga corrida. En cuanto a la inmortalidad de tu alma, es un cuento chino. ¡Pedazo de alcornoque, ¿de dónde vas a sacar un alma?!»
— ¡El alma! —Lo interrumpió Lucio—. ¡Por favor! La he buscado con el bisturí, en la sala de disecciones.
— ¿Y la encontró?
— ¡No me haga reír!
                                                                                                               (Adán Buenosayres. Leopoldo Marechal)
………………………………………………………………………………………………………………………………………………….

Se apagan las luces, se baja una pantalla. Se proyecta un corto. Trata de un vecino del barrio. De mi barrio, del barrio del autor del corto. Trata de un vecino de Banfield Este. Trata de un hombre mayor -un viejo (¿?)- repartidor de soda. Grita: soooderooo. Maneja el camión. Lo hace con alegría. Está lleno de vida. Este señor además reparte agua. Agua. Reparte agua. Como el autor del corto que también reparte agua. El agua que nos hace vivir. Necesitamos agua. Estamos hechos de agua.

El autor es Sergio Mercurio. El titiritero de Banfield. Por la mañana fue a la cancha a ver a su equipo. Allí lo encontré. No lo conocía personalmente. Me acerqué le dije: “Esta noche te voy a ver”. Me agradeció con una cálida sonrisa a pesar del cero tres en contra.

El corto termina. El titiritero sube al escenario. Dice que en Argentina le decimos “viejo”  a los viejos de una manera cariñosa que ese término no encierra vetustez, sino cariño. Es así, nosotros, los argentinos, los sabemos. Él lo explica como lo explica cada vez que presenta su espectáculo por los distintos países de América Latina. Sabemos de sus actuaciones en Ecuador, Brasil, México Nicaragua…
Sale de escena.

Aparecen sus títeres. Las luces lo enfocan. Son los protagonistas de todas las historias. Hablan. Tienen opinión. Evocan el pasado. Viven el presente. No se anclan en fotos amarillas. Quien crea que es Mercurio el que dialoga con él mismo se equivoca. Quien crea que es él el que maneja los títeres y habla con ellos en un diálogo ininterrumpido, le pifia de medio a medio, quien considere que es Mercurio, el actor, el que cambia la voz para darle una caracterización distinta a cada uno de los personajes de pañolenci está fuera de foco. Es más, quien crea que los muñecos o títeres, son eso, muñecos o títeres son los que más se equivocan.

Mercurio sale de escena, los muñecos tienen vida propia están vivos, vivos y revivos, tienen voz, cuerpo, personalidad y un alma encendida como el lucero, estrella destacada que de chicos distinguíamos en el cielo, en ese cielo que a veces tenemos escondido, y que otras veces nos tratan de  tapar las almas en pena, los muertos en vida, o la gente a la que quizá no le pasó los años por arriba pero son vetustos por sus ideas y por sus sentires, y no viejos como a esos viejos que no pueden caminar solos, que le cuesta por orgullo pedirle al titiritero que lo lleve hasta el baño,  que llevan altiva su vida común, su vida vivida.

Las vidas de estos trapos, hombres y mujeres, a los que les cuesta subir las escaleras, tienen almas que van en ascensores. No son héroes, ni les importa serlos. ¡Vaya a saber cómo habrán sido las vidas reales de los héroes! (Lo más interesante de los héroes es saber cómo fue su vida real. Lo demás va y viene, medalla más medalla menos.) Estos  bailan, bailan y dibujan, dibujan y discurren, discurren y filosofan, filosofan y discuten, discuten y aman. Aman y dicen “¡qué bonito!”, así “que bonito” con tono bajo, bonito con minúscula, y de este modo agradecen a la vida estar vivos.  Porque cada cosa trivial, y cotidiana de cada persona(je) está llena de poesía.
……………………………………………………………………………………………………………………………………………………….
El doctor Negri que discutía con el metafísico amigo de Adán, tendría que ver el espectáculo de Sergio Mercurio, no le hará falta hacer ninguna disección. Allí encontrará el alma, sólo el alma. Alma, nada más que alma.

(Foto 1 Diario El Comercio.com de Ecuador)

viernes, 2 de noviembre de 2012

Arte / Caravaggio y sus seguidores


Malo, malo, genio eres.
N.F

Caravaggio
el primer gran artista rechazado
a causa de su originalidad”
                                                            Hauser

 
Admiramos a los malditos.
Caravaggio fue el primero.
Nos gustan los malditos.
Caravaggio fue un maldito.

Nos gustan los malditos por su desobediencia. Porque rompen decretos, distorsionan fórmulas, critican reglas, reformulan valores, porque destruyen prototipos, estereotipos.
Nos gustan porque tiran los moldes a la basura y fundan, como Poetas, nuevos mundos.
Nos gustan porque tienen algo de siniestro, porque sacan hacia afuera los temores, los tumores y las miserias que nosotros ocultamos transitando por la medianía. Nos gustan, porque viven descorriendo velos, abriendo telones en los entreactos, orinando lavabos, sacando, orgullosos, trapitos al sol.
Nos gustan porque hacen todo lo que hizo Caravaggio.
Los odiamos.
 
 
Admiramos a los malditos.
Y a Caravaggio entre ellos.
Los admiramos por sus desgracias, por sus vidas desdichadas, por sus faltas de fortuna, por sus destinos fatídicos. Nos gusta verlos  batirse a duelo dentro y fuera de las escenas del arte. Nos cautiva sus fatalidades. Sus irascibilidades, sus arbitrariedades. Gozamos aterrados, poniendo la mano delante de los ojos y abriendo los dedos, viéndoles cortarse las orejas. Y aunque esto revele que somos una porquería no nos importa porque disfrutamos con su arte, porque nos conmovemos con su genialidad, porque ellos, detestables, nos permiten saborear dulcemente, su amargor. No nos importa porque paladeando sus asperezas, sus rugosidades y sus destemplanzas, disfrutamos de sus talentos.
Los odiamos.
 
Nos gusta el Arte Maldito. Y el barroco es el peor.
Nos gusta cuando la estabilidad desvaría. Cuando lo clásico queda en ridículo.
Cuando el clérigo le compra el cuadro a un pintor pendenciero, cuando el artista que frecuenta los bajos fondos puede sacar luz de las tinieblas. Cuando esas tinieblas místicas que rodean imágenes sagradas se confunden con las del humo de los burdeles.
Nos gusta cuando lo bueno e impoluto se llena de mugre. Nos gusta deleitarnos con ironías y  mordacidades.
Lo detestamos.
 
Entonces allí el barroco, allí Caravaggio, allí sus seguidores.
Entonces allí una muestra.
Allí el museo de las artes bellas en los buenos aires que la contiene.
Allí nosotros, vestidos de ciudad, entrando por la avenida Libertador, con catálogo en mano, admirando aquellos trazos que alguna vez fueron maravillosamente cuestionadores, arbitrariamente  inusitados, extraordinariamente controvertidos.
Allí nosotros ambivalentes, contradictorios.
 
Siete y quince.
La Muestra tiene siete telas de Caravaggio y quince más de sus seguidores.
La recorremos.
Vemos en ella seis escenas religiosas y una pagana. (O quizá sea al revés)

La primera, San Juan Bautista que alimenta al cordero. Dice el resumen que se trata de una obra melancólica, retrospectiva, que expresa sus turbulentas experiencias personales. En un fondo oscuro la diagonal del cayado organiza la tela. El cuerpo del santo sigue esa dirección. El torso  de San Juan Bautista blanco, desnudo e iluminado y la cabeza del dócil cordero en el ángulo inferior, separado por el bastón del  pastor santo, arma el conjunto. El rojo púrpura del paño juega como una mancha entre sombras y luces sobre un fondo oscuro todo lo sostiene.

En San Genaro decapitado o San Agapito, vemos el rojo sangre pintado en la época que el maestro se escapa de Roma acusado de un crimen, vemos en ese San Genaro la  fuga del pintor y su violencia. La única sutileza del lienzo se encuentra en el dorado donde comienza, otra vez, la diagonal, y contrasta con la expresión hierática que Caravaggio ofrece del mártir.

Todo lo contrario ocurre en San Francisco meditando (en la primera tela y en la copia realizada por el autor). Aquí encontramos una inquietante serenidad en su figura. Como en toda su obra, vemos como la tela diluyen los límites en esa oscuridad que encierra lo incierto, lo oculto, lo celado. La diagonal del cuerpo, nuevamente, es la línea que organiza, la cruz iluminada y límpida, es la línea que equilibra toda la composición. La luz resalta la calavera, la muerte que atormenta, la finitud de la vida terrena, el punto blanco.

En el Retrato del Cardenal podemos ver la magnificencia de la composición del maestro italiano. Aquí se aprecia el contrapunto que se genera entre la tez blanca apenas iluminada del cardenal, su birreta púrpura, su cuello blanco y su cuerpo enfundado en un fondo oscuro. Todo se aleja de los retratos claros, limpios y puros de épocas precedentes.

La Cabeza de Medusa se destaca en la exposición, por el lugar que ocupa en la muestra y por su originalidad -pintado sobre un escudo circular-  por ser una imagen pagana  y  por su aterradora expresión, que aún como sucedía en la mitología griega, sigue paralizando (las miradas) a los hombres.  

San Jerónimo escribiendo es la más impactante de todas las obras de Caravaggio que se exhiben en la muestra. Su naturalismo es notable. Toman cuerpo la piel mustia, los músculos envejecidos, la barba canosa -dibujada pelo por pelo-, las arrugas de la frente, las de la mano, los ondeados de las telas, el ajado de las hojas, de la cubierta del libro. La grandeza de la pintura justamente se encuentra en la pintura misma no en la magnanimidad o en la heroicidad del personaje, que por el contrario roza con lo vulgar del hombre común.

Si a Caravaggio se le adjudica el carácter del pintor del “tenebrismo” (folleto de presentación del MNAM) esta selección cumple con la premisa.  En las obras del maestro vemos al pintor maldito en plenitud. Vemos su singularidad. Vemos su pararse frente a la serenidad apostada del clasicismo, frente a la verticalidad de aquellas composiciones, frente sus candideces rayanas con lo ficticio, a sus rostros de porcelana, a sus facciones perfectas, a sus expresiones sedadas y armoniosas; y vemos su cuestionamiento a la intelectualidad del manierismo y a la aristocracia esteticista. En la ruptura con el pasado vemos al Caravaggio , “ bohemio, enemigo de la cultura” (…) alejado de  toda especulación y de toda teoría”.  (Hauser)

El barroco de los seguidores

En sus seguidores vemos la maravilla del barroco, aunque nunca y aunque se esfuercen, la malignidad del capo. Porque siguen una escuela y lo hacen a la perfección y representan con devoción, arte y talento los preceptos del maestro.

Y se puede ver en la obra de Leonello Spada (Coronación de Espinas) con la composición netamente barroca, con una multitud de personajes, con el preciosismo típico del claroscuro, con las ironías de época (el joven que ilumina la escena de la antorcha mientras coronan con espina a un Jesús sufriente mira al pintor como un actor de teatro al público); se puede ver a Artemisia Gentileschi que muestra a una Magdalena (Magdalena Desvanecida) que está más cerca de lo erótico que de lo religioso sobre un fondo difuso que deja una ventana de luz que conforma un paisaje abierto.

Se puede ver a  Hendick Van Somer (San Jerónimo) con otra versión del San Jerónimo de Caravaggio, realizada con gran inspiración y virtuosismo. Se puede ver una tela de autor anónimo (Los Trapaceros) como otro de los momentos cúlmines de la muestra, donde se puede notar a la perfección esa ruptura con lo clásico donde los personajes están casi de espalda, tomados como si fuera una improvisada fotografía , fuera de toda pose. Se puede ver más y más y más.

¡Señores! (plaf, plaf, golpes secos con la mano) ¡A disfrutar! ¡La mesa está servida!
Gustemos envenenarnos con semejante manjar.

 
Caravaggio y sus seguidores
Museo Nacional de Bellas Artes
Entrada gratuita
http://www.mnba.org.ar/nota_detalle.php?id=52

Arq. Angel Navarro en Lan Nación ADN
http://www.lanacion.com.ar/1518174-caravaggio-y-sus-seguidores-en-el-museo-nacional-de-bellas-artes


(Fotografía NF)