EL PALACIO PAZ
Nicolás FratarelliPublicado en Mirada y Crítica
Ciudad, arquitectura, globalización y territorio
José Camilo Paz, director del diario
y propietario del palacio, necesitaba una arquitectura para ser vista más que
para ser usada. En realidad para ser admirada más que mirada, donde su retórica
prevalezca por sobre a las necesidades funcionales. Y así se hizo.
El edificio, que se apropia de la
forma irregular del terreno, presenta dos rostros. Uno frente a la ciudad, donde se muestra altivo,
seguro, severo; y otro hacia su patio
interior, donde, por variedad y elegancia de lenguaje, se esparce fluido,
acogedor, amable, aunque sin perder nunca sus aires aristocráticos.
La plazoleta que lo separa de la
avenida Santa Fe propicia que su fachada se despliegue completa frente a la Plaza San Martín y
exhiba sin prejuicios su academicismo.
Como el resto de los grandes
edificios de la época el palacio refleja las distinciones de rango. Las
diferencias sociales de Buenos Aires de principio de siglo se pueden leer en la
disposición de los espacios funcionales del edificio. La planta del basamento y
la del ático (ambos sectores dedicados a las dependencias de servicios)
realzan, desde el aspecto formal, el valor de las plantas principales. Mientras
en su altura la primera sostiene al piano nobile, la segunda la corona
y dos salientes a modo de torretas
(espacios de apoyo) lo flanquean. El basamento, su cuerpo y su remate muestran
con contundencia el contenido que encierra su forma. La doctrina clásica de la belleza,
basada en un orden general que maneja la regularidad, la simetría y la
proporción está presente en cada una de las partes del edificio y le da
coherencia, armonía y unidad al conjunto.
Siguiendo los preceptos de
Blondel,“no olvidemos nunca de imitar las obras maestras de nuestros
predecesores”, Sortais parte de ejemplos
preexistentes y toma como modelo al
Castillo de Chantilly, reconstruido casi por completo por su maestro Honoré
Daumet, y a sectores del Palacio de Versalles, como el salón de los espejos, prototipos que manifiestan con eficiencia los
postulados políticos, económicos y sociales del propietario, su gusto por la
cultura francesa, y sus pretensiones presidenciales, en el marco de una
democracia para pocos en el desigual país del centenario.
El palacio no tiene ningún tinte
ingenuo. Nada queda librado al azar. Su
discurso seduce e intimida. Su presencia maravilla y paraliza. Su virtuosismo
artístico estimula y cohíbe. La idea es generar una sucesión ininterrumpida de
efectos que lleve al deslumbramiento. Y todo comienza en el gran portón de
ingreso, con sus sinuosos hierros forjados entrelazando sensuales hojas,
ramillas y rosetones realizados en bronce que parecen tener vida.
Su interior, rompe cualquier tedio
con lo vulgar. Una vez atravesado el acceso principal (de carruajes) se ingresa
al edificio por el hall donde espera una imponente escalera que eleva al
visitante hacia otro nivel donde encuentra vitrales, pinturas,
decoraciones bañadas en oro y una escultura giratoria esculpida en
mármol de Carrara . El camino
impacta a cada metro, en cada detalle. Su corredor, un tanto lóbrego, cargado
de exuberantes muebles de madera talladas realizados con maestría artística,
tiene la función de pasillo y actúa como
el eje organizador del sector, los
salones que lo flanquean maravillan por su arte y luminosidad, y hacia el final el Gran Hall de Honor (de 16 m de diámetro y 21 m de altura), con un
balconeo que lo enmarca y la cúpula de cristal omnipresente y con la imagen del
Rey Sol, es el punto culminante del deslumbramiento.
Cada sala, por menor que sea es
muestrario de estilos históricos (Regencia, Luis XVI, Imperio, Neogótico), en
ellas encontramos suntuosos pisos de maderas nobles, robles de Eslabonia,
ébano, guindo, zócalos de nogal, paredes recubiertas por boisserie, otras
tapizadas en damasco de seda, molduras recubiertas con dorado a la hoja, otras
imitando casetonados de madera, y rosetones, blasones, laureles, copones,
guirnaldas, volutas, columnas decorativas y junto a con pomposas arañas de
bronce y cristal, siete ascensores y calefacción central.
En su interior sus secretos se
divulgan, la sobriedad exterior estalla y se transforma en lujo y ostentación.
En definitiva Paz, político conservador, diplomático de Roca, Juárez Celman, Pellegrini
y Sáenz Peña, es parte de las grandes familias de la Argentina pródiga
enriquecidas por el modelo agroexportador. El funcionamiento de la mansión es
una alegoría del país. Treinta y cinco dormitorios, dieciocho baños, sesenta
sirvientes destinados a servir a nueve personas en otras palabras mucho
territorio y mucha gente para servir a pocos.
Deslumbramientos tras
deslumbramientos, producto de retórica ornamental no de su especialidad
arquitectónica en si misma. Por sobre la arquitectura, lo escenográfico
predomina invade el juego y sacude. Engaña al ojo. Bajorrelieves que evocan
trofeos de guerras ficticias, falsas puertas, mármoles simulando cortinados,
cúpulas lisas creadas con ilusiones ópticas, un arte superpuesto ligado a
finalidades externas al arte. Una arquitectura manifiestamente discursiva pues
si el edificio se despojara de sus ornamentos perdería la mitad de su interés
puesto que tendríamos grandes cajas agujereadas yuxtapuestas unas a otras. Por
eso el palacio expresa tan bien su época en la que el granero del mundo se
escondía bajo su alfombra, en su sótano o en algún desván del ático, lo que se
era necesario ocultar.
La construcción del palacio demandó
doce años: comenzó en 1902 y finalizó en 1914. La construcción estuvo a cargo del
ingeniero Carlos Agote. Como una mueca del destino, José C. Paz, que se instaló
en Europa en 1900, donde falleció en 1912. Nunca pudo conocer su palacio; Louis
Sortais, tampoco, porque nunca viajó a la Argentina.
Excelente
ResponderEliminarMuchas gracias!