sábado, 25 de agosto de 2012

Literatura / Hebe Uhart


Viaje en Pullman: Turistas
Nicolás Fratarelli
 
Debo confesar que hasta el momento no había leído ningún libro de Hebe Uhart  sólo, creo, algunas cosas sueltas publicadas en algún suplemento de algún diario. Casi sin buscarlo, mirando con devoción en la batea de literatura argentina en una librería-cueva de la calle Sarmiento,  cayó en mis manos una de sus obras. Un libro de cuentos: Turistas. Y fue mágico. Desde el momento en que lo abrí no pude dejar de leerlo hasta llegar al último punto final. A tal nivel no pude (no puedo) despegarme de él que estas líneas tiene el objetivo de prolongar su compañía por  un rato más.
 
Turistas, el libro de Hebe Uhart, se compone de nueve cuentos. En una primera aproximación, la más obvia, podríamos decir que el  hilo conductor que amalgama las diferentes historias gira alrededor de los viajes: internacionales, nacionales, urbanos y también por el interior de los propios protagonistas; sin embargo, y más allá de las historias que relata cada uno de los cuentos, todas  tienen como eje central algo no dicho: la reflexión sobre el idioma, y con ello juega seriamente -no juguetea- y hace literatura pura, pura literatura.
 
Si lo leemos superficialmente, cada cuento en sí mismo podría pasar como una mera anécdota o como un relato menor compuesto de situaciones triviales, cotidianas, comunes, sin embargo cada historia, repito, en apariencia llana, tiene múltiples observaciones que la autora, aguda profunda y sumamente reflexiva, la expresa con gran economía de recursos.
 
El modo de narrar de Uhart, su desparpajo, su desenvolvimiento, su valentía, su falta de miedo al qué dirán literario,  hace de su trabajo una obra de gran frescura, y  le quita solemnidad a situaciones verdaderamente dramáticas pero nunca profundidad.
 
Su  estilo descontracturado, libre de prejuicios,  fluye con naturalidad. La exactitud de los tonos encontrados en cada cuento y su  humor -por momentos no pude contener las carcajadas leyendo, por ejemplo, en medio de la hostilidad de un viaje en subte-, nos  pone en evidencia la viga que tenemos delante de nuestros ojos.  La libertad de su literatura me trajo recuerdos de una de mis escritoras favoritas, Alicia Steimberg. Cada renglón es un experimento del lenguaje por parte de la escritora y un descubrimiento por parte del lector. Las historias son las excusas para entender las transversalidades de una lengua sin dueño -por más que existan academias que busquen anquilosarla-.
 
Uhart se permite la licencia  de escribir incorrectamente si hace falta -lo cual no significa escribir mal, más bien todo lo contrario-. Va hurgando en  los distintos idiomas que hace al idioma. Sus cuentos son un centro de catación del hablar, degusta de giros,  de frases hechas, de expresiones cotidianas que por tan comunes pasan desapercibidas hasta que ella le pone la sábana a los fantasmas inmateriales del idioma y las visibiliza. Podríamos decir que Uhart, con estos cuentos, no deja títeres con cabeza.
 
Las historias de sus cuentos, los hechos que allí ocurren, son apenas circunstancias. Si se analizan con una mirada clásica, a los cuentos Uhart “le faltan conflicto”. Sin embargo en la imposibilidad que muestran sus personajes, en la falta de deseo, en los pequeños, pequeños, sueños inalcanzables, en las ilusiones truncas, está el mayor conflicto; en  “ese no pasar nada”, en lo latente está la riqueza y la hondura de sus relatos. Uhart no busca amarronar las aguas para que el lago parezca más profundo. No miente. Solo hay que leer con atención el texto y convertirse en cómplice de sus permanentes guiños.
 
Chejov señalaba que las determinaciones más importantes de su vida la gente la desarrolla en lugares comunes y de modo casi trivial. En un suplemento cultural de un diario, armaron una  “entrevista tipo”. El mismo reportaje se lo hacen a distintos personajes de la cultura semana tras semana. Una de las preguntas es: ¿En qué lugar fue más feliz? Los entrevistados por lo general  contestan  con respuestas casi banales. La gran mayoría  termina señalando los lugares más domésticos de sus vidas  desilusionando al lector (y al espíritu de la pregunta) que espera que diga “en el carnaval de Venecia cuando cambió el milenio” o “frente a tal cuadro de Rembrand en el museo de Amsterdan” o “en las cavernas de Altamira donde pude sentir la futilidad del hombre”. Sin embargo nada de esto se responde. Es que en realidad los seres comunes, de carne y hueso, casi como cualquiera de nosotros, declaran su amor frente a un kiosco de golosinas o cruzando la calle fuera de la senda peatonal, o saboreando una galleta sin sal untada con un paté de foi abierto desde hace unos cuantos días. No hacen falta ramos de flores,  balcón  y serenata para que una historia sea  sólida y  profunda, otro bagaje teórico puede sostenerla, y en Turistas todo esto lo encontramos realizado con maestría.
 
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Uno de los cuentos, “Stephan en Buenos Aires”, es todo un hallazgo. Está perfectamente mal escrito:
“Iba yo recorrer calle Florida, cuando vi pájaro gorrión
(que, según opinión de Stephan)
chilla en universal”.
 
El texto cuenta, simplemente, la visita de un turista extranjero a Buenos Aires. Pero no lo relata. Su tono es tan exacto que a medida que uno va leyendo aquello que dice Stephan, lo escucha hablar. En cada palabra resuena su voz.
 
“-Cortala, ¿querés?”
 
En un momento le dice  su amiga argentina al visitante Stephan.
Él piensa.
 
“No comprendía “cortala”. Paresciá con su disgusto.”
 
Y continúa –trascribo textual:
 
“-Perdoname, hay tenés la toalla.
 A mí no me agrada “perdóname”. Si todo el tiempo “Perdoname”, primero todo mal y después se reglamenta lo torcido, lo torcido permanece. Muy difícil compostura de cosa torcida.”
 
En “Bernardina”, otro de sus cuentos relata el viaje de una joven paraguaya criada en el campo que, tras un paso por Asunción, viene a trabajar a Buenos Aires. Aquí Bernardina habla en primera persona: repito el concepto: no se lee a Bernardina se la escucha en el texto. Junto a ella van, veladas, las preocupaciones idiomáticas que encierra el texto de Uhart.
 
En un segmento Bernardina sentada en una confitería en donde apenas se “hallaba”, habla con su hermana, Rosa, que desde hacía tiempo  vivía en Asunción.
 
Bernardina:
“El papá siempre decía “Y ustedes no me hablan con los extranjeros”
Rosa:
-¡Por favor!
Bernardina reflexionando sola:
Rosa me dijo -¡Por favor! Y siempre con el “por favor” en la boca. Qué “por favor, la vecina no era de fiar (y que) ¡–Vamos ya, che. Que usar piel con el calor que hace acá, por favor!  Y otra vez “por favor”, “por favor”.
 
En otro párrafo Bernardina cuenta que su hermana, habituada a vida urbana, frente al inminente viaje a Buenos Aires le sugiere:
 
-Es bueno que te cambies de nombre.
-¿Cambiar? ¿Por qué?
-Bernardina es demasiado largo ¿no te agrada Bern?
 
(“no te agrada” dice, no le dice “no te gusta”)
 
-No me voy a hallar. Voy a hallar que llaman a otra mujer.
-Como quieras.
 
(y aquí , como lo hace en varios pasajes, se detiene en  lenguaje gestual de la joven)
 
Pero allá…
 
(En la ciudad)
 
…se camina con los brazos más pegado al cuerpo. En el campo usan los brazos como remos. Y ahí nomás entró a caminar  como caminaba yo y cómo era la forma legal de caminar”
 
 
En “Centro cultural” se escucha hablar, entre otras “colectividades” a una alemana (¡la esposa de Anastasio Quiroga, el Inca!) que era la representante artístico de su “marrido” y aparecen modismos que marcan, con gran síntesis, los rasgos de diversos pueblos. Por ejemplo cuando Arturo  -el dueño del Centro Cultural- llama “señor” al cantante boliviano que trataba de participar en el reducto éste le contesta “El señor está en los cielos” que resulta un modo gracioso y a la vez muy efectivo de matar varios pájaros de un tiro porque mostrando esta frase hecha, este dicho popular, a la vez muestra la humildad de quién así se expresa.
 
El lenguaje está presente como reflexión permanentemente. Volviendo a “Stephan en Buenos Aires”  Uhart señala la aparición de un cartel que dice: 
 
Tango
José Ognatievich: violín
Jorge Waisman: piano
Acordeón: Julio Etmekian
Asista
 
La sola aparición de semejantes apellidos tocando tango -imaginémoslo tocando “Papusa de arrabal”- tiene de por sí la suficiente fuerza como para no acotar nada más. Por otra parte ¡Qué más se puede agregar después de ese “Asista”!
 
Distinta es la situación con el cartel de “El departamento de la costa”. Allí sí  Uhart da su opinión:
 
 “Adelante ponían  unos carteles de lata o de madera, donde decía: “Plomero” o “Carpintero”. Eran carteles sin convicción, apenas se veían.”
 
 
En fin, ya pasé por otras librerías. Ya tengo visto otros títulos. Ya revisé su biografía. Me da vergüenza y bronca no haberla leído antes. Espero pronto poder insertarme en aquellos textos y espero poder hacerlo como viajero más que como turista, para poder perderme en sus vericuetos, en sus calles y dejarme llevar como me llevó este, de las narices, y seguir disfrutando de episodios tales como:
 
“ Arturo usó una palabra que nunca había empleado antes:
-¡Esto no tiene parangón!”
 
Así es. Disfrutar de esta literatura no tiene parangón.
 
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Turistas
Hebe Uhart.
2008. Primera edición.
158 pag.
Adriana Hidalgo Editora

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