Florencio Sánchez
El Nómada
de Banfield
Nicolás Fratarelli
Publicado en el Banfileño. Mayo
2013. Nº6. Año 1.
Ilustración Andrés Alvez
Mientras miraba por la ventanilla
del tren, tosía. Cruzaba los Alpes. Retornaba a Italia. De Suiza lo habían
echado amablemente. Lo habían rechazado de hoteles y hospitales. La Svizzera no quería
tuberculosos. Que te curen en Milán uruguayito.
La ilusión de que las montañas
alpinas lo aliviasen de su enfermedad duró poco.
Desde la ventanilla del tren
miraba su pasado. ¿Qué se movía el tren o el paisaje? ¿Él o su historia? ¿Es
que acaso el pasado es historia, o el relato de ese pasado la convierte en tal?
Florencio transitaba por las vías
desde hacía treinta y cinco años. Transitó esas vías de la vida como pudo.
Molestó a todos los que merecían ser molestados. Fue un tábano con un aguijón
alerta.
Florencio Tosía. Tosía y estaba solo, ya había despilfarrado 3000
francos en Niza como si nada, lo había hecho en un casino, lo había hecho como
desahogo, como fechoría más que como
diversión. Todo el dinero que le habían pagado por una de sus obras había
quedado lapidado. Y bueno la obra era Los Muertos. ¿Derroche? pero ¿qué
es el dinero? sino apenas eso, tenerlo por unas horas en el bolsillo, apenas,
por un rato. Algo tan efímero como la salud. Lo tuvo y lo gastó. Lo ganó
vendiendo y malvendiendo sus obras. Todas sus obras. Porque todas fueron malvendidas, porque por ninguna
pagaron lo que realmente valía.
En ese tren sentía lo mismo que aquel
13 de octubre de 1909, cuando bajaba en Génova del barco italiano “Príncipe di
Udine”. Por esos días había dejado escrito: “…estoy desconsolado y con ganas de dejarme morir… me siento deprimido,
triste, compungido, con ganas de llorar…”. Las cosas no habían cambiado
demasiado en ese aspecto después de un año. Ahora iba en un tren que lo
conducía a Milán, seguía llevando consigo, dentro de su equipaje escuálido, su
angustia y sus pulmones tan dañados que apenas lo dejaban respirar.
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Florencio nació en 1875, en
Montevideo. Fue uno de doce hermanos nacidos vivos. Tuvo como única formación
regular haber asistido a la escuela primaria.
A los diecisiete años se radicó
por primera vez en Buenos Aires. Desde ese momento no paró de girar. De Montevideo a Rosario, de Rosario a Buenos
Aires, de Buenos Aires a Montevideo y
así en círculos, ininterrumpidamente.
Las injusticias sociales lo
llevaron a abrazar las ideas anarquistas, y a expandirlas. Sus textos tomaron
como referencia las lecturas de Bakunin, Kropotkin, Reclus, Malatesta, luego vendrían
otras: Zola, Ibsen, Strindberg.
Peleó siempre desde donde estuvo.
Con su pluma y con su cuerpo. Las hormigas que llevaba en el corazón lo
convertían en un espíritu inquieto.
Según palabras de Lisandro de la Torre Florencio Sánchez era un
“bohemio incapaz de someterse a ninguna disciplina”. Era cierto.
Para mil novecientos, con sólo
veinticinco años, ya se había ganado un lugar destacado dentro del
circuito periodístico y en Buenos Aires comenzó
a recorrer los ambientes intelectuales y
las oficinas de redacción de los principales diarios.
Luego inició su otro trabajo. Un
trabajo imparable. Comenzó a crear su dramaturgia naturalista, realista, única,
que lo llevaría a la fama: Gente Honesta, Canillita, M´hijo el Dotor, La Gringa , Barranca Abajo, En
Familia… En solo cinco años (de 1903 al 1907) escribió más de quince obras
que se transformaron en clásicos. En muy poco tiempo se convirtió en hito de la
dramaturgia rioplatense.
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Tosía. Tosía y recordaba.
Recordaba el día que fue a pedir la mano de Catita, de Catalina Raventos.
Recordaba que una tía, de quien luego
sería su mujer, le preguntó “¿Y usted
con que cuenta joven?”. Sonreía por la pregunta pero aún más por su respuesta
jactanciosa y soberbia: “con mi pluma señora, cuento con mi pluma”. El pensamiento lo abstrajo. Amó con el alma a
esa chica de buena familia. Él el anarquista, el bohemio, de quien había que
tener cuidado por anticlerical, se casaba por iglesia con su gran amor y
agradecía caer en los brazos de quien lo ayudaba a “razonar juiciosamente”. En ese momento del
viaje no tosió. Le quedaban pocos días
de vida. Lo sabía. Esos paisajes eran los últimos que vería. Morir en Milán,
pensaba, morir tal lejos del Río de la
Plata …
El tren de los Alpes le recordaba
a aquel que iba de Constitución a Banfield.
Acá cruzaba el Riachuelo que por aquel entonces no tenía olor. Acá cruzaba el
Riachuelo el autor teatral más importante del Río de la Plata , uno de los más
destacados de habla hispana. Acá cruzaba una gloria del teatro.
Sobre ese tren lejano, recordaba
su época de esplendor, veía al público de pie aplaudiendo a uno de los más
perfectos textos para teatro: Barranca Abajo. Recorría sus puestas en el Teatro Apolo, veía
decir sus textos a los grandes actores de la época.
Recorría con su mente, el momento
en que se casó, cuando fue a vivir con
su mujer a Buenos Aires. Pasaba el dedo por el polvillo de los muebles de su
casa de San Telmo. Recordaba sus viajes,
las orillas que lo contenían como si fuese siempre la misma, porque él fue un
nómada de dos orillas, a las que siempre sintió como una, sólo una, siempre la misma, sin distinción.
Desde Montevideo, en uno de sus
tantos viajes Florencio le escribió a su amigo Luis Doello para que le consiga una casa en Banfield. Su salud declinaba cada día un poco más y esto
afectaba a su espíritu que pedía trozos de calma.
Para esa época la zona sur era sinónimo de aire puro, como
en Suiza, pero mejor, porque no echaba a nadie.
No por casualidad en Temperley se instalaba el anexo del Hospital
Español para Valetudinarios y Crónicos (1904) no por casualidad el Asilo de
alienadas (1908) -hoy Hospital Estévez-.
Releía de memoria la respuesta de
su amigo, donde le informaba que le había encontrado la casa deseada. Está “a tres cuadras al sur de la Iglesia ; tres piezas,
cocina, dependencias, una piecita alta, gallinero, huertecita, jardín al
frente. Nada de tapias; alambre tejido y ligustrina”. La casa era la
extinta Quinta Las Magnolias, en Medrano 440. Allí se instaló junto a su esposa,
su hermano Alberto y su prima Isabel.
Recordaba que con frecuencia sus
amigos iban a visitarlos; que usaban la pieza
de huéspedes cuando “llevados por una conversación animosa” perdían el
último tren para su regreso a la urbe.
Florencio amaba las aves. Tenía a
Kivi, una calandria domesticada, a quien le hablaba y le enseñaba a entonar el
Himno de los Trabajadores, y una garza
que lo seguía por las calles y arqueaba el cuello como un gato cuando Florencio
le rascaba la nuca diciéndole “Juancito… Juancito…”.
Cuentan sus amigos que a Florencio
le gustaba morder pétalos de flores en pleno trabajo. Cuentan de las rosas
color té que crecían en el jardín, cuentan
que Catita las juntaba y que con ellas cubría todos los rincones de la casa, y
vestía la mesa sencilla, de pino lavado, y disfrutaba de su aroma.
Cuentan que sobre su escritorio
había frutas; que hincaba las uñas sobre
limones y disfrutaba con el perfume de su jugo.
Florencio vivió en Banfield.
Podríamos decir que aquí vivió. Que fue aquí donde más vivió. Fue
en Banfield donde le cortaba el codito de pan a su esposa, donde la sentaba en
sus piernas, donde le decía Catita te amo. En otros lugares moró, residió, yiró,
vagó, merodeó deambuló confraternizó discutió; desde otros lugares fue y vino, de
Banfield también, pero aquí fue feliz.
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El tren lo dejó en Milán.
Florencio se encontraba parado con la
valija en la mano decidiendo donde ir.
En la estación la marea humana lo esquivaba a paso rápido. Se había terminado
el tiempo de los recuerdos. Tosía. A los pocos días lo internaron en el hospital de caridad “Fate bene fratelli”.
Allí murió. Demasiado joven. Fue un 7 de noviembre de 1910. Su legado continúa
vivo.
Bibliografía Consultada
Julio Imbert , Florencio Sanchez y una carta de Luis Doello Jurado. Buenos Aires. Ed.Pantomimas. 1953
Julio Imbert, Florencio Sanchez
Vida y Creación. Buenos
Aires. Ed. Paidós. 1954
Pedro Urquiza. Historia del
Club Atlético Bánfield. Buenos
Aires. Libro del Centenario del C.A.B.
Gabriela
Braselli en
Florencio Sánchez entre las dos
orillas. Getea. Grupo de
estudios de Teatro Argentino e Iberoamericano Osvaldo Pellettieri y Roger Mirza editores. Buenos Aires, Ed.
Galerna. 1998
Jorge
Lafforgue, Florencio Sánchez. Buenos Aires, CEAL, 1967.
Luis
Ordaz, Florencio Sánchez. Buenos Aires CEAL, 1971.
Ignacio
Rosso, Anatomía de un genio: Florencio Sánchez. Montevideo, Casa del
Estudiante, 1988.
Jorge Dubati, Florencio Sánchez
y la introducción del drama moderno en el teatro rioplatense
Rita
Gnutzmann Borris, Florencio Sanchez
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