PROBAR MONDONGO
N.F.
Entre las muestra que se exhiben en el
Museo de Arte Moderno de Buenos Aires (MAMBA) se encuentra la de Mondongo
(colectivo artístico compuesto por Agustina Picasso, Juliana Laffitte y Manuel
Mendanha).
La exposición, curada por Kevin Power, se compone de los trabajos realizados por el
grupo desde 2009 hasta la fecha, y se presenta dividida en dos ejes temáticos:
Retratos y Paisajes. En ambos segmentos,
encontramos diversas expresiones y técnicas variadas, no obstante (y, aunque
tengamos que tomar un ascensor que nos lleve de una sala a otra para seguir
viendo la muestra –como si fuese parte de la propuesta artística-) el conjunto se lee como una unidad. Todo lo
amalgama la libertad expresiva y la
destreza y la autoridad artística con la que los artistas dominan el material.
Más que retratos
Los retratos están trabajados con hilos de
algodón sobre madera. Parece increíble
que con este material se consiga un resultado tan realista, una imagen tan
fotográfica y a la vez con tantas
sutilezas.
Entre los retratos llama particularmente la
atención el de Rodolfo Fogwill. La expresión conseguida es tan poderosa que trasmite, sin mayores
necesidades de interpretaciones, la fuerte personalidad del escritor devenido
en modelo para la ocasión, cada trazo, expresa su nervio, su carácter, su
energía.
Aparte de los retratos, en esta misma sala,
encontramos unos cuadros que se insertan dentro de la pared del museo y que
juegan con la idea del espacio y la perspectiva casi como una ironía, dado que
ambos conceptos se hacen cuerpo en la profundidad del mismo cuadro. Completa
este grupo un, desde lejos,
verdadero-costillar- de- vaca- disecado- producto- por- el -efecto- del-
desierto, que en principio parece una
traspolación de ese elemento al ámbito
museo, y desde cerca (como en casi toda
la producción artística de este grupo),
nos guiña el ojo cuando ese hipotético resabio animal se manifiesta realizado con monedas de cinco y diez
centavos de curso legal.
Natural mente
Las obras de los paisajes (¿los, el?) se
encuentran en otra sala. La lectura
comienza en un extremo y termina en el otro, en ese recorrido van pasando
cosas. Va cambiando el panorama, vamos deslumbrándonos.
Todo es un conjunto se
compone de quince cuadros de aproximadamente dos metros de alto por tres de
largo, dispuesto como una gran cinta,
curva, armada con cada obra una
al lado de otra, dando continuidad a todo un relato natural del paisaje
-boscoso, casi selvático- entrerriano.
Lo que queda delante de nuestros ojos es altamente realista sólo hay que animarse a dar un paso para
entrar en ellos y comenzar a correr enloquecidamente en aquellos matorrales.
Pero lo más original del tema es el material: está realizado todo en
plastilina. Ramas que se escapan de los planos, el barro que casi salpica, el ruido del agua, la humedad que se nos impregna, los olores más o
menos densos según el punto donde nos hallemos, los sonidos de los animales,
todo eso está presente, no hay alegoría todo es real.
En este contexto, cada cuadro nos pide
compromiso, complicidad, como en el juego de “Buscando a Wally”, no paramos de
encontrar elementos nuevos, cada mirada
nos lleva a descubrir un detalle, nos hace entender la composición del paisaje y esto, a su vez
nos hace comprender al arte que expresa
este grupo de nombre tan particular.
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