sábado, 25 de mayo de 2013

Ensayo / El espacio público como amenaza

La ciudad mediática:
El espacio público como amenaza
Nicolás Fratarelli

Revista Contratiempo.
Año XI Nº3 primavera 2011 


El espacio mediático

Las ciudades se van impregnando cada vez de más frivolidad. Unas buscan parecerse a otras, siguiendo los esquemas urbanos considerados exitosos por el orden global, sin importar su posición geográfica, su cultura  y sus habitantes.

El discurso mediático, en manos de intereses privados, se aprovecha de las ingrávidas democracias  para caerles al acecho y desplegar sin pudor un relato de  ciudad a su medida, llena de corazas, pautas publicitarias, y preconceptos,  produciendo “ideas de ciudad, críticas, análisis, figuraciones, hipótesis, instrucciones de uso, prohibiciones, órdenes (y) ficciones de todo tipo.” (Beatriz Sarlo)

Estos relatos buscan proteger intereses sectoriales creando una ciudad mediática a su imagen y semejanza, despegada de la vida de quienes la habitan y la hacen diariamente.

Como la sábana que convierte a la nada en fantasma, el discurso omnímodo procura transformar lo soso en sustancia, reemplazando el debate con sobreinformación; exponiendo  un  catálogo de datos inútiles, lleno de slogans de fácil digestión, que busca opacar cualquier posición crítica que le haga frente y desautorizar cualquier propuesta alternativa de ciudad.

La intervención mediática sobre la ciudad transita por dos senderos: uno que muestra de forma exacerbada los problemas de la ciudad real, donde se propicia el miedo, y se les refriega  a sus habitantes los peligros y los riesgos que se corren en sus espacios públicos; y paralelamente otro, que ofrece  como solución una “ciudad ideal”, en donde se exaltan las ventajas de una ciudad vigilada, controlada, dirigida, sin conflictos sociales, con una población homogénea y de pensamiento uniforme, generando de este modo una representación que promete una falsa idea de bienestar y coincide con los negocios propiciados por quienes escriben estos guiones


Las sociedades actuales, atomizadas y  apáticas frente a la impiedad y a la injusticia,   prefieren ver en directo por la pantalla de televisión el eclipse lunar con tal de no levantar la persiana que muestra el cielo frente a sus narices. Ante cualquier acontecimiento que infrinja el orden conservador bajado por los medios hegemónicos solo espera una explicación audiovisual de algún pope bien pagado, echarse de costado, apagar la luz de noche y disponerse a dormir, dejando que los discursos dominantes completen los desdeñados intersticios participativos.

“Ciertamente, el poder siempre ha tratado de asegurarse el control de la comunicación social, sirviéndose del lenguaje como medio para difundir la propia ideología y para inducir a la obediencia voluntaria” (Zygmunt Bauman), sin embargo, frente al panorama descrito ya no es necesario el poder de un estado totalitario para lograr el control social. El poder invisible, la imposición masiva del relato mediático con fines determinados, reemplaza sus métodos aunque no sus fines.

Hoy los discursos de los medios de comunicación dominantes, convencen cordialmente sobre las bondades de su plan. Como nos dice Bauman, el secreto de toda socialización exitosa  reside en pugnar para que los individuos deseen hacer lo que sea necesario para que el sistema logre autorreproducirse y “esto puede realizarse abierta o explícitamente (…) inculcando o imponiendo (…) ciertos patrones de comportamiento”. La irónica profecía de  Aldous Huxley en Un mundo feliz,  “el secreto de la felicidad y la virtud es amar lo que uno tiene que hacer (donde todo) condicionamiento se dirige a lograr que la gente ame su inevitable destino social”,  parece cumplirse sin dolor.

Todo este bagaje mediático influye directamente en la conformación espacial de la ciudad, promueve el aislamiento de los actores sociales urbanos y desdeña el uso de los espacios públicos produciendo fragmentaciones y limitaciones de uso, y  predisponiendo  su espacio físico al simple acto funcional de circular o comprar. El acto de usar la ciudad, con el sentido de apropiársela, de sentirla de uno, de tomarla como la casa propia, de quererla y a la vez, de cuidarla, de desear mejorarla y de transformarla, termina siendo una idea sediciosa y conspirativa frente a los intereses de las corporaciones que buscan persuadir al habitante urbano que la ciudad es una amenaza, que transitar por sus calle es peligroso e inseguro y que los lugares públicos son de nadie (salvo cuando, desde los propios medios se llama a  protestar en contra de la “inseguridad”). 


De este modo, al espacio público de la ciudad, que desde sus orígenes fue un lugar impuro, un lugar de discusión, de controversia, de intercambio, de encuentro, hoy se lo pretende como un lugar de paso, prolijo, insulso, chirle, rodeado por una escenografía ajena, separada de la vida, al que el hombre urbano no tiene acceso.  La ciudad perfecta para este discurso es la no ciudad o bien la ciudad virtual, como brillantemente lo planteara Marc Auge, donde los “habitantes de esos espacios públicos convencidos que lo público, no les pertenece, pasan a ser espectadores (…) de una vida sin imperativos” (Gilles Lipovtsky) y simplemente se adecuan a acatar y a ocupar los  lugares que quedan vacante para beber de la fantasía del derrame. 


El espacio del Consumo

El relato mediático como cualquier producto perecedero, tiene fecha de vencimiento, y como mercancía desechable de permanente recirculación, necesita de un reacondicionamiento periódico. Para ello, debe ser eficiente y creíble y por lo tanto debe exponer la información y sus opiniones como verdades inobjetables.

En manos de las grandes empresas que transaccionan comunicación, el ideal de ciudad termina siendo un objeto de consumo más, como cualquier producto ubicado en la góndola de supermercado. Bajo este precepto el consumo termina siendo el único valor que redime a la ciudad y a su espacio público de los lugares conflictivos.

El mensaje estimula el sedentarismo social, o mejor dicho, más que al sedentarismo estimula a caminar en una cinta sin fin, que permiten hacer cientos de kilómetros, regular las velocidades y disponer de las dificultades preestablecidas, pero no moverse nunca del mismo lugar.

La ciudad mediática, es bien recibida por una sociedad desganada, sin espíritu de lucha, malcriada “por el facilismo del mercado de consumo, que promete hacer de cada elección una transacción segura y única, que no genera obligaciones a futuro” (Bauman).  Es bien recibida por una sociedad que lejos de sentirse parte de una comunidad, sueña con encontrar las soluciones de sus desventuras yéndose a otras ciudades (de países centrales) con topónimos que suenan a seguridad y buen vivir,  y al no lograr dicho objetivo, termina eligiendo -como el recurso menos malo- arrinconarse en barrios privados, en torres country o en alternativas similares; tomando, así, el atajo propiode esa vida de niños mimados, de riesgo mínimo, responsabilidad reducida o eludida, y subjetividad neutralizada a priori.” (Bauman)

La ciudad del consumo encuentra su horma en los zoológicos privados al estilo Temaiken, donde todo es pulcro, ordenado y estudiado en cada detalle. Donde no hay olor de animales y los sonidos de pájaros salen de altoparlantes; gusta de los grandes parques temáticos concesionados como el Parque Nacional Iguazú donde uno debe caminar por los senderos obligatorios, y mojarse la cabeza con agua mineral embasada porque el control espacial es tan grande que nadie puede acercar el cuenco de sus manos en los millones de hectolitros de agua que bajan por la increíble catarata que solo está para ser observada. De este modo el discurso mediático encuentra la virtud en “una ciudad simulada, controlada, compuesta por iguales, donde todo está previsto y es previsible (incluyendo la) felicidad encapsulada, segura y esterilizada.” (Zaida Muxi)



El espacio público como amenaza

Dice Habermas: “Por espacio público entendemos un ámbito de nuestra vida social, en el que se puede construir algo así como opinión pública. La entrada está fundamentalmente abierta a todos los ciudadanos. En cada conversación en la que los individuos privados se reúnen como público se constituye una porción de espacio público.”

En cada uno de estos ámbitos el habitante de la ciudad, interactúa con el otro, se proyecta, se refleja, se identifica con el otro.

El espacio público, es un lugar un lugar antropológico que al decir de Marc Auge “constituye las formas elementales del espacio social (…) donde los hombres se cruzan se encuentran y se reúnen”. Su posición en la ciudad la genera las intersecciones de los itinerarios “trazados por los hombres”

En estos centros, se entreteje lo individual con lo colectivo, se unifican diferencias, se unen heterogeneidades, se comparten experiencias, el hombre se identifica con el medio que lo cobija y en la interacción se produce identidades mutuas (del hombre con el medio y del medio con el hombre).

Los espacios públicos de la ciudad son generadores de un discurso propio y por si mismo critican a las expresiones que vienen de los medios de comunicación electrónicos. La ciudad “es un organismo vital que precisamente empieza a morir cuando el hombre no ve en él su reflejo, cuando no entabla una comunión con sus elementos, pero sobre todo, cuando de alguna manera no forma parte de sus problemas.” (Zenda Liendivit)

El espacio público asusta. Aterra. Con su vida propia y contradicciones, se opone a cualquier imposición externa. Las ciudades basan su carácter en estos espacios comunes, en estos espacios de todos. El relato mediático mediante el poder del mercado busca igualar a todas las ciudades, su ideal es hacer a todas parecidas a aquellas ciudades europeas protegidas por Unesco, con sede en Ginebra, Suiza, (país históricamente neutral de todo y modelo de lo insulso), que resultan insoportables de tan perfectas donde es impensado encontrar vida propia, transpiración, suciedad, alguna bacteria que contamine  de vitalidad. El mensaje dominante desea tener ciudades sin alma, sin nervio, sin fibra, igualadas por una manera de ser, donde sus habitantes actúen como turistas, o para ser más específicos, como turistas de museos quienes se adecuan -al igual que quienes se congregan “en los shoppings y en los espectáculos televisivos”- a la “imposibilidad de usar, de habitar, de hacer experiencia.” (Giorgio Agamben)  Frente a esto, el espacio público resiste y actúa como amenaza.

  
Notas
Beatriz Sarlo. La ciudad vista. Siglo XXI. Buenos Aires. 2009
Zygmunt Bauman. Vida de consumo. F. de Cultura Económica. Buenos Aires. 2007
Marc Augé. Los no lugares. Espacios del anonimato. Gedisa. Barcelona 2005
Zaida Muxi. La arquitectura de la ciudad global. Nobuko. Buenos Aires  2009
Gilles Lipovetsky. La era del vacío. Anagrama. Barcelona 2008
Jürgen, Habermas. Historia y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida pública. Ed. Gustavo Gilli. Barcelona. 2009
Zenda Liendivit. La ciudad como problema estético. Contratiempo. Buenos Aires. 2009
Giorgio Agamben. Profanaciones. Adriana Hidalgo. Buenos Aires 2005

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