El secreto tan sabido
Nicolás Fratarelli
"... vivir es un mal. Este secreto es muy sabido."
Charles Baudelaire
La angustia es una constante en la poesía de Baudelaire. Escribe porque no puede soportar la imperfección de la vida, que ésta comience en la muerte, que la justicia en el despecho y el confort en la miseria.
Para él no es un deleite pensar en secretos sabidos, ni vivir sabiendo que justamente en la vida radica el mal; no obstante elige vivir a respirar, mostrar la verdad a taparla y buscar siempre el bien entre las flores del mal, que no son otras que las flores de la vida.
Los dioses que él adora son demoniacos. Plutón y Proserpina podrían estar en la cabecera de su cama, de esa cama que comparte con Juana Duval, su Venus negra, su mortal Madona.
Juntos a sus dioses se halla Cronos, manejando relojes y espejos, elementos que las arrugas del escritor reniegan pero no niegan, porque las aguas del Leteo que lo incita a nadar entre sus piernas, no pueden con él, que vive refugiado en su disconformidad imperecedera.
Baudelaire nos muestra la imperfección de la vida, su descarada sinceridad, su imposibilidad para ocultar lo que realmente es. En ella –en la propia vida- la idea de belleza de la época y todo su ideal de virtud establecida que procura actuar como velo de carroña, se destruye como cristal sobre el mármol del siglo XIX. Y es aquí, justamente, en la máscara que todo expone, donde el poeta encuentra el nudo del mal y busca desatarlo. Encuentra el mal en la figura del Barón Haussman que abre nuevas calles y avenidas para que pasen las aguas del Estigio sobre las hierbas y sobre los idílicos desayunos de pieles desnudas; encuentra el mal en el foyer de la Opera de París donde el amor se ve colmado de refinamiento y de virtud y los sexos se preguntan prudentemente si se pueden permitir "el lujo de un hijo", lo encuentra en la censura de los seis poemas, en el Salón de los Rechazados, en la custodia policial que necesitó Manet para salir de la exposición en donde mostraba cuerpos sin disfraces, encuentra el mal en el siglo impío que paraliza la mitad de su cuerpo socarronamente. En definitiva, encuentra el mal en el mundo burgués que esconde, la pobreza, la enfermedad, la vejez, la protesta de la ciudad, la alienación de las masas, en ese mundo que arma una ficción forzada porque no soporta su propia fealdad que ésta se presenta por encima de acróteras y frontispicios como miasmas, como blasfemias, como dioses demoníacos en los infiernos de la hipocresía, como madres gigantas, como codiciadas alhajas que no conocen manos de gitanas, como hedor de hospitales entre aromáticos frascos de perfumes.
Es por todo esto que Baudelaire, se siente metido en este océano de mal, en este mar que odia. Es por todo esto que se siente un albatros herido en el infinito sin estrellas, y a pesar de todo – y a pesar de todos los males- sabe, conoce, que el mar tiene sus reglas, sus lumbres que iluminan la vida, sus faros que recuerdan el arte, sus serpientes que danzan para ayudar a olvidar lo perverso de la vida del frac, los salones y los disfraces, y lo oscuro de la muerte.
En su saludo eterno sobre el escenario belga, Baudelaire dejó sus venas para que por ella circule, junto a su sífilis mortal, la diosa némesis y actúe.
Charles Baudelaire (1821-1867)Las Flores del Mal
Mi juventud no fue sino una tenebrosa tormenta,
Atravesada aquí y allá por brillantes soles;
El rayo y la lluvia han causado tal estrago
Que en mi jardín quedan muy pocos frutos bermejos.
He aquí que he alcanzado el otoño de las ideas,
Y que es preciso usar la pala y el rastrillo
Para reunir de nuevo las tierras inundadas,
Donde el agua abre agujeros tan grandes como tumbas.
¿Y quién sabe si las flores nuevas con que sueño
encontrarán en este suelo deslavazado como un arenal
el místico alimento que les daría vigor?
-¡Oh, dolor!, ¡oh, dolor! El tiempo se come la vida
y el oscuro Enemigo que nos roe el corazón
crece y se fortalece con la sangre que perdemos.
La Destrucción Charles Baudelaire (1821-1867)Las Flores del Mal
El demonio se agita a mi lado sin cesar;
flota a mi alrededor cual aire impalpable;
lo respiro, siento como quema mi pulmón
y lo llena de un deseo eterno y culpable.
A veces toma, conocedor de mi amor al arte,
la forma de la más seductora mujer,
y bajo especiales pretextos hipócritas
acostumbra mi gusto a nefandos placeres.
Así me conduce, lejos de la mirada de Dios,
jadeante y destrozado de fatiga, al centro
de las llanuras del hastío, profundas y desiertas,
y lanza a mis ojos, llenos de confusión,
sucias vestiduras, heridas abiertas,
¡y el aderezo sangriento de la destrucción!
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