El Palacio Barolo
Nicolás Fratarelli
Primera publicación en Pagina 12 (2004)
Publicación corregida y ampliada"Mirada Y Crítica" (2010)
Como parte de la cultura arquitectónica de principio de siglo XX, el Palacio Barolo fue concebido como una arquitectura parlante.
A pesar de su fuerte individualidad expresada en el movimiento de su fachada, la masa de sus balcones, sus volúmenes salientes, la presencia de formas curvas, el predominio del lleno sobre el vacío, y su estilo inclasificable, el Pasaje Barolo es parte del tejido urbano. Es un hito que se mimetiza con el conjunto, un Palacio que se abre a la ciudad.
Símbolo del capitalismo incipiente de aquellos días en que Alvear era Presidente de la Nación y la Argentina granero del mundo, su gran puerta invita a los peatones a atravesarlo. Su pasaje, que une Avenida de Mayo con la actual calle Hipólito Irigoyen, lleva a sus visitantes a recorrer la galería comercial de su planta baja y a admirar parte del interior que actúa para afuera.
Mas allá de ciertas reglas clásicas de composición para diseñar la planta del edificio, como por ejemplo el uso de del número de oro y de la sección áurea, el Palacio Barolo es reconocido como uno de los iconos de la primera modernidad.
Desde su inauguración en 1923, con sus 103 m de altura, hasta la llegada en 1935 del Kavanah (Sanchez-Lagos-De La Torre ) con 120 metros , fue el edificio más alto de la ciudad superando al primer rascacielos porteño, la Galería Güemes (Francisco Gianotti), por 16 metros .
Su provocadora altura manifiesta la locuacidad del poder, porque desde el primer momento que Mario Palanti (1885-1968), arquitecto milanés, se puso a las órdenes del empresario textil Luis Barolo, también italiano, se aprestó a crear el edificio más importante de la ciudad hasta entonces, y a mostrar el peso económico de quien era el dueño de la primera hilandería de lana peinada del país y de grandes extensiones de cultivos algodoneros en el Chaco argentino.
Palanti, admirador de Dante Alighieri y estudioso de la Divina Comedia , no se privó de dotar al edificio de numerosas referencias metafóricas y alusiones textuales de la gran obra literaria del artista florentino. A las tres franjas verticales que componen la fachada (una central que marca la torre y enfatiza su altura y dos laterales que se toman al resto de la ciudad), le incorpora tres niveles horizontales, donde los principios de la arquitectura clásica de basamento, desarrollo y remate, se asemejan con los de la composición de la Divina Comedia : infierno, purgatorio y paraíso.
Así es como, por ejemplo, en la planta baja, en el pasaje, allí en el infierno, cerca del pecado, vigilan el paso de los peatones unas ménsulas con formas de dragón que salen amenazantes desde las paredes laterales, o como en la parte superior de la torre, en el paraíso, cerca de la virtud, recortado en el cielo, se encuentra como remate volumétrico del edificio la representación de los 9 coros angelicales.
Mas cerca de la tierra, alejado de Beatriz, cosido por un gran espacio vertical interno que los unifica, los tres primeros pisos, se encontraban destinados a la residencia del mismísimo Luis Barolo, el resto era un sublime edificio de renta hoy devenido en oficinas.
Sus 22 pisos que se posan sobre grandes pies que lo sostienen estructural y visualmente, rematan en una estupenda cúpula que en su parte superior incluye un faro con todas las connotaciones simbólicas que por si mismo tiene este elemento, como guía, como señal, como antorcha que muestra caminos, como linterna que informa sobre acontecimientos deportivos. (Ver Dante entre Dempsey y Firpo)
La singularidad del Palacio Barolo se nota en cada rincón. Mario Palanti se abocó a diseñar cada parte del edificio, proyectando desde los ascensores hasta las manijas de las puertas. Dejando así estampada su firma en cada fragmento de su creación, de la misma manera que lo fue haciendo en la ciudad con sus otras obras como el Hotel Castelar, el Cine Roca, el Banco Francés-Italiano, entre otras y también en Montevideo con el Palacio Salvo, clon del Barolo.
Majestuoso, altivo, altanero hoy vemos que el Palacio Barolo se yergue orgulloso en la ciudad y mantiene aún su vigencia.
Dante entre Dempsey y Firpo
Vi yo al Minotauro hacer lo mismo
Y el guía me gritó “corre al pasaje;
Mientras está furioso, tu desciende.”
La Divina Comedia
Estaba promocionada como la pelea del siglo. Jack Depsey recibía en Nueva York a Luis Angel Firpo, el Toro de las Pampas. Corría septiembre de 1923 habían pasado dos meses de la inauguración del Pasaje Barolo. Firpo caía una y otra vez en el ring del Estadio de Polo Grounds , y una y otra vez se volvía a levantar esperando su momento, hasta que éste llegó, y su derecha impactó de lleno en la cara de Depsey como pegaba el sol en el rostro de los algodeneros del Chaco y lo envió fuera del ring. Firpo creía tocar el cielo con las manos, llegar a los más alto, ser parte del paraíso, pero pasaron 17 eternos segundos hasta que el boxeador norteamericano con la irreglamentaria ayuda de sus colaboradores volviera al infierno de la batalla y recién allí el árbitro, norteamericano como Dempsey, comenzara la cuenta que nunca llegó a diez. Nada que hacer, el destino para Firpo estaba marcado. En el segundo round todo se terminó. Demsey derriba por última vez al coraje de Firpo propinándole su séptima caída que será la definitiva. El faro del Palacio Barolo marcaba el color rojo anunciando el irremediable resultado de la pelea, mientras todos esperaban el color verde de la victoria que no pudo ser.
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