Una Gota
Dino Buzzati (1906-1972)
Una gota de agua sube los peldaños de la escalera. ¿La oyes? Tendido en el lecho, en la oscuridad, escucha su misterioso recorrido. ¿Cómo hace? ¿Salta? Tic tic, se escucha con intermitencias. Después se detiene. Ojalá no reviva más por el resto de la noche. Aún sube.
Sube de escalón en escalón, a diferencia de las otras gotas que caen perpendicularmente, de acuerdo a las leyes de la gravedad, haciendo un pequeño ruido que todo el mundo reconoce. Ésta no: se eleva lentamente por el hueco de la escalera, en el desmesurado caserón.
No fuimos nosotros, los adultos, refinados, sensibilísimos, quienes la descubrimos. Fue una joven criadita, escuálida, pequeña e ignorante criatura. La descubrió una noche, tarde, cuando ya todos nos habíamos ido a dormir. Después de un rato, viendo que no se detenía, bajó del lecho y fue a despertar a la patrona.
–Señora –susurró–. ¡Señora!
–¿Qué pasa? –dijo la patrona sobresaltada–. ¿Qué sucede?
–Una gota, señora, ¡una gota que sube los escalones! –dijo la criada a punto de echarse a llorar.
–Vamos, vamos... –se impacientó la patrona–. ¿Estás loca? Vuelve a la cama, ¡march! Seguramente has bebido. ¡Por eso de mañana falta vino de la botella! ¡Desvergonzada! Si crees... –pero la muchachita había huido y ya estaba metida debajo de las frazadas.
“¡Mire lo que se le vino a ocurrir a esta estúpida!”, pensaba en silencio la patrona, que había perdido el sueño. Y escuchando involuntariamente la noche que dominaba el mundo, también ella oyó el curioso rumor. En efecto, una gota subía la escalera. Celosa del orden, la mujer pensó por un instante que lo mejor sería salir a ver qué pasaba. Pero ¿qué hubiera podido encontrar a la miserable luz de la lámpara que colgaba sobre la escalera? ¿Cómo encontrar una gota en plena noche con aquel frío, a lo largo de la rampa tenebrosa?
En los días sucesivos, la noticia se difundió lentamente, de familia en familia y ahora todos lo saben en la casa, aunque prefieran no hablar de eso, como si les diera vergüenza. Pero cuando la noche desciende a oprimir al género humano, muchos oídos se ponen tensos en la oscuridad.
Ciertas noches, la gota calla. Otras veces, en cambio, durante largas horas, no hace más que cambiar de lugar. ¡Arriba, arriba! Se diría que no se va a detener más.
En el momento que el tierno paso parece tocar el umbral, los corazones palpitan con fuerza. Menos mal: no se detiene. Ya se aleja, tic, tic, sigue su marcha hacia el piso de arriba.
Sé con seguridad que los inquilinos de los pisos intermedios, ya se consideran seguros. Creen que habiendo pasado ya la gota frente a su puerta, no volverá a perturbarlos. Otros (yo, por ejemplo, que estoy en el sexto piso) todavía tenemos motivos de inquietud.
Ellos, en cambio, se consideran a salvo. Pero ¿quién les dijo que, en las próximas noches, la gota no decidirá retomar el camino desde el punto adonde había llegado la última vez o que no volverá a comenzar desde el principio, iniciando el viaje desde los primeros escalones, siempre húmedos y oscurecidos por inmundicias abandonadas? No, ni siquiera ellos están seguros.
Al salir de casa, de mañana, por más que uno mire atentamente la escalera, no se descubre rastro alguno. Nada, como era previsible, ni la más pequeña huella. Por otra parte, ¿quién toma esta historia en serio, de mañana? Al sol de la mañana el hombre es fuerte, se convierte en un león, aunque pocas horas antes estuviera temblando.
¿O tal vez la gente de los pisos intermedios tienen razón? Nosotros mismos, que cuando no oíamos nada nos creíamos eximidos, algunas noches escuchamos algo. La gota está todavía lejos, es verdad. Nos llega sólo un tic tic leve, un débil eco a través de los muros.
Siempre hay indicios de que sigue subiendo y se hace cada vez más cercana.
Tampoco sirve para nada dormir en una habitación interior, alejada del hueco de la escalera. Es mejor oír el rumor que pasar las noches en la duda de si sigue estando o no. Los que viven en esos cuartos escondidos a veces no resisten y salen en silencio a los corredores o permanecen muertos de frío detrás de la puerta, conteniendo la respiración, escuchando. Si llegan a oírla, ya no se atreven a alejarse, dominados por un miedo indescifrable. Pero, es peor todavía si todo está tranquilo; en ese caso, ¿cómo saber si precisamente en el momento de regresar a la cama no volverá a comenzar el rumor?
¡Qué vida extraña! ¡No poder hacer reclamos, ni tentar remedios, ni encontrar una explicación que levante el ánimo! Y no poder ni siquiera convencer a los demás, a los vecinos de las otras casas, que no saben nada... Pero ¿qué cosa vendría a ser esa gota? –Preguntarían con exasperante buena fe–. ¿Un ratón, quizá? ¿Un sapito escapado de las bodegas?
O acaso insistirían: ¿Será una alegoría? ¿Tal vez se habrá querido con eso simbolizar la muerte? ¿O algún peligro? ¿O los años que pasan? ¡Nada de eso, señores: es simplemente una gota, sólo que sube por la escalera!
¿O más sutilmente, se intenta representar los sueños y quimeras? ¿La tierra esperada y lejana donde presumiblemente está la felicidad? ¿Algo poético, en una palabra? No, de ninguna manera.
¿O los lugares aún más lejanos, en el confín del mundo, a los cuales jamás habremos de llegar? Pero no, les digo, no se trata de un juego, no tiene doble sentido. Se trata, ¡ay de mí!, realmente, de una gota de agua que de noche sube por la escalera. Tic tic, misteriosamente, de peldaño en peldaño. Y por eso mismo es que da miedo.
No fuimos nosotros, los adultos, refinados, sensibilísimos, quienes la descubrimos. Fue una joven criadita, escuálida, pequeña e ignorante criatura. La descubrió una noche, tarde, cuando ya todos nos habíamos ido a dormir. Después de un rato, viendo que no se detenía, bajó del lecho y fue a despertar a la patrona.
–Señora –susurró–. ¡Señora!
–¿Qué pasa? –dijo la patrona sobresaltada–. ¿Qué sucede?
–Una gota, señora, ¡una gota que sube los escalones! –dijo la criada a punto de echarse a llorar.
–Vamos, vamos... –se impacientó la patrona–. ¿Estás loca? Vuelve a la cama, ¡march! Seguramente has bebido. ¡Por eso de mañana falta vino de la botella! ¡Desvergonzada! Si crees... –pero la muchachita había huido y ya estaba metida debajo de las frazadas.
“¡Mire lo que se le vino a ocurrir a esta estúpida!”, pensaba en silencio la patrona, que había perdido el sueño. Y escuchando involuntariamente la noche que dominaba el mundo, también ella oyó el curioso rumor. En efecto, una gota subía la escalera. Celosa del orden, la mujer pensó por un instante que lo mejor sería salir a ver qué pasaba. Pero ¿qué hubiera podido encontrar a la miserable luz de la lámpara que colgaba sobre la escalera? ¿Cómo encontrar una gota en plena noche con aquel frío, a lo largo de la rampa tenebrosa?
En los días sucesivos, la noticia se difundió lentamente, de familia en familia y ahora todos lo saben en la casa, aunque prefieran no hablar de eso, como si les diera vergüenza. Pero cuando la noche desciende a oprimir al género humano, muchos oídos se ponen tensos en la oscuridad.
Ciertas noches, la gota calla. Otras veces, en cambio, durante largas horas, no hace más que cambiar de lugar. ¡Arriba, arriba! Se diría que no se va a detener más.
En el momento que el tierno paso parece tocar el umbral, los corazones palpitan con fuerza. Menos mal: no se detiene. Ya se aleja, tic, tic, sigue su marcha hacia el piso de arriba.
Sé con seguridad que los inquilinos de los pisos intermedios, ya se consideran seguros. Creen que habiendo pasado ya la gota frente a su puerta, no volverá a perturbarlos. Otros (yo, por ejemplo, que estoy en el sexto piso) todavía tenemos motivos de inquietud.
Ellos, en cambio, se consideran a salvo. Pero ¿quién les dijo que, en las próximas noches, la gota no decidirá retomar el camino desde el punto adonde había llegado la última vez o que no volverá a comenzar desde el principio, iniciando el viaje desde los primeros escalones, siempre húmedos y oscurecidos por inmundicias abandonadas? No, ni siquiera ellos están seguros.
Al salir de casa, de mañana, por más que uno mire atentamente la escalera, no se descubre rastro alguno. Nada, como era previsible, ni la más pequeña huella. Por otra parte, ¿quién toma esta historia en serio, de mañana? Al sol de la mañana el hombre es fuerte, se convierte en un león, aunque pocas horas antes estuviera temblando.
¿O tal vez la gente de los pisos intermedios tienen razón? Nosotros mismos, que cuando no oíamos nada nos creíamos eximidos, algunas noches escuchamos algo. La gota está todavía lejos, es verdad. Nos llega sólo un tic tic leve, un débil eco a través de los muros.
Siempre hay indicios de que sigue subiendo y se hace cada vez más cercana.
Tampoco sirve para nada dormir en una habitación interior, alejada del hueco de la escalera. Es mejor oír el rumor que pasar las noches en la duda de si sigue estando o no. Los que viven en esos cuartos escondidos a veces no resisten y salen en silencio a los corredores o permanecen muertos de frío detrás de la puerta, conteniendo la respiración, escuchando. Si llegan a oírla, ya no se atreven a alejarse, dominados por un miedo indescifrable. Pero, es peor todavía si todo está tranquilo; en ese caso, ¿cómo saber si precisamente en el momento de regresar a la cama no volverá a comenzar el rumor?
¡Qué vida extraña! ¡No poder hacer reclamos, ni tentar remedios, ni encontrar una explicación que levante el ánimo! Y no poder ni siquiera convencer a los demás, a los vecinos de las otras casas, que no saben nada... Pero ¿qué cosa vendría a ser esa gota? –Preguntarían con exasperante buena fe–. ¿Un ratón, quizá? ¿Un sapito escapado de las bodegas?
O acaso insistirían: ¿Será una alegoría? ¿Tal vez se habrá querido con eso simbolizar la muerte? ¿O algún peligro? ¿O los años que pasan? ¡Nada de eso, señores: es simplemente una gota, sólo que sube por la escalera!
¿O más sutilmente, se intenta representar los sueños y quimeras? ¿La tierra esperada y lejana donde presumiblemente está la felicidad? ¿Algo poético, en una palabra? No, de ninguna manera.
¿O los lugares aún más lejanos, en el confín del mundo, a los cuales jamás habremos de llegar? Pero no, les digo, no se trata de un juego, no tiene doble sentido. Se trata, ¡ay de mí!, realmente, de una gota de agua que de noche sube por la escalera. Tic tic, misteriosamente, de peldaño en peldaño. Y por eso mismo es que da miedo.