viernes, 21 de septiembre de 2012

Literatura / Manuel Mujica Láinez


Lo propio y lo ajeno

Nicolás Fratarelli

En “La Casa”, la gran novela de Mujica Láinez hay un fragmento del capítulo VIII que por sí mismo funciona casi como un cuento o como una novela dentro de la novela: me refiero al relato de Krohg el preceptor de Francis,  hijo de Gustavo y Clara, los dueños de casa.

La historia es así: En la casa se prepara una cena en honor al Príncipe Marco-Antonio Brandini “magnífico señor italiano” que había agasajado “poco antes en Roma, en su palacio decorado con pinturas del Veronese” a los ahora anfitriones. Por la tarde uno de los invitados, Aimée de Monvel terrateniente, hacendado,  “candidato a las principales posiciones públicas”,  manda a avisar “por intermedio de un peoncito tartamudo” que no podría concurrir a la cena dado que “a causa de las lluvias y el mal estado de los caminos no había podido salir de la estancia”. Esto genera un problema en Gustavo, el dueño de casa del momento, dado que de catorce comensales, con la ausencia de este invitado, quedarían trece. Número fatídico.

Luego de buscar varios reemplazos, y hasta evaluar y rechazar la posibilidad de  quitar a algunos de los invitados para que dé un buen número, doce, e incluso hasta rebajarse en ofrecerle “bajar” a Benjamín -su hermano despreciado el que tenía como amante a una criada- que a su vez rechazó la “invitación”, se cruza “en la galería de las esculturas” de la casa, por casualidad con Krohg, que hasta ese momento no había tenido ningún protagonismo en la novela.

Gustavo, vio en ese encuentro, la solución al problema. Rápidamente Krohg le pareció un buen reemplazante. Es de gran belleza cómo Mujica Láinez relata este encuentro y describe los gestos y la cara de Krohg que acepta orgulloso y siente un reconocimiento dentro de la casa que él admira.

Krohg tenía todos los condimentos para ser un buen  invitado, era culto, joven, rubio, buena presencia, escandinavo –sueco- sus padres habían prestado servicios a parte de la monarquía de su región natal.

Gustavo le pregunta “¿Tiene smoking?”  Krohg contesta afirmativamente. Smoking y además frac.

En la cena no entraba dentro de su ropa y comenzó a jugar su rol de invitado. Hablo con todos los presentes, en francés, en inglés, les contó a todos historias propias, habló de pinturas, “citó a Ibsen, a Strindberg, a Maeterlinck, a Dostoiewsky”. No solo habló con quien tenía a su lado sino se esforzó por acercarse a personas que estaban más alejadas de él e incluso del otro lado de la mesa.

A la hora del café, pasada ya la cena, luego de una discreta deliberación de los dueños de casa le dicen a Krogh que vaya a ver a Francis porque creían que estaba con fiebre. Cuando éste responde que lo había dejado dormido y sin problemas le dicen: Por favor ¡hágalo! (Este tramo es brillante. El dueño le pide a su empleado por favor que cumpla la orden).

Sin despedirse del resto de los invitados se fue por la puerta lateral a cumplir con lo dispuesto por su patrón, en el pasillo se cruza con el ama de llave que le dice “Adiós Luis XIV” que de esta manera le hizo ver a Krogh que había sido invitado como catorce y que él –aunque leído- era uno de ellos y que por más que haga lo que hiciese nunca pertenecerá “al mundo de los señores”. Así lo volvieron “a su opacidad” (¡cruel Mujica Láinez con esa palabra: “opacidad”!).

En su cuarto Krohg escribe en su diario que aquella fue la noche más feliz y más triste de su vida. Como el título de uno de los cuentos más duros y dolorosos de Liliana Heker, Krogh, vivió por un momento una fiesta ajena. Una semana después se fue para siempre de la casa.

1 comentario:

  1. Recuerdo un tipo (de apocada figura) que leyó muchos libros de caballería, tantos que se creyó caballero. Se hizo de un corcel, consiguió un escudero y salió a liberar(se) al mundo.
    ¿A qué viene esto? A que una novela no es “sólo” eso, es un “además” de eso. Ese invento de Cervantes (hoy tan cercano) es tal vez una excusa para hilvanar relatos errantes, camuflar poesía o permitirnos digresiones que el ensayo nos veda.
    Me llena el alma tu blog, Nicolás. Y, aunque no siempre comento, lo frecuento con avidez.
    Un abrazo.
    Walter Romero

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