Strack, el Beto.
Nicolás Fratarelli
El Ruso fue (es) mi ídolo de adolescencia.
Lo recuerdo como un faro organizando el navegar del equipo negro y blanco de Cipolletti por fines de los años setenta y principio de los ochenta.
Rubio, desde el medio de la cancha con el número cinco rojo en la espalda, el Ruso manejaba los hilos de los vientos del sur. No necesitaba gritos, su simple presencia alcanzaba y sobraba. Elegante, cabeza levantada, siempre buscaba al compañero mejor ubicado. En esas tardes frías en en medio de un país lóbrego, manejado por una dictadura gris que solo producía pesadillas, el Ruso brillaba y nos hacía soñar.
Su apellido combina con crack. Strack, crack. Un aura lo cubría de talento. Strack, crack.
Un día se paró delante de él un tal Beckenbauer, y el Ruso, no se achicó frente al alemán, el Ruso de Cipolletti, el rubio, el capitán, bajó la pelota con el pecho la puso bajo la suela y como una estrella más, esa noche, brilló en el Cosmos.
Junto al Beto Alonso, el Ruso, el Ruso Strack, el crack, fue la figura que dominó mis quince años. A uno, el que llevaba la camiseta de River por la que yo lloraba y reía, el que le hacía los goles a Boca, al Beto, lo tenía en revistas y lo veía por televisión; al otro, al dueño del círculo central de la Patagonia , al que cortaba todos los avances de los contrarios y organizaba los ataques propios, al Ruso, lo veía junto mi viejo desde la tribuna opuesta a la Visera de Cemento. El crack levantaba los brazos a modo de saludo, nosotros lo aplaudíamos brindándole tributo.
Un día, ya de adulto, lo conocí, llevé a mis sobrinos para que vean a la persona que me dio felicidad cuando yo tenía la edad que ellos tienen ahora. Antes de ir a verlo me sentía nervioso, iba a tener delante de mí a quien yo veía detrás de un alambrado. Me recibió con cordialidad, otra vez mi ídolo no me defraudaba.
Charlamos, como si fuese un niño me saqué una foto con él, que conservo como bandera, y me contó una anécdota inolvidable: En cancha de River, no me acuerdo en que año dijo, en uno de los legendarios campeonatos nacionales donde Cipolletti se codeaba con los más grandes, el Ruso cambió camiseta con el Beto, Strack se puso la banda roja y el Beto se fue al vestuario con la camiseta de Cipolletti, con la del número cinco color rojo sobre las tiras verticales negras y blancas, el Beto, ¡mi ídolo, el que le hacía los goles a Boca, llevaba la camiseta de mi otro ídolo, el del sur! El Ruso sin quererlo, ese día, me contó algo que yo nunca conocí de adolescente: que un día mi sueño se había hecho realidad y que ambos vistieron los mismos colores.
Esa noche cuando me fui a dormir soñé que jugaba un cabeza con Claudio Echellini, Lelo, Lucho, el Beto y el Ruso. Soñé que todos estábamos en el mismo equipo, el de mis sueños; soñé que se mezclaban el Beto, la albinegra, el Ruso y la banda roja, soñé que tenía quince años, soñé que el Ruso paró la pelota con el pecho para darle el pase al Beto, y que yo estaba en el área esperando el centro.
Con admiración a Juan Enrique Strack
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