FELICIDAD
N.F.
8 de junio de 2016
La felicidad se nos tira encima. Nos abraza. Se nos pega. Nos sostiene los labios estirados para arriba armando una medialuna caída de espalda en nuestro rostro. Hace piruetas para distraernos, busca hacernos sonreír. Nos rasca la espalda. Nos amaña. Contornea historias llena de soles y parajes verdes. Nos inventa cuentos con finales de perdices.
Nos molesta, nos molesta como mosca.
Gira alrededor de nosotros con zapatos nuevos. Perfumada, busca sentarse en nuestro regazo. Nos guiña un ojo. Nos hace cara.
La felicidad se nos acerca, nos mira y se nos acerca, y nos ofrece un libro de autoayuda, con sonrisa simulada. Se nos acerca educada, y con la lección bien aprendida nos provee una batería de eslóganes que para ella misma resulta fáciles de digerir. Con dos o tres palabras simples la felicidad nos quiere convencer de que seamos felices, a cualquier precio, a cualquier costo. Nos sugiere dejar a un lado esas hojas de Gramnsci, nos propone dejar para otro momento esos textos considerados grises, nos exhorta a leerlos quizá más adelante, quizá nunca. Nos aconseja dejar las ideologías. Nos habla del fin de estas, lo hace educadamente, con ternura de libreto, evitando ofendernos. Nos induce a olvidar los temas que nos ocupan.
La felicidad Insiste. Insiste. Insiste y nos atosiga. Despliega todos sus argumentos recién aprendidos, hasta que, finalmente, cansada, con un dejo de fastidio nos intima con telegrama colacionado a ser felices. Nos ordena ser felices.
Pero no podemos, no podemos con nosotros mismo, nuestra terquedad nos sostiene en nuestro eje. Nuestra terquedad no soporta ser cómplice de esa felicidad impostada, fútil, fácil, frívola; no soporta, nuestra terquedad no soporta, llevar encima esa felicidad que se detiene en cada esquina con remera con logotipo bordado con máquina industrial. No soporta y se opone, nuestra terquedad se opone (a veces por principios y en muchos casos y de puro contrera nomás) a esa felicidad superficial y mentirosa, a esta felicidad pagada por tipos que juntan con pala la tristeza real de muchos, de millones, y las hacen bollitos y, despreocupados, juegan a embocarla en el tacho de basura, para una vez repleto llevar ese tacho lleno de tristeza a lugares distantes de la felicidad que buscan imponer. Por eso nuestra terquedad se opone a ser abrazada por esa felicidad despreciable, porque sabe, nuestra terquedad lo sabe, que no hay que aceptar nada que venga de estos tipos ni siquiera el cuento de la felicidad.
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