Un tipo está tirado en la vereda
N.F.
Primer Premio
14º Concurso Nacional de Cuento Babel Edición 2014
La Falda Córdoba
I
Un tipo está tirado en la vereda. Duerme. Está tirado
en el medio de la vereda. No está protegido por un palier. No está metido en el
retiro de un edificio. Está tirado en la vereda. En el medio de la vereda. Está
tapado con una manta. Duerme. La vereda es angosta. Los que por allí pasan lo
esquivan. Lo esquivan. Vienen caminando derecho y con un rodeo lo esquivan. Si alguien viniera en dirección
contraria al que por allí camina, uno de los dos debería detenerse para dejar
pasar al otro. El tipo que está tirado en la vereda, duerme, despatarrado, como
si estuviese solo, acostado sobre un somier. Pero no tiene somier. Y no está
solo. O sí. La cosa es que el tipo está tirado, tirado en la vereda. Y está
tapado. Porque se tapa. Hace calor pero se tapa.
La vereda es transitada. Como cualquier vereda lleva de costado la vida
de la ciudad. Pero esta vereda, además de un gran tránsito peatonal, tiene a un
tipo tirado. Nadie se queja porque el tipo tirado en el medio de la vereda
interrumpe el paso. La gente que circula
por allí lo esquiva naturalmente. El desvío no es gran cosa. Si uno
viene caminando cerca del cordón ni necesita cambiar el curso de su recorrido,
pasa derecho sin problema. En realidad el incordio se produce porque la vereda
es un poco angosta, si la vereda tuviese medio metro más el tipo podría estar
tirado sin dificultad y todo el mundo circularía cómodamente. Para colmo al tipo se le ocurrió abrir las
piernas, ensanchar su sueño y estirar una de sus extremidades en dirección a la
calle, fuera de los límites de la frazada que le cubre el resto del cuerpo,
llegando con su pié hasta el cordón pintado de amarillo.
II
El inesperado movimiento de pierna del tipo tirado en
el medio de la vereda pone al peatón frente a dos opciones. Dos. Lo pone en una
disyuntiva, entre la espada y la pared. Frente al incidente acaecido, al peatón
no le queda más alternativa que decidir cuál de las dos opciones que tiene a la
vista debe tomar. Entonces piensa, cavila, reflexiona. Evalúa
racionalmente, racionalmente, si es mejor, una, esquivarlo yendo hacia
la calle, o, dos, pasar por encima de aquella pierna que actúa como barrera
baja. Sabe, que ambas opciones son complicadas. La primera conlleva la
dificultad del tránsito vehicular. En realidad, el peatón que tiene el tránsito
de frente, puede resolver el problema
sin mayores esfuerzos porque
puede ver al vehículo que viene por la calle, y entonces al verlo, antes de
desviarse hacia la calle, puede detenerse sobre la vereda hasta que el auto
pase, o bien –siempre dentro de la primera alternativa- en un acto un poco más
arriesgado el mismo peatón podría
hacerle seña para que el auto en cuestión disminuya la velocidad y lo
deje pasar a él primero en un gesto de benevolencia; hasta ahí todo bien, pero
¿y si el peatón camina en el mismo sentido al que transita el auto? Allí la
cosa cambia, porque como es sabido, nadie tiene ojos en la nuca, entonces, así,
este peatón, el peatón, queda a la buena de Dios, es decir queda expuesto a que
lo atropellen. Y un peatón atropellado es un inconveniente grave, y mucho más
grave si este peatón es un trabajador en relación de dependencia, que, por
cierto, si bien puede estar cubierto por su obra social, su ingreso mensual
bajaría considerablemente dado que le descontarían el plus por asistencia que
es lo que lo hace ahorrar unos pesos a fin de mes. Pero, pongamos por caso que
este trabajador sea una persona que desarrolle su labor por cuenta propia, allí
todo cambia, y la cosa se complicaría si lo atropellan, porque sabemos que los
cuentapropistas (horrible palabra compuesta si las hay) dependen de sus propias
manos para conseguir el pan para los suyos, y si éste queda en cama, por más
que el seguro automotor, luego de muchos trámites y dilaciones, le pague hasta
el último peso, éste termina perdiendo por lo menos un mes de trabajo, y un mes
es mucho tiempo para que cualquier cuentapropista quede en la deriva. Así que,
por eso, muchos peatones (no me gusta mucho la palabra transeúnte, me suena a
truhán, ante esto prefiero el mal menor de tolerar la cacofonía de usar el
término peatón en todo el relato), decía, por eso muchos peatones optan por la segunda
alternativa y prefieren levantar el pie
por sobre la pierna del tipo tirado en el medio la vereda en vez de esquivarlo.
Esta elección tiene sus riesgos. La operación hay que llevarla a cabo con sumo
cuidado para no tropezar con la pierna del tipo tirado en el medio de la
vereda, porque si bien no es lo mismo un tropezón a ser atropellado, un
tropezón no deja de ser una contrariedad; así es que los que eligen esta
segunda vía, deben levantar cuidadosamente el pie para evitar trastabillarse, porque puede ser que una impericia produzca un leve topetazo
que tal vez pueda solucionarse con un par de saltitos y termine en la
reincorporación del paso firme sin más, pero también puede ocasionar una caída
y con ella una rotura de hueso, a lo cual hay que sumarle el considerable
papelón que esto generaría porque, con
seguridad, el desgraciado peatón al que le faltó levantar un poquito el pie
deberá soportar las risas apagadas de otros peatones que lo ven tropezar y la
consideración de que es un verdadero inútil, un inepto total, un badulaque,
para levantar la pierna por encima de la de un tipo que se encuentra tirado en
el medio de la vereda.
Los que no tienen ninguno de estos problemas son los que van por la
vereda de enfrente. Estos pueden caminar sin tensiones pueden ir papando moscas si lo desean,
llevar auriculares en el oído, ir
hablando por teléfono sin ninguna molestia. Lo conveniente es pasar por la
vereda de enfrente. Es lo conveniente. Ese es el consejo más sabio que puede
recibir cualquier peatón con intenciones de caminar por la cuadra. Pero no
siempre es posible caminar enfrente de donde está el tipo tirado en medio de la
vereda.
III
Un día un muchacho joven de pantalón rojo pasó
caminando por la vereda en la que estaba el tipo tirado durmiendo con la pierna
estirada. El muchacho iba tan ensimismado que no vio al tipo tirado en el medio
la vereda, y avanzó con paso firme por encima de éste. Muchos presenciaron el
suceso. Lo advirtieron tanto desde la vereda de enfrente como desde la vereda
propia. Lo raro fue que no generó ninguna risa. Ni risa sonora, ni risa
apagada. Ninguna risa. Y no generó risa porque no existió tropezón alguno. El muchacho
de pantalón rojo caminó como si nada por encima del tipo tirado en el medio de
la vereda y el tipo tirado en el medio de la vereda con la pierna estirada
hacia la calle, no hizo ningún gesto de dolor o de molestia, ningún movimiento
distinto al que puede hacer cualquier persona que duerme comúnmente la siesta
en su cama de doble plaza. El tema es que el muchacho de pantalón rojo, no sólo
no trastabilló, sino que ni siquiera perdió su paso sostenido, hasta podríamos
decir que pasó por donde pasó casi sin darse cuenta de lo que había hecho. Él
simplemente pasó. Quizá haya sentido alguna protuberancia debajo del zapato y
creyó que pasó por encima de alguna
imperfección de la vereda que como todas las veredas de la ciudad cada día se
deterioran más y más y el alcalde poco hace para ponerlas en condiciones (¡vaya
con estos alcaldes que no cuidan las veredas!), pero, eso es una conjetura que
hacen algunos porque lo concreto es que el joven no se dio cuenta de nada.
Frente a este hecho novedoso (o podríamos llamarlo “inaugural”, ahora veremos
por qué) dos adolescentes dispuestos a la experimentación, buscaron imitar al
joven de pantalón rojo (casi como si fuera un acto de iniciación). El primero en pasar por encima del
tipo tirado en el medio de la vereda fue el autor de la idea. Caminó apurado,
tenso, casi sin respirar. Cuando terminó su aventura miró hacia atrás a la
espera de su acompañante. Este, al ver que su amigo circuló con facilidad, como
si nada (nada) hubiera en la vereda, también se animó al desafío, pero redobló
la apuesta: Pasó lentamente, con detenimiento, caminó con cuidado, avanzó
pensando en cada movimiento, pisando primero el pie del tipo tirado en el medio
de la vereda, luego la pierna que estaba debajo de la manta, luego el pecho y
por último la cara. Con el resultado a la vista, retrocedió caminando por
encima del tipo tirado en el medio de la vereda y volvió a hacer lo mismo pero
esta vez como si jugara a la rayuela. Primero pisó los dos tobillos, luego con
un pié quedó en el centro de las dos piernas del tipo tirado en el medio de la vereda, después saltó sobre
las dos rodillas, luego dirigió un pie en el medio de la boca del estómago, con
destreza llevó los dos pies en el pecho, luego uno a la cabeza y por último
¡zaz! afuera. Luego de repetir el procedimiento varias veces, los adolescentes
encontraron aburrido el juego y siguieron viaje. Como si hubiese habido una autorización
tácita dada no se sabe por quien, todos
los peatones comenzaron a pasar por encima del tipo tirado en el medio de la
vereda, primero pasaron como si nada dos hombres mayores de maletín, hablando entre sí, después pasó otro pensando
en la luna, luego un ciclista con casco, y
después dos mujeres con changuitos de feria. El tipo que estaba tirado en medio de la
vereda, no reaccionaba frente a los pisotones. Sólo dormía a pierna tendida.
Así pasaron días y semanas. Todos
comenzaron a caminar por encima del tipo que estaba tirado en el medio la
vereda como si nada (nada) existiera, como si el camino estuviera despejado. El
único que se dio cuenta de que había alguien allí fue un ciego. Un ciego pobre
-no un pobre ciego- que con su varilla blanca lo palpó y lo esquivó con
cuidado.
IV
Luego de algunos meses un gato se acercó al hombre
tirado en el medio de la vereda, y se ubicó a su lado en posición de compañía.
El pelaje del gato era suave. Su blancura al sol deslumbraba por su belleza.
Una mujer que pasaba por allí, se detuvo encima del pecho del tipo que estaba
tirado en la vereda y acarició al gato.
Desde la vereda de enfrente una pareja se detuvo, miró al animal con
delectación y le enterneció la relación que la viejita tenía con el minino. El
pelo platinado de la viejita combinaba con la tersura del pelambre del gato. Un
hombre mayor, con gorra de jubilado, se detuvo sobre el cuello del hombre
tirado en el medio de la vereda y se puso a
hablar con la señora de las cualidades del felino.
El gato se aquerenció del lugar. Con el tiempo varias personas le
empezaron a llevar comida. Al tipo tirado en el medio de la vereda nadie lo
percibió más. El gato se quedó a vivir a su lado.
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