miércoles, 20 de agosto de 2014

Literatura / Buenas Salenas Cronopio


Buenas salenas cronopio
Nicolás Fratarelli
Publicado en El Banfileño. Agosto 2014
(Ilustración Andrés Alvez)

“Historia de Cronopios y de Famas” es uno de los libros más conocidos de Julio Cortázar. El libro es un compendio de más de sesenta relatos cortos. Relatos poéticos y lúdicos. Su prosa juguetona y saltarina encierra críticas antisistema, ironías, y textos porque-sí-nomás. El libro está dividido en cuatro partes. Todas tienen el mismo tono que se mece entre lo lírico y lo vivaracho, entre lo satírico y lo  ingenuo, entre lo insidioso y lo compasivo. En el primer fragmento de este “surtido” -así lo expresa el índice- está el famoso Manual de Instrucciones, luego lo siguen Ocupaciones Raras, Material Plástico y por último las Historias de Cronopios y de Famas. Todo camina en hilera como un gran corso que busca poner los pelos de punta a los señoritos vestidos de alpaca que creen que la literatura es una cosa para pocos, para gente peinada con gomina, para intelectuales de pipa mordida.
Una vez atravesadas las instrucciones para subir una escalera (ese suelo que con frecuencia se pliega), una vez aceptadas las enseñanzas para dar cuerda al reloj (una antigüedad para los tiempos que corren);  una vez dejado atrás a ese hombre al que le cortaron la cabeza pero que no pudo morir porque ese día estalló una huelga (y se la tuvo que arreglar como pudo); alejados ya, del aplastamientos de las gotas y de los cuentos sin moralejas; atravesados ya  todos estos confines, nos asomamos a la puerta entreabierta de las Historias de Cronopios y de Famas, y allí sí, con tranquilidad, luego de saludar “¡Buenas salenas, cronopio, cronopio!”, nos podemos sentar a comer el banquete y a presenciar  ese  mundo fantástico compuestos de Cronopios, Famas y Esperanzas.
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— Buenas salenas Julio.
— Buenas salenas.
— Entramos porque queremos que nos ayude a descifrar este menjunje.
— No me pida que explique las cosas que ni yo mismo me puedo explicar.
— Denos aunque sea alguna señal del libro.
— Le daré sólo una: cuando lo lea no sea literal.
— Julio, aunque sea nos puede decir ¿Qué es un cronopio?
— ¡Ay Dios! Por ser usted ensayaré una disquisición. Un cronopio es un ser  «contrapelo, contraluz, contranovela, contradanza, contratodo, contrabajo, contrafagote, contra y recontra, cada día contra cada cosa que los demás aceptan y que tiene fuerza de ley».
— Usted dijo alguna vez que los cronopios son seres «verdes, erizados  y húmedos».
 ­­— Ocurre que usted piensa como Fama, es formal, rígido, sentencioso, es como ellos que «embalsaman cartelitos». Usted seguro que cuando viaja «averigua cautelosamente los precios, la calidad de las sábanas, el color de las alfombras». Usted debería ponerse una fábrica de manguera ¿sabe?
— …
— Por lo que veo que usted necesita precisiones. Su imaginación vuela demasiado bajo, por eso insiste en obtener exactitudes. Perfecto, se las daré. «Un cronopio es un dibujo fuera de imagen, un poema sin rima» ¿queda claro?
Mientras el escritor explica aparece un grupo de cronopios, «divertidos, desordenados y tibios». Hacen bulla y  bailan Tregua y Catala.
— Sáquese la duda usted mismo -dice Cortázar- allí los puede ver.  Son tan idealistas que se creen super-vida «pero más por poesía que por verdad». ¿Los ve señor sensato? Mientras un cronopio es como un poeta asocial un Fama es como usted, piensa como usted. El Fama necesita asir las cosas, conocer sus formas, poner el dedo en la herida de Jesús, no puede conceptualizar, cree que  «la virtud es un microbio redondo lleno de patas». Pobre… ¡Cuidado!
— ¡¿Qué pasa?!
— ¡Los cronopios! Abrieron la pasta dentífrica y están salpicando a todo el mundo.
— Dígame Julio ¿Y de las Esperanzas que nos puede decir?
— No se haga problema por ellas. Son buenas pero bobas, sedentarias, indolentes, «se dejan viajar por las cosas, escuchan música como quien escucha llover…»
****
Al texto de Cortázar se lo puede entrar por varios lados. Puede servirnos como reflexión de lo cotidiano, como un espejo que nos devuelve la imagen patética de nuestra «normalidad», de nuestro automatismo, de nuestra falta de conciencia de la vida. Más que sacudirnos del tedio busca hacernos pensar en nosotros mismos. Como si fuera un libro de autoayuda nos hace reflexionar sobre aquello que hacemos con nuestras vidas, con nuestros días, de nuestras horas, de nuestros minutos.
Cuando Cortázar editó su libro en el año 1962, fue muy criticado. Los literatos de carnet se preguntaban cómo un escritor “serio” podía escribir un libro así. El libro los desestructurada. No podían aceptar tener frente a sí una cosa inclasificable, indefinible, ambigua que no era ni cuento ni novela, ni ensayo ni poesía, sino un algo donde todo estaba fuera de cuadro, fuera de eje, fuera de afuera, donde todo era distinto a lo que se había escrito hasta el momento, donde los textos que no encajaban en ninguna etiqueta, ni siquiera dentro de la del surrealismo.
Hoy en día el título “Historias de Cronopios y de Famas” es un clásico. Le ganó a los críticos entumecidos. Y el término “Cronopio” cobró tal autonomía que sirve de adjetivo, sustantivo y verbo a la vez,  aunque, hay que reconocerlo, que funciona, fundamentalmente, como elogio. Por ejemplo ahora podríamos brindar por Cortázar como el escritor más Cronopio de todos los escritores. Por ejemplo ahora podríamos decirle ¡Salud Cronopio! , ¡Salud! Y ¡buenas salenas cronopio, cronopio!

domingo, 10 de agosto de 2014

Literatura / El hombre caminaba sobre el texto leído/ Premio: Cuento





TITULO PREMIADO: "EL HOMBRE CAMINABA SOBRE EL RELATO LEÍDO"
MENCION CATEGORÍA CUENTO
V EDICION CONCURSO DE CUENTOS Y RELATOS
Otorgado por el
SOCIEDAD ITALIANA DE SAN PEDRO

SAN PEDRO - PROVINCIA DE BUENOS AIRES - ARGENTINA


El hombre caminaba sobre el relato leído
Nicolás Fratarelli

                                                 “Yo, y yo ahora”
                                                     Joyce

Usted baja un libro de la biblioteca. Lo baja, pongamos, el 16 de junio de 1974. Lo Lee, lo relee. Lo marca, lo mancha, lo dobla, le pone señaladores, una servilleta, un boleto de colectivos, la factura de alumbrado público. Lleva a ese objeto frágil de acá para allá como si nada como si fuera un paquete de pastillas con sabor a sandía, o parte de su juego de llaves. Lo estropea, le dobla las puntas. Lo pone en el bolso. Lo saca. Lo pone en el bolso. Lo saca. Lo lleva en la mesa de luz.  Lo lleva al baño, a la cocina, al living, al jardín a la terraza. Lo lleva a un bar. Se le cae café en una de sus hojas. Le pasa el dedo para acelerar el secado, lo ensucia un poco más todavía. Se le cae agua, se le arruga la hoja pero no le interesa, sólo le importa el contenido, la letra, lo que dice, las reflexiones que lo dejan pensando. Discute con él, coincide, concuerda, armoniza, disiente, discrepa contrasta, se mofa de algunos párrafos, se admira de otros.  Levanta la cabeza y mientras mastica lo que dice mira a la nada. Un día, pongamos un día cualquiera, el 13 de enero de 1975, lo deja en la mesa de luz, hasta el 2 de febrero de ese mismo año que lo sube nuevamente a la biblioteca y lo ubica en el mismo anaquel que estaba, en el mismo lugar de donde lo saco, que no opone resistencia porque ése era su lugar. Le pasa el dedo sobre el lomo, dobla la punta de la tapa hacia adentro. El lugar es el adecuado, no es cualquier lugar, se incorpora al lado de los otros libros de la misma especie, de autores que tuvieron preocupaciones similares, que abordaron temas parecidos. Así ese objeto que usted llevó consigo por tanto tiempo queda entre medio de dos libros, uno más alto y más angosto de tapas duras azules con ribetes dorados, y otro más bajo de edición austera, ni tan ancho ni tan delgado y con letras negras sobre un lomo blanco que muestra poco esmero en su diseño. No soporta mucho esa imperfección estética pero la tolera porque prioriza  la pertinencia del tema, y allí se tranquiliza.

Pasa el tiempo. Usted tiene cría. Se deja la barba, se quita la barba, se deja la barba, se la recorta. Deja un trabajo por otro peor. Después por otro mejor. Se hace dependiente, después autónomo, después desempleado, después pega un trabajo que le hace sacar el CUIL, lo persiguen con los pagos de la jubilación. La cría crece. Su mujer le propone ir de viajes juntos ahora que los chicos son grandes. Viaja, va la playa, toma sol se baña en agua salada, ve peces de colores. Vuelve, cuenta sus anécdotas. Repite la de aquella negra que manejaba el italiano el inglés y el castellano con la misma fluidez y que si no fuera por la revolución cubana estaría vagando en la miseria. Se mete otra vez en la rutina. Llegan las elecciones. Vota. Su candidato perdió como en todas las demás votaciones que participó. Le chocan el auto. Va al chapista. Mira el mundial por televisión. Lo comenta con sus amigos. No le gusta el back izquierdo que eligió el técnico. Se acuesta. Su mesa de luz sigue llena de libros. Se apasiona con un autor. Lo lee con desmesura. Uno de sus párrafos, ahora en el 2003 lo remite a ese viejo libro que usted rayó en 1975. Se levanta de noche, desesperado. Su esposa le recrimina despertarla. Igual se levanta corre las sábanas y se levanta, impaciente, ansioso. No pierde tiempo en encontrar las pantuflas, camina descalzo. Esquiva al perro que no sabe cómo siempre está despierto cuando uno está despierto, prende la luz, va a la biblioteca. Se dirige al lugar preciso que conoce de memoria por más que no haya ido allí desde hace casi 26 años. Baja de ese estante aquel libro. El almanaque indica 16 de junio. Lee. El libro no dice lo mismo que antes. Usted queda extrañado. Las letras son más pequeñas. Las letras cambiaron. Donde antes decía “el hombre caminaba sobre el relato leído” ahora dice “el hombre caminaba sobre el relato leído”. Se desespera por encontrar lo que leyó antes, hace años. Solo encuentra los párrafos resaltados de celestes amarillos y naranjas pero más opacos. Usted se sienta, se desploma en el sillón,  queda perplejo  mirando el techo. El perro se le acerca. Sancho ladra.