jueves, 27 de agosto de 2015

Homenaje 101 a Julio Cortázar /Teatro El Refugio/ El Banfileño

La Persistencia; Cortázar, la ciudad y viceversa; una introducción arbitraria, y la bella historia de un ramito de jazmines. (1)
Nicolás Fratarelli





Inmediatamente después de cortar la comunicación con Sylvia Bonfiglio (2) luego de que me invitara a  participar de este homenaje (cosa que agradezco), me puse a pensar en qué decir sobre Cortázar. Me puse a pensar en qué decir sobre un escritor del que se ha dicho prácticamente todo. Me puse a pensar en qué decir sobre unos de los autores más deshilvanados de la historia de la literatura argentina.

Pensé en que nada nuevo se puede decir sobre este hombre que reúne en general más fanatismos que recelos, pensé poco se puede agregar sobre este hombre (siempre) joven  que, después de 101 años de su nacimiento, aún circula por las letras con la misma vitalidad con la de  un boxeador escapa de los puños de su contrincante, con el mismo ímpetu con el que un niño actual elige jugar a la “play” antes que a la rayuela.

Pensé entonces en que lo único nuevo que podría aportar yo -un tipo maduro que roza casi con lo rancio- es una mirada propia, tamizada apenas por la propia vida (buena, mala, interesante o mediocre como cualquier vida).

Entonces, en medio del pensamiento, allí, como quien no quiere la cosa se asomó un concepto que me representa y que se me presenta recurrentemente: el de la Persistencia. Que vendría a ser algo así como aquello que todo bípedo que transcurre por la tierra tiene encima de sí, más allá y más acá de él mismo.

Trataré de explicarlo.

Se dice, con frecuencia que si los seres humanos fuéramos tableros eléctricos, las mujeres o el género femenino, como se dice ahora (durante mi niñez el “genero” era un trozo de tela que compraban las madres en las sederías para hacer delantales y polleras) serían un tablero con muchas llaves, con múltiples interruptores de diversas formas, tamaños, funciones y destinos y todos podrían funcionar a la vez, de ser necesario.

Se dice, también (“la gente lo dice en la calle”) que si fuera el hombre, el género masculino, un tablero eléctrico este podría funcionar simplemente con tres llaves, que sólo prestarían servicio una por vez y  que movilizarían apenas tres funciones, a saber: fútbol, comida y mujeres; en ese orden (la primera llave –la del fútbol- existente desde que un grupo de ociosos británicos inventaron esa actividad para el bien de la humanidad y el mal humor de amas de casa, y las segundas dos –comida y mujeres- existentes desde que el mundo es mundo).

Lejos de querer ser presumido, debo confesar, particularmente que, en mi caso la genérica llave del fútbol está reemplazada por la específica llave “Ríver”, y a las otras dos llaves elementales de mi género, (quizá por la exacerbación del lado femenino que uno tiene y  que genera lo inevitable, lo inexorable, lo que no tiene remedio) se le suman otras dos: la de la literatura y la del amor por la ciudad, que junto a las otras tres primeras llaves interruptoras ya enunciadas, suscitan un circuito inevitable  que conforma: lo persistente.

Por lo tanto, dejando lo más interesante de lado (los tres primeros botones) y dado que nos convoca un tema con pretensiones culturales, trataré de organizar algunas ideas activando las llaves donde Cortázar (él sí un hombre fuera de lo común lleno de circuitos complejos), la ciudad y viceversa estén en el centro del tema.


Así que vayamos al grano porque primero, lo primero.

Para todos los que estamos aquí, Cortázar es Banfield.
El “belgicano”, para todos nosotros es “banfileño”.
Punto. 
Todos conocemos la historia. Cortázar llegó a los cuatro años a Banfield en 1918, estudió en la escuela 10,  y vivió a costado del Roca hasta que un día, empezada su primera juventud, se fue y nunca más volvió.
Chau.
Adiós pampa mía, dijo, me voy a tierras extrañas.
Cortázar tomó el tren. Y se fue.
Andén 4.
Constitución ida.

Sin embargo todos nosotros sabemos que Banfield estuvo presente siempre en su obra.
¿Hace falta repetir que “Los venenos”… o “La señorita Cora”…? ¿Hace falta aclarar que cuando escribió “Casa Tomada” –dicen en Chivilcoy, dicen en su casa de Villa del Parque- pensó en su casa de Banfield a tal punto que la sitúa en la calle Rodríguez Peña? ¿Hace falta aclarar que sus rayuelas infantiles las dibujó sobre las “vederas” arboladas de este paraje del sur? ¿Hace falta decir que aunque su poema lo tituló “Veredas de Buenos Aires” sus veredas evocan las veredas que circulaba Cortázar de niño y que hoy pisamos nosotros en este tiempo que nos toca transcurrir?


Cortázar siguió sus estudios secundarios en el Colegio Mariano Acosta mientras vivía en Banfield. En ese momento sí: tren ida y vuelta. Para ese entonces empezó a conocer la ciudad y la vida de joven adulto. Se anexaron en él nuevas llaves interruptoras como el jazz, el boxeo, las librerías de usado.

Luego, la mudanza.
Villa del Parque (hoy Agronomía).
Calle Artigas (hoy Cortázar).


Después París y apenas algunos regresos a la Argentina. Pocos regresos, contados, seis, siete, ocho… no muchos más. Tal vez diez a lo largo del resto de su vida y casi todos por motivos familiares, salvo el último (dice Liliana Heker).

Un día, paseando por la calle Florida, Julio cruzó un túnel. El túnel del tiempo y del espacio.
Lo describe en “el último cielo”.
Un día quizá saliendo del Richmond (reducto también de Borges y de martinfierristas hoy convertido en un comercio de ventas de zapatillas de marca) un día, quizá saliendo del Richmond, repito,  se dirigió a la Galería Güemes y en la confusión en vez de salir a la sombreada calle San Martín salió a la Rue Vivienne  porque la galería Güemes había dejado de ser tal para convertirse en esa otra que tomaba el nombre de esa calle parisina que a los pocos metros de ese lugar choca con el ingreso al  museo del Louvre.

Del libro de Diego Tomasi “Cortázar por Buenos Aires Buenos Aires por Cortázar” (que humildemente creo que habla más de lo primero que de lo segundo) rescato una idea y la bella anécdota del jazmín.

La idea es que todas las veces que Cortázar  escribió sobre Buenos Aires, siempre escribió sobre una ciudad ideal. Comparto. Comparto esa idea. Creo que es así y que por eso (como también dice Tomasi) París para Cortázar no fue más que “el barrio que nunca encontró en Buenos Aires”.  Un barrio más. Y desde allí (que es su acá) expuso todo su talento, para escribir, en forma idealizada, lo bueno y lo malo de esta ciudad.



Y sí.
Las cosas son así…Nadie es ferpecto.
Cortázar era un argentino, nacido en Bélgica, un porteño que vivía en París, una de las plumas más importantes del idioma español que escribía en una tierra francoparlante pero sobretodo era un tipo que llevaba impregnado lo oculto de forma manifiesta.
Porque lo oculto se le percibía como una especie de aura de acero que se convertía en yelmo y armadura cotidiana.


Durante lo que sería su última visita a la Argentina, a Cortázar le regalaron un ramito de Jazmín. Cortázar, estaba en el bar Ouro Preto de Corrientes y Talcahuano en medio de un reportaje y una chica que lo reconoció a través de la ventana le compró un ramo de jazmines, entró al bar y se lo regaló. “Es para vos”, dicen que le dijo. 
Cortázar agradeció a la chica con un beso en la mano y llevó los jazmines a su cara. Percibió tristemente que en ese aroma, que en ese gesto, estaba todo lo que amaba y rechazaba de la ciudad y de la Argentina.

Porque a las patadas Cortázar llevaba en el bolsillo de su armadura a Buenos Aires, como si fuera “cajita de fósforo”, porque Cortázar con su alma blanda arrastraba su destino como arrastraba esa egrre tan agrrgrentina.

Cuando Cortázar recibió el ramo de jazmín Cortázar ya era Cortázar.
Cuando Cortázar recibió el ramo de jazmín ya  era un escritor consagrado en el mundo o sea, ya era un hombre que firmaba autógrafos hasta a los que nunca lo llegaron a leer.

…Esa noche Cortázar volvió al hotel que lo abrigaba en su propia ciudad, volvió como lo hace un turista en un lugar extraño. Volvió solo. Y caminó hasta su habitación siempre con los jazmines en la mano que no era otra cosa que su persistencia a flor de ramo.

Puso, me imagino, los jazmines en el agua que sacó de la canilla del baño, improvisó un florero con un vaso neutro, de esos que se usan para enjuagar la boca luego del lavado de dientes, colocó los jazmines en su mesa de luz y se durmió a su lado, me imagino, pensando bajito, mientras afuera las luces del cartel de neón se prendían y apagaban indecisas, infinitas, relampagueantes.


A los pocos días Cortázar regresó a París.

El perfume de aquellas flores fue uno de los últimos aromas que se llevó de Buenos Aires.

Esta vez sí, Cortázar se fue y nunca más volvió, aunque para muchos de nosotros (a pesar de la lectura crítica que podamos hacer sobre su obra y su figura) ese flaco alto de manos huesudas, nunca cruzó esa Galería Güemes y entre las zapatillas de marca aún está tomando su cafecito y recita un poema que dice así:.



(1) Lectura en el del Homenaje 101 años del nacimiento de Cortázar Teatro El Refugio Banfield el 26 de agosto de 2015.

(2) Organizadora del Homenaje junto con el Colectivo El Banfileño.

martes, 21 de abril de 2015

Literatura / Mujica Láinez /Bomarzo y El David de Miguel Angel

BOMARZO
Manuel Mujica Lainez. 1962

Parágrafo donde Pier Francesco Orsini, recuerda el relato de su padre acerca
del paso de El David junto a  Miguel Angel por Florencia.

"Estábamos una noche ---era invierno--- alrededor de la chimenea, en la sala principal. Mi padre, Girolamo y Maerbale se calentaban delante de los leños. Yo, alejado, confundido con las sombras en la parte más oscura del aposento, aguardaba la oportunidad de evadirme sin que se percataran. Me había escurrido sigilosamente hacia una puerta y, cuando me aprestaba a salir y a escapar hacia las habitaciones de mi abuela, mi padre alzó el tono y comenzó a contar algo que tenía que ver con Miguel Angel. Me detuve y agucé el oído. Era el relato del traslado de la estatua de David a través de las calles de Florencia.

Gian Corrado Orsini había asistido, años antes de mi nacimiento, siendo gonfaloniero Piero Soderini, a esa complicada operación. Durante cuatro días, el gigante de mármol recorrió el camino que separaba el taller del maestro de la Plaza de la Señoría. Cuarenta hombres tiraban de él, por las callejas, y la escena se vincula, plásticamente, con otras, muy antiguas, como la del corcel troyano. Hacían rodar la erguida escultura sobre vigas engrasadas y empleando un sistema de poleas y contrapesos que suspendía al coloso, como una admirable máquina bélica, de un armazón de maderos, y la protegía de los choques. Avanzaba despacio, gravemente, entre la multitud florentina que postergaba su cotidiano ajetreo para discutir la calidad del recién llegado. Todos opinaban, porque en Florencia el arte era un tema de debate popular, como los precios del mercado y la política de la comuna. Avanzaba David y su frente aventajaba a menudo el nivel de los techos. De noche encendían fogatas a sus pies y los adversarios del artista, envidiosos, emboscados, le arrojaban piedras. (La envidia y la imbecilidad de cierto tipo de hombres es eterna y se reproduce a lo largo de los siglos con virulencia intacta: en 1504 apedrearon al David de Miguel Angel; en 1910, la municipalidad de Florencia juzgó apropiado vestirlo con una hoja de viña, lo que armó un gran revuelo. Los esfuerzos de los Braghettoni desafían a los siglos.) Y a la madrugada, la estatua tornaba a avanzar solemnemente. David no era un pequeño pastor; era un gigante.

Al vencer a Goliat, había crecido y se había transformado en él, ante el estupor de los filisteos. En eso consistía el premio de su audacia. Un rey es un gigante. Y mientras los cuarenta hombres voceaban a compás, tirando de las cuerdas, como si izaran un inmenso velamen, y las vigas giraban con pesaroso crujido, y, entre pausas de encantado silencio, golpeaban las armas de los albarderos, ladraban los canes, pregonaban los vendedores, retrocedían locas las cabalgaduras, desgañitábanse las comadres, sonaba aquí y allá un laúd, una lira, un clavecímbalo, una viola de gamba, una aguda, hiriente trompeta, a la que hacía coro el estridor de los gallos, y el pueblo se arremolinaba, como en una feria, alrededor del andante David, y los jóvenes señores, hermosos, lujosos y sinuosos como leopardos, como los leopardos imperiales fúlgidos de joyas, se ponían a las ventanas, con las doradas meretrices, para acariciar al triunfador de mármol blanquísimo que pasaba, entre el rechinar de los maderos, inmutables los anchos ojos que surgían a la altura de las terrazas y de las cornisas ---y el silencio volvía a renacer con majestad sinfónica---, era como si la augusta Belleza, más fuerte que las mezquindades que dividen a los hombres en exiguos bandos avarientos y ambiciosos, entrara definitivamente en la ciudad del Arno, quietas las manos y palpitantes los músculos en la caja rítmica del cuerpo, para asentar allí su permanente monarquía."


miércoles, 14 de enero de 2015

Literatura / Jacques Prevert

Este amor
Jacques Prevert


Este amor
Tan violento
Tan frágil
Tan tierno
Tan desesperado
Este amor
Bello como el día
Y malo como el tiempo
Cuando hace mal tiempo
Este amor tan verdadero
Este amor tan hermoso
Tan feliz
Tan alegre
Y tan irrisorio
Temblando de miedo como un niño en la oscuridad
Y tan seguro de sí mismo
Como un hombre tranquilo en medio de la noche
Este amor que daba miedo a los otros
Que les hacía hablar
Que los hacía palidecer
Este amor acechado
Porque lo acechábamos
Acosado herido pisoteado rematado negado olvidado
Porque lo acosamos herimos pisoteamos rematamos negamos olvidamos
Este amor íntegro
Tan vivo aún
Y soleado
Es el tuyo
Es el mío
Ese que ha sido
Ese algo siempre nuevo
Y que no ha cambiado
Tan verdadero como una planta
Tan tembloroso como un pájaro
Tan cálido tan vivo como el verano
Juntos podemos los dos
Ir y venir
Podemos olvidar
Y después volvernos a dormir
Despertarnos envejecer sufrir
Volvernos a dormir
Soñar con la muerte
Despertarnos sonreír y reír
Y rejuvenecer
Nuestro amor sigue allí
Empecinado como un borrico
Vivo como el deseo
Cruel como la memoria
Ridículo como los arrepentimientos
Tierno como los recuerdos
Frío como el mármol
Hermoso como el día
Frágil como un niño
Nuestro amor nos mira sonriendo
Nos habla sin decir nada
Y yo lo escucho tembloroso
Y grito
Grito por ti
Grito por mí
Te suplico
Por ti por mí por todos los que se aman
Y los que se han amado
Si le grito
Por ti por mí y por todos los demás
Que no conozco
Quédate
Allí donde estas
Donde estabas antes
Quédate
No te muevas
No te vayas
Nosotros los que somos amados
Te hemos olvidado
Pero tú no nos olvides
Sólo te teníamos a ti sobre la tierra
No dejes que nos volvamos fríos
Aunque sea cada vez desde más lejos
Y desde donde sea
Danos señales de vida
Mucho más tarde desde el rincón de un bosque
En la selva de la memoria
Surgiendo de repente
Tiéndenos la mano
Y sálvanos.