miércoles, 11 de junio de 2014

Literatura / Las prostitutas de Constitución / La falta y otros cuentos

Las prostitutas de Constitución
de La Línea y otros cuentos
Nicolás Fratarelli



Las prostitutas de Constitución tienen la mirada triste. Tan triste que rompe el alma.

Las veo todos los días, son parte de mi barrio, no las saludo por pudor, por puro “pudor burgués” -diría el manual de marxismo clásico-.

Las conozco tan bien como a mi carnicero, como a mi verdulero, como al chino de la caja del supermercado -que en realidad es coreano-. Las cruzo todos los días, a toda hora, en las mismas esquinas. A los peatones ocasionales les dicen cosas, a mí no. Quizá porque ellas también me saben parte de su barrio, quizá porque, para ellas, yo sea también como su verdulero, como su carnicero, como el chino del supermercado –que ellas también saben que en realidad es coreano- o tal vez no me saluden porque respetan mi pudor, mi pudor de manual.

Las veo sentadas en el bar, esperando, haciendo tiempo, hablando entre sí, dejando pasar el día. Están acomodadas en las mesas al lado de la ventana, en medio de trabajadores que aprovechan su hora de almuerzo, entre las mesas llenas de fichas bibliográficas de estudiantes, entre los encuentros de los taxistas que interrumpen su recorrido, entre vendedores ambulantes.

“… linternas a pilas, medias de estrich, cortaúñas, lapiceras… “

También las cruzo en las esquinas, junto a jóvenes malabaristas que descalzos muestran sus destrezas frente a los semáforos rojos. Las veo con sus miradas lánguidas, pensativas y  brazos cruzados. Las veo esperar clientes que detestan y necesitan. En el andar también cruzo a un grupo de proxenetas, chulos, cafishios, que hablan entre sí, que las merodean, que las vigilan, que las extorsionan, que les ofrecen seguridad a cambio de su libertad.


Las hay rubias, que son morochas, castañas que son morenas, marías que son julias y melisas que son teresas. Todas son lo que no son. Como el chino del supermercado que es coreano.
Algunas son muy jóvenes, y vienen de otros países, otras vienen desde distintos lugares de la patria, otras son de aquí nomás hijas de otras prostitutas que nacen sin padres, en las pensiones destartaladas del barrio, en casas tomadas, en domicilio sin rúbricas.

Las más jóvenes tienen una mirada inocente y triste, y las más viejas, una mirada curtida y resignada. Sus sueños hace tiempo que perecieron enterrados bajo las cenizas del Vesubio junto a los burdeles de la antigua Pompeya.

Algunas mecen a sus nietos antes de salir a trabajar, los miman le juegan con sonajeros. Intercambian su tiempo de cuidado con el de sus propias hijas, madres de los niños, que las secundan una vez terminada su ronda, en sus puestos habituales.

Y allí salen con su sensualidad artificial, sus risas simuladas, su seducción chapucera, grotesca, tosca,  pero nada de esto importa, de que sea así o de otra forma,  porque ninguna de ellas es codiciada como mujer, sino como enmienda,  como consuelo, como  menjunje que alivia congojas mal curadas.

“…en una esquina cualquiera un hombre se le acerca a una de ellas. Algo le dice. Algo hablan. Algo acuerdan. Sin mirarse y sin tocarse entran juntos a un hotel de mala muerte. Sube ella primero por una escalera mugrosa con una luz que apenas ilumina. Van juntos. Van separados. Van a compartir sus almas en pena…”

Ninguna de ellas pueden disimular los miles de años que tienen en el cuerpo, las miles de mariamagdalenas que acarrean encima de su espalda, las túnicas formadas por el olor de todos los prostíbulos del mundo, que llevan impregnadas sobre su piel. Frente a cada una de ellas fracasaron las miles de marchas feministas,  y dejan de tener sentido todas las ediciones traducidas a distintos  idiomas de los libros de  Simone de Beauvoir.

“…La mujer rota…”

Quizá las prostitutas de Constitución tengan los mismos agobios que las prostitutas de Flores, de Recoleta o de Plaza Once. Quizá sientan la misma desolación que las prostitutas de Roma, de Berlín o Ámsterdam, tal vez las mismas  angustias que las de Shanghái, Bombay o San Pablo. Lo ignoro. No me importa. Solo sé que las Prostitutas de Constitución tienen una tristeza que rompe la tierra, y yo las cruzo en las esquinas, y las veo en los cafés de mala muerte, sentadas en las mesas que miran hacia la vereda.

Foto: calle de Constitución (N.F)

No hay comentarios:

Publicar un comentario