lunes, 19 de mayo de 2014

Relato / Fútbol

RIVER CAMPEON
De Historia,  mudanzas, colores, amores, y aromas a manzanilla
(N.F)

Me mudé decenas de veces. De Buenos Aires a Neuquén, de allí a Río Negro, después otra a Buenos Aires… En la ciudad cambié de direcciones, una dos, tres cuatro, cinco… miro mis dedos, hago memoria, perdí la cuenta. Ahora vivo en Banfield. Camino por sus calles. Aquí están creciendo mis hijas. Hago las compras con mi esposa. Los sábados a las mañana disfrutamos de Maipú. Olorcito a café expreso en alguna esquina. “No olvidemos de pedir: Cebolla de verdeo y ajo, pará acá que voy a lo del zapatero (recuerdo a mi viejo). Hola Ariel ¡Bien Banfield ayer eh, ya llegó a primera! dame unas costillitas de cerdo y una milanesitas bien finitas…”.
En Banfield tengo amigos, gente hermosa, nos encontramos porque decidimos encontrarnos y también porque nos cruzamos. Allí nos detenemos y hacemos que la vida sea mejor con poca cosa, y eso ya es mucho.  También me cruzo con gente que no saludo pero a la que conozco de cruzármela y conmigo se cruza gente que no me saluda pero que me conoce de puro cruzarme y estoy seguro que, a la corta o a la larga,  con la mayoría terminaré saludándome y con algunos propiciando alguna amistad. (Aclaro: Banfield no es  un lugar con límites, no es un mero espacio físico sino es un espacio-tiempo sentimental y afectivo, donde entran montones de amigos que se engarzan como esos cuadros antiguos de las matemáticas modernas que armaban una red.) Vuelvo al tema.
En cada mudanza, dejé cosas en el camino. Dado que me gustan hacer listas, podría enumerar algunas de las cosas perdidas: La colección de Mecánica Popular que tenía en mi adolescencia, la de El Gráfico, la de Goles Match, que guardaba religiosamente porque allí escribía Osvaldo Ardizzone (fuente de inspiración cuando en mis textos las palabras se empeñaban en no acomodarse como yo pretendía).
En esas tantas mudanzas perdí juguetes, libros, muebles, instrumentos musicales, y regalé y tuvo un destino incierto,  una lista de etcéteras que aburriría detallar. Me da tristeza darme cuenta que en las mudanzas también quedaron perdidos algunos afectos, y me recompongo de esta melancolía cuando pienso que estas pérdidas se mezclan con otros muchos y nuevos cariños encontrados.
Entre idas y vueltas, entre tantas mudanzas, cumplí años cincuenta y dos veces. O sea, pensándolo bien, durante unas cuantas ocasiones ya. En todo este tiempo una sola cosa me acompaño siempre inalterablemente: La camiseta de Ríver que me regaló mi tío Mingo a los cuatro años.
Desde ese momento esa casaquita simple de cuello redondo pasó a ser objeto de adoración, y antes de cada mudanza, era lo primero que agarraba. Luego el resto. La camiseta tiene aún los colores intactos y el olor y la mística de aquella época en la que ese tío me enseñó a amar a esa historia.
Cuando los riverplatenses vivimos la ignominia de bajar de categoría, entre tantas cargadas, (no hay fútbol sin cargada, al fin y al cabo el fútbol es un juego, aunque ser hincha de un club sea cosa seria) recuerdo haber recibido una de un amigo. En ese momento yo estaba en la cancha. Jugaba Ríver-Patronato de Paraná. La humorada llegó a mi teléfono por mensaje de texto. Le contesté que estaba en la cancha. Cambiando de tono, cariñoso y sorprendido, me preguntó si estaba solo o estaba con mi tío.  Yo estaba solo. Solo. y desahuciado. Haciendo mi terapia de sanación.  Pero  le respondí que no, que no estaba solo, que estaba acompañado. Y no mentía. Era verdad porque siempre que veo a Ríver, aunque físicamente esté solo, estoy acompañado por mis tíos, mis primos y por toda esa historia que empezó ese día con esa camisetita.

Hoy salimos campeones. Estoy canoso, uso anteojos y se incorporó a mi cuerpo una panza que se obstina en no dejarme ni a sol ni a sombra, y sin embargo, con este campeonato estoy tan contento como cuando era un niño, cómo cuando cantaba esas ingenuas canciones elogiando al equipo de mis amores sentadito en un pupitre de madera blanda sobre la que se podía escribir con la uña. Hoy estoy contento como cuando por primera vez usé  esa remerita sencilla, sin número en la espalda y sin publicidad en el pecho, como cuando con esa prenda, sacaba pecho en el campito rodeado del aroma que desprendían las flores de manzanilla, como cuando con esos colores encima corría detrás de una pelota pensando en hacerla pasar entre medio de esas dos zapatillas que simulaban el arco de la cancha de River el arco del lado de la tribuna Sívori, el arco que como decían los relatores “le da la espalda al Río de la Plata”.
Al día de hoy esa camiseta que me sigue acompañando es la materialización de esa historia.
Me mudé mil veces. Perdí mil cosas. Repito. Pero la historia es lo único que no se deja en el camino en ninguna mudanza. ¿Acaso, ser hincha de un equipo de fútbol, acá en la Argentina, no significa de ser hincha de la propia historia? ¿Acaso ser hincha de un equipo fútbol, acá en la Argentina, no es recobrar un poco la niñez perdida?

Señores, y acariciando  esa camiseta atesorada entre mis objetos más queridos les pido, permítanme un grito, un grito de corazón: ¡Vamos Ríver todavía! ¡Vamos Ríver! ¡Dale Campeón! “Sí, si señores…”

1 comentario:

  1. Grande Nico me identifico mucho , en mi casa fui el único de River, y tuve la suerte en 1975 cuando tenía 11 verlo bicampeonato, despues de 18 años.
    Tengo el privilegio de acordarme el equipo de memoria ( bah el de boca también, signo de época).
    Fillol, Comelles, Perfumo,Pasarella y Héctor lopez.
    J.J.Lopez ,Merlo y Alonso
    Pedro gonzalez ,Luque y Ortiz.
    Gracias,hermoso texto.
    Lo puedo compartir? Mario

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