RIVER CAMPEON
De Historia, mudanzas, colores, amores, y aromas a
manzanilla
(N.F)
Me mudé decenas de veces. De
Buenos Aires a Neuquén, de allí a Río Negro, después otra a Buenos Aires… En la
ciudad cambié de direcciones, una dos, tres cuatro, cinco… miro mis dedos, hago
memoria, perdí la cuenta. Ahora vivo en Banfield. Camino por sus calles. Aquí
están creciendo mis hijas. Hago las compras con mi esposa. Los sábados a las
mañana disfrutamos de Maipú. Olorcito a café expreso en alguna esquina. “No
olvidemos de pedir: Cebolla de verdeo y ajo, pará acá que voy a lo del zapatero
(recuerdo a mi viejo). Hola Ariel ¡Bien Banfield ayer eh, ya llegó a primera!
dame unas costillitas de cerdo y una milanesitas bien finitas…”.
En Banfield tengo amigos, gente
hermosa, nos encontramos porque decidimos encontrarnos y también porque nos
cruzamos. Allí nos detenemos y hacemos que la vida sea mejor con poca cosa, y
eso ya es mucho. También me cruzo con
gente que no saludo pero a la que conozco de cruzármela y conmigo se cruza
gente que no me saluda pero que me conoce de puro cruzarme y estoy seguro que,
a la corta o a la larga, con la mayoría
terminaré saludándome y con algunos propiciando alguna amistad. (Aclaro: Banfield
no es un lugar con límites, no es un mero
espacio físico sino es un espacio-tiempo sentimental y afectivo, donde entran montones
de amigos que se engarzan como esos cuadros antiguos de las matemáticas
modernas que armaban una red.) Vuelvo al tema.
En cada mudanza, dejé cosas en el
camino. Dado que me gustan hacer listas, podría enumerar algunas de las cosas
perdidas: La colección de Mecánica Popular que tenía en mi adolescencia, la de El
Gráfico, la de Goles Match, que guardaba religiosamente porque allí escribía
Osvaldo Ardizzone (fuente de inspiración cuando en mis textos las palabras se empeñaban
en no acomodarse como yo pretendía).
En esas tantas mudanzas perdí juguetes,
libros, muebles, instrumentos musicales, y regalé y tuvo un destino incierto, una lista de etcéteras que aburriría detallar.
Me da tristeza darme cuenta que en las mudanzas también quedaron perdidos algunos
afectos, y me recompongo de esta melancolía cuando pienso que estas pérdidas se
mezclan con otros muchos y nuevos cariños encontrados.
Entre idas y vueltas, entre
tantas mudanzas, cumplí años cincuenta y dos veces. O sea, pensándolo bien, durante
unas cuantas ocasiones ya. En todo este tiempo una sola cosa me acompaño siempre
inalterablemente: La camiseta de Ríver que me regaló mi tío Mingo a los cuatro
años.
Desde ese momento esa casaquita
simple de cuello redondo pasó a ser objeto de adoración, y antes de cada
mudanza, era lo primero que agarraba. Luego el resto. La camiseta tiene aún los
colores intactos y el olor y la mística de aquella época en la que ese tío me
enseñó a amar a esa historia.
Cuando los riverplatenses vivimos
la ignominia de bajar de categoría, entre tantas cargadas, (no hay fútbol sin
cargada, al fin y al cabo el fútbol es un juego, aunque ser hincha de un club sea
cosa seria) recuerdo haber recibido una de un amigo. En ese momento yo estaba
en la cancha. Jugaba Ríver-Patronato de Paraná. La humorada llegó a mi teléfono
por mensaje de texto. Le contesté que estaba en la cancha. Cambiando de tono, cariñoso
y sorprendido, me preguntó si estaba solo o estaba con mi tío. Yo estaba solo. Solo. y desahuciado. Haciendo mi
terapia de sanación. Pero le respondí que no, que no estaba solo, que
estaba acompañado. Y no mentía. Era verdad porque siempre que veo a Ríver,
aunque físicamente esté solo, estoy acompañado por mis tíos, mis primos y por toda
esa historia que empezó ese día con esa camisetita.
Hoy salimos campeones. Estoy
canoso, uso anteojos y se incorporó a mi cuerpo una panza que se obstina en no
dejarme ni a sol ni a sombra, y sin embargo, con este campeonato estoy tan contento
como cuando era un niño, cómo cuando cantaba esas ingenuas canciones elogiando
al equipo de mis amores sentadito en un pupitre de madera blanda sobre la que se
podía escribir con la uña. Hoy estoy contento como cuando por primera vez usé esa remerita sencilla, sin número en la
espalda y sin publicidad en el pecho, como cuando con esa prenda, sacaba pecho en
el campito rodeado del aroma que desprendían las flores de manzanilla, como
cuando con esos colores encima corría detrás de una pelota pensando en hacerla
pasar entre medio de esas dos zapatillas que simulaban el arco de la cancha de River
el arco del lado de la tribuna Sívori, el arco que como decían los relatores “le
da la espalda al Río de la Plata”.
Al día de hoy esa camiseta que me
sigue acompañando es la materialización de esa historia.
Me mudé mil veces. Perdí mil
cosas. Repito. Pero la historia es lo único que no se deja en el camino en
ninguna mudanza. ¿Acaso, ser hincha de un equipo de fútbol, acá en la Argentina,
no significa de ser hincha de la propia historia? ¿Acaso ser hincha de un
equipo fútbol, acá en la Argentina, no es recobrar un poco la niñez perdida?
Señores, y acariciando esa camiseta atesorada entre mis objetos más
queridos les pido, permítanme un grito, un grito de corazón: ¡Vamos Ríver todavía!
¡Vamos Ríver! ¡Dale Campeón! “Sí, si señores…”
Grande Nico me identifico mucho , en mi casa fui el único de River, y tuve la suerte en 1975 cuando tenía 11 verlo bicampeonato, despues de 18 años.
ResponderEliminarTengo el privilegio de acordarme el equipo de memoria ( bah el de boca también, signo de época).
Fillol, Comelles, Perfumo,Pasarella y Héctor lopez.
J.J.Lopez ,Merlo y Alonso
Pedro gonzalez ,Luque y Ortiz.
Gracias,hermoso texto.
Lo puedo compartir? Mario