ACERCA DEL MUNDIAL DE FUTBOL
(y de porqué detesto a la FIFA)
N.F.
Antes de sentarme delante de la TV para ver los partidos de
la selección nacional de fútbol, y disfrutar, por qué no, con las jugadas de
Messi y los goles de cualquiera que lleve la camiseta celeste y blanca (debo
reconocer que aunque soy fútbolero, para esta ocasión preciso estudiar de donde
vienen estos muchachos compatriotas que heroicamente nos van a “representar” en
la “gran gesta” porque en realidad apenas si conozco a la mitad de ellos), decía,
antes de sentarme delante de la televisión para a ver a Lio y sus aparceros
correr detrás de la pelota, quiero anunciar, fijar posición, poner en blanco sobre negro, que, dos puntos:
cada vez más detesto los mundiales que organiza la FIFA.
Aunque a esta
organización plurinacional, lavada, bien afeitada, vestida siempre con Dolce
Gabbana, que va a la cancha con corbatas de seda italiana, y se aprovisiona de
los mejores desodorantes para jamás transpirar los sobacos, poco le importe mi
opinión, yo digo lo que me parece ¡qué tanto! ¿Por qué? Porque sí, porque el
cuerpo me lo pide.
Repito, entonces: detesto a la FIFA. Detesto que esa
organización con sede en Zurich se meta en los países-naciones-estados como si
entrara en un shopping mall e impongan
su esquema de prolijidad estilo circo do soleil, donde los payasos llevan sus
trajes planchado con raya al medio y
carecen en su rostro de la tristeza
propia de los trashumantes (¡todo muy lejano de aquella vida real que mostraba “La strada”
de Fellini!)
Detesto que esa (FIFA) cosa blanca, pasada por lavandina,
tan de de castellano neutro, tan presentador de CNN sea la vara moral de los
torneos de fútbol de interés masivo.
Detesto que la FIFA meta en todos los países del mundo su
proyecto civilizatorio. Que diga lo que se puede y lo que no. Detesto que sus proyectos
se encaramen sobre los países del tercer mundo, y que nos quieran enseñar que
debemos vivir el fútbol perfumados con Giorgio Armani, y presenciar un partido
de fútbol con el glamour estilo hotel cinco estrellas.
Digo, porque sí nomás, porque el cuerpo me lo pide, que apoyo a Dilma Rouseff (de la misma manera
que apoyo y adhiero a todo el movimiento que se produce desde hace tiempo en
Latinoamérica con Chávez, Evo, Correa, Kirchner y Cristina) pero esto no me
inhabilita, a considerar como un error
la organización del mundial de fútbol por parte de Brasil.
No me interesa opinar sobre las manifestaciones a favor y en
contra que tiene la presidenta de la vecina República Federativa. No quiero
tomar posición al respecto. Simplemente digo que Brasil no debía hacer este
mundial, o por lo menos no debía haberlo hecho bajo las condiciones que propone
esa organización europea de fútbol que se autodenomina “organizadora mundial”
del deporte más popular del mundo, sólo porque está situada en el centro del
ring del globo terráqueo.
Brasil tiene el suficiente poder deportivo (son los mejores
de todos, mal que nos pese a los argentinos) y
la suficiente solvencia económica
y política para no aceptar las condiciones que pone una organización que ya no
es de todos los países que juegan ese deporte sino es de sí misma.
Me hubiese gustado que Brasil como país anfitrión hubiese
dicho: “Educados señoritos bien vestidos; para organizar un mundial nos sobra infraestructura.
Con estas autopistas, estos puentes, estos estadios, estos hoteles, estas
playas, esta gente y estas comunicaciones que ya tenemos nos alcanzan y nos
sobra para organizar cualquier cosa. Nos alcanza y nos sobra con nuestra
burguesía nacional, con nuestros pobres, con nuestros rascacielos y nuestras
favelas, con estas caipirinhas, con este sol, con el turismo durante todo el
año, con nuestra pasión, con nuestros artistas, con nuestro swing, con nuestras
cuicas, con nuestro fútbol exquisito,
con nuestras contradicciones, con…” ( y así encuadernar una colección de hojas
más extensa que la enciclopedia
británica mostrando todo lo que tienen para organizar un mundial como ellos
deben y saben y no como se lo impongan)
Brasil, luego de presentar este argumento podría preguntar: “¿Qué? ¿Que
no les parece bien?”, y si la respuesta
es negativa entonces puede sugerir: “Pues entonces señoritos millonarios, si no
les gusta nuestra manera, cómprense una isla en medio del Mediterráneo, o bien,
así como existe Liechtenstein, o Andorra, organicen un paisito libre de
impuestos y propiciatorio para lavar las suculentas cuentas que genera les
genera el fútbol, mezclado con el turismo y las telecomunicaciones, y levanten allí diez pulcros estadios (todos
techados para que nadie se moje), diez hoteles con vista hacia el “verde césped”,
realicen su burbuja tipo Dubai y desde allí trasmitan los mundiales de tanto en tanto, que nosotros
les aseguramos que les enviamos a nuestros equipos (aunque que ya para ese
momento no hará ni falta que vengan a prepararse a nuestros países dado que van
a estar muy cerca del no-lugar donde se haga esa hipotética justa deportiva). Hagan
eso señores, les aseguramos que nosotros cada cuatro años no dejaremos de hacer
flamear las banderitas delante los partidos esponsoreados por las
multinacionales serias estilo Monsanto”.
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Estamos a poco de empezar el mundial. Ya tengo mi plasma
preparado. En la agenda marqué los partidos que jugará la selección para que no
se superponga con ninguna otra actividad superflua como, por ejemplo, trabajar.
En esos momentos, sin duda, estaré listo para ver en acción a Garay, Fernandez,
Basanta y Campagnaro, estoy seguro que me entusiasmaré si pasamos los octavos
de final. Deseo que la selección juegue la final con Brasil y que le ganemos.
Acaso, la FIFA sabe que cuando la pelota rueda, puede acuclillar
sus cínicas risotadas entre la pasión popular, porque conoce que en definitiva tanto
su perversidad como las críticas que se le puedan hacer, se perderán entre un
grito de gol que no conoce ninguna norma Iso 9000.