Alas de Banfield
Publicado
en El Banfileño Nº 10 Septiembre 2013
Nicolás Fratarelli
Luego de matar
al perro ¡pbum! se pegó un tiro en la frente. El poeta andante, como buen hijo
de ingeniero de caminos -heredero de sangre- no quiso recorrer solo su última
ruta. Era demasiada la soledad que ya tenía en vida. Por eso buscó compañía
para transitar su muerte: anhelaba no terminar como un perro.
Claudio de
Alas, desconocido como tantos, fue es un poeta colombiano, un bohemio, un
incansable caminante. De tanto andar llegó a Buenos Aires, y por no poder parar
siguió de largo hasta Banfield, hasta la casa de su amigo, el pintor Koek Koek,
un loco de la guerra (1), o un artista loco de la guerra (de la guerra callada
que se tenía por aquel entonces en calles injustas).
Sus datos
personales indican: que Claudio era Jorge y de Alas: Escobar Uribe; que su piel era oscura; que nació en 1886; en Tunja, en una de las ciudades más antiguas
de América, situadas al noroeste de Bogotá; que a pesar de ser miembro de una
familia burguesa (2), se alistó para defender a Panamá -en ese entonces parte
del territorio colombiano- cuando Norteamérica pasó de la rutinaria prepoteada
a la acostumbrada invasión.
Claudio de
Alas murió muy joven. Tenía apenas 32 años. Buenos Aires era su gran meta.
Admiraba la vida cultural porteña. Venía a triunfar al corazón de América,
donde estaba lo que él identificaba como lo más selecto de la cultura. “Voy
a vencer o a perecer”, decía. De Alas no consiguió el triunfo. Ni siquiera
un empate. El ambiente literario nunca le abrió sus puertas y aún siguen
cerradas para él, aunque ahora, con sigilo, entre algún cancel entreabierto, se
asome la sombra de la curiosidad por sus
letras. Los que crean listas, los nomencladores con báculo, los que bajan
el martillo, los creadores de cánones, nunca lo incluyeron en ninguna lista,
nunca lo hicieron aparecer en ninguna compilación. Quizá por eso se mató joven.
Quizá por eso su cansancio, quizá por eso su desmesura.
Se oyeron dos
tiros. El primero directo al perro de mirada triste, luego a sí mismo. Koek Koek, su amigo que lo albergaba en la
casa de Banfield, el que le dio un lugar donde caerse muerto, no le perdonó a
de Alas ese asesinato. Lloró al perro.
Pero al poeta no le importó. Él debía continuar su viaje que había emprendido
en 1903. Venía desde Colombia, antes
había estado en México y Centroamérica, después bajó por Perú y siguió hasta
Chile, donde se quedó un tiempo, y por último en 1917 llegó a la Argentina , su gran meta.
No había más después. Apenas quedaba el
infinito. Apenas, ese cielo tan inmenso como la Pampa misma que para él era
“el cansancio sin fin de andar”. Y hacia allí partió. Y cuando llegó
exclamó:
“…¡Buenos Aires! La Urbe magna presentida en sus
estruendos: La Ciudad-Rey
de esta nuestra América. (…) El alma del que llega queda muda y curiosa ante su
grandeza.” (3)
En Chile había
escrito cuatro libros: “Salmos de la muerte y el pecado”, “Fuegos y
tinieblas” “Arturo Alessandri” y “La primera víctima de la aviación en
Chile”.
El último de
los poemas de su primer libro evocaba una queja:
“Qué tristeza, qué tedio, qué dolor, qué amargura
El tratar a las gentes con sus mismas falsías:
Todas van disfrazadas con la vil vestidura
De las cosas del mundo, tan banales y frías…” (4)
Este lloro lo
trasladó a Buenos Aires. La ciudad donde venía a triunfar apenas le ofreció
indiferencia. Su depresión congénita, el no poder superar el lastre del
fallecimiento de su madre en los años de su niñez, y la negación de cualquier camino que lo
llevase a ser una referencia cultural en esta zona del sur de América, transformaron su decepción en pronta fatiga.
Aunque ávido
lector de Oscar Wilde, de Rubén Darío y Edgard Poe, su comportamiento como
poeta tuvo el espejo maldito de Baudelaire: deambuló como un flaneur por
las ciudades, miró a la vida como un voyeur, se obstinó al fracaso y a
la infelicidad, y transitó, con el sino de la parca siempre al acecho, toda
esta travesía solo, con apenas una escuálida tripulación compuesta de amantes
esporádicas recluidas de burdeles de poca monta.
“El hambre el dolor y el crimen, son esfinges
que cruzan incógnitas y mudas a través del oro y de los mármoles de la
cosmópolis de la soberbia llanura. Y también incógnita y sin galas de terror
podríais decir que desfila también Nuestra Pálida Señora la Muerte …” (Carta al director de
Zig-Zag”) (5)
Un día, un 5
marzo de 1918, en el fondo de la casa del pintor, con el perro de su amigo al lado, sobre unos formularios
telegráficos (6) escribió su poema final:
“Dadme un beso.
¡Oh, Señora!
Dadme el beso
callado y no comprado,
De tus labios
siniestros, por lo mudos,
Señora, y a mi
lado,
Estrechemos los
músculos desnudos,
Para dormir…
¿Morir?... (7)
Luego del rito:
dos disparos.
Koek Koek, dijo: “¿Sabe
usted por qué se mató Claudio?...porque sabía mucho (…) porque su cerebro había
profundizado en la vida y poseía tan hondos conocimientos psicológicos, que se
aislaba de la multitud para no hacer notar su diferencia de estatura”. Y agregó:
(es que él) “no había nacido para las reglas. Había nacido para las
excepciones…” (9)
Claudio de
Alas, aquí, a orillas del Río de la Plata , quiso tocar el cielo
con las manos.
Lo logró.
Nos queda su
recuerdo, una calle con su nombre cerca de Camino Negro, su obra realizada en
vida, su obra póstuma (10), y la reivindicación de su poesía.
Ahora vuela.
(1) Ver” El Loco de Banfield”. El Banfileño. N°8 Julio 2013. Nota de
Fernando Raluy.
(2) Harold Alvarado Tenorio. www.haroldavaradotenorio.com
(3) Claudio de Alas. “Desde el
estruendo de Buenos Aires”. El Cansancio
de Claudio de Alas. Editorial Punto de Encuentro. Buenos Aires. 2008
(4) Claudio de Alas. “Aullidos”. Op.cit.
(5) Claudio de Alas “Desde el
estruendo de Buenos Aires”. Op. Cit.
(6) Gito Minore. Prólogo. Op. Cit.
(7) Claudio de Alas. “Mientras anda la hora”. Op. Cit.
(8) Juan José Soiza Reilly. Compilador Testamentario de la obra de
Claudio de Alas.
(9) Juan José Soiza Reilly. ibid.
(10) Obras póstumas: “El Cansancio
de Claudio de Alas”, “Visiones y realidades”, y “La herencia de la sangre”