Cortázar en Banfield
Cortar al azar
(Publicado con el título
“Julio en Banfield” en
El Banfileño Año 1 Nº4 marzo 2013
y en
elbanfilenio.blogspot.com.ar)
Banfield “…con pequeños
faroles en las esquinas
(y) una pésima iluminación, (…) favorecía el amor y la
delincuencia
en proporciones más o menos iguales.”
Tierra
Puede ser de otra manera. Pero seamos elegantes. El tema lo
requiere. Primero haga un semicírculo. No hace falta que sea muy perfecto, lo
puede trazar con una tiza si
quiere, siempre y cuando el piso sea de
cemento o de baldosas. Si la superficie
lo permite, puede intentar trazarlo con la misma piedra con la que luego
probará la puntería para ir haciendo su camino al paraíso. Para dibujarlo debe
arrodillarse como cuando era chico, no queda más remedio. A ese primer dibujo
le debe dar forma de luna en cuarto creciente o menguante, según el optimismo o
el pesimismo con que se levantó ese día, en todos los casos este primer dibujo
debe tener la forma de media luna mirando para abajo o para decirlo de otra
manera debe tener la forma de medialuna cuya espalda curvada mire hacia arriba. ¿Se entiende? La medida del dibujo no
debe ser exageradamente grande. La parte más gorda debe permitir que entre, que
quepa, un pie y la palabra “Tierra”. Entonces allí empieza todo, porque
después viene un primer cuadrado encima,
con el número uno, después dos juntos, con los brazos tomados, que le permitirá
descansar apoyando ambas piernas semiabiertas -si no hay piedra que lo impida-
después el cuatro, luego dos más juntitos
y por último el siete, el ocho y el nueve que lo llevarán al cielo.
Cuando el dibujo esté listo, debe tomar la piedra, preferentemente
plana, y arrojarla con estilo al primer
cuadrado como si estuviese jugando al tejo, en ese momento un tren lo llevará por la estación de Banfield y
se detendrá enfrente de una casa con fondo,
ubicada en Rodríguez Peña casi San Martín. Entonces allí encontrará a un tal Julio, que
es un pibe de ojos verdes y saltones, algo enfermizo, solitario y taciturno, que
en ese momento dejó la lectura para dedicarse a matar hormigas. Llámelo ¡Julio!
E invítelo a jugar a la rayuela. Quizá luego se sumen al juego Ofelia, Doro y
Aníbal, pero no puedo asegurárselo.
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Banfield estuvo presente permanentemente en toda su literatura. No
sólo como “trasfondo de su obra” (Luis Harss) sino como transfrente. Banfield fue presencia continua y absoluta, y
no solo en algunos cuentos como en “Los Venenos” o en “Deshoras” - historias que refieren directamente a su
infancia- sino en cada línea de toda su literatura, en cada flor, en cada
insecto. Está en esa rayuela que dibujaba con “tiza roja, tiza verde” (Rayuela),
en su interés por los jardines, en las gardenias, en los jazmines, en los
caracoles, en las hormigas a las que el persiguió de pibe, por las que se sintió acosado de adulto y a las que nunca pudo combatir durante toda
la vida, quizá porque no hubo DDT efectivo o tal vez porque ellas son como ese
primer fuego que nadie pudo apagar más
desde antes de su invención por el hombre.
Julio Florencio Cortázar. Nació en Ixelles, Bélgica, el 26 de agosto
en el 14, año en que estalló la primera guerra. Nació belga, producto “del
turismo y de la diplomacia”, se nacionalizó francés antes de su muerte y
fue argentino siempre. A los cinco años llegó a Banfield. Donde pasó una “infancia
en una bruma de duendes y elfos con un sentido del espacio y del tiempo
diferente al de los demás” (Elena Poniatowska)
Así lo recordaba: Banfield era "un poco el meta suburbio, el suburbio que le sigue. (...) un paraíso, porque la casa tenía un gran jardín, que daba sobre otros jardines. Y entonces ése era mi reino. En algunos cuentos eso ha vuelto así, ha sido evocado, porque yo lo siento muy presente y muy vivo. Bueno, y allí hice los estudios primarios, en una escuelita de la zona. Y allí viví hasta los 17 años".
Su padre abandonó su casa cuando él tenía seis años. Su infancia la
vivió con su madre, su hermana, su tía y su abuela. En sus cuentos aparece
varias veces este tipo de organización familiar.
Estudió en la
Escuela 10 que por aquel entonces se llamaba Julio Argentino
Roca y desde el año pasado lleva orgullosamente su nombre (ver nota aparte:
“Cortázar con la 10 en la espalda”). Cruzaba las vías de tren para llegar.
Caminaba por las “calles de tierra y la estación del Ferrocarril Sud (y
por) sus baldíos que en verano hervían de langostas a la hora de la siesta” (Deshoras)
Caminaba por la empedrada calle Maipú, por Belgrano por Talcahuano
-en el 278 se encontraba la escuela, hoy demolida-. Actualmente se exhibe en el
patio de la Escuela
que él pisó el acta con sus calificaciones: Nos humillan. Instan a que quememos
todos nuestros boletines para evitar cualquier constancia propia. La secundaria la hace en el Colegio Normal
Mariano Acosta de la ciudad de Buenos Aires. El rápido a Constitución combinado
con el tranvía, lo llevaría a recibirse
ya de maestro, ya de profesor de literatura.
Y así con el título, deja de morar en Banfield, pero no de vivir
Banfield, porque nunca dejó esta patria de infancia, y comienza otro periplo
que finalmente lo llevará a volver al continente que azarosamente lo vio nacer.
“En el fondo de mi casa había
un jardín lleno de gatos, perros, tortugas y papagayos: un paraíso. Pero en
este jardín yo era Adán, en el sentido de que no conservo recuerdos felices de
mi infancia, demasiadas tareas, sensibilidad excesiva, tristeza frecuente,
asma, brazos rotos, primeros amores desesperados. Mi cuento “Los venenos” tiene
mucho de autobiográfico. Sin embargo ese era mi reino y he vuelto a él, lo he
evocado en algunos cuentos, porque aún hoy lo siento muy presente, muy vivo”. (Carta a Graciela Solá. 1963)
Fue el rey en medio de una vida signada por mujeres. Las mujeres le
marcaron el camino. Una institutriz en Europa le enseñó a hablar –en francés-,
su madre María Dascotte lo incentivó a la lectura, le regaló los primeros
libros de aventuras y lo mantuvo siempre entre algodones perfumados, su hermana
Ofelia fue una compañera inseparable de juegos, su tía influyó en su amor a la
música, Mercedes Arias, profesora de inglés, fue su amiga y confidente en sus
días de Chivilcoy, mas tarde (lejos de Lili, su primer amor entre ligustrinas
que le dará el primer desengaño amoroso, y el de los platónicos amores de Cora
y de Sara, la hermana de Doro) su primera mujer, la poeta y traductora de Paul
Valery, Aurora Bernárdez lo
acompañará en la inserción social al
mundo de la literatura. Será otra mujer,
Edith Aron, que conoce en el barco Conde
Biancamano en su primer viaje a Francia que le servirá de inspiración para el
personaje de La Maga,
será su segunda mujer la lituana Ugne Karvelis la que lo impulsará a reformular su visión política, y su tercera
mujer Carol Dunlop la que lo llevará a recorrer los intersticios de la
autopistas del mundo.
Fuera de Banfield encontró la
adultez, descubrió la ciudad y un libro de Jean Cocteau, “Opium”, que le mueve
el piso. Fuera de Banfield descubre la modernidad. Un buen día cerró
definitivamente el piano, dejó de lado las partituras de Bach y Chopin y comenzó a sentirse perseguido por el sabor
a saxofón de Charlie Parker, Miles
Davis, John Coltrane , el recuerdo de la
pelea Firpo y Dempsey que escuchada en su radio a galena y las veladas del Luna
Park con sus libros de Rilke bajo del brazo incluido. Así, jazz y box, tac,
paf, box y jazz, paf, trac, jazz, box y literatura, tum tum paf, convivían en
el mismo hormiguero.
Luego vino Bolívar y Chivilcoy. Y para escapar del temor a la
mediocridad, casi como acción terapéutico a su “miedo de ser un pueblero”
escribió su primer libro de poemas “Presencia” –firmado como Julio Denis- y, entre otros cuentos, escribió “Casa
Tomada” -que años después publicará Borges- inspirado en una casa cercana a la
suya aunque situada enigmática y sugerentemente “hacia (la calle) Rodríguez
Peña”. (Casa Tomada)
El camino lo llevaría a dar clases en la Universidad de
Mendoza, a agarrarse a trompadas con el primer peronismo, a publicar su primer gran libro,
“Bestiarios”, a viajar a Francia, y a comenzar a ser Cortázar, a ubicarse
dentro del cuerpo de Cortázar.
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¿Qué es escribir? La
escritura es viajar, quizá sin destino cierto. Es viajar a lo desconocido. Es
llegar un lugar que siempre será distinto del que pensábamos llegar aunque
coincida con el lugar geográfico del destino establecido.
Y ese viaje es el que encara Cortázar. Lo había empezado desde niño,
leyendo en el jardín de su casa y lo continúa de adulto escribiendo de otra
manera, escribiendo “mal”, poniendo la literatura patas para arriba, porque “es
tan fácil escribir bien”, rompiendo las formas clásicas, escapando de las
temporalidades, de las linealidades, transitando lo absurdo, lo surrealista
y lo fantasioso.
Cortázar goza de navegar en estas ambigüedades, de proponer
realidades subjetivas, de dejar
sus textos a libres interpretaciones. Hace de su literatura un continuo viaje.
Un día Cortázar, Julio, decidió tomar un barco, emprender otro viaje
e instalarse definitivamente a Francia. ¿Se fue?
En uno de sus retornos le preguntaron:
- ¿Por qué no está viviendo aquí?
- Bueno, a esto contesto con algo que mucha gente considera una
especie de subterfugio, pero que no lo es para mí: yo estoy viviendo aquí.
Cielo.
Tras su estadía en 1983 Cortázar vuelve a Europa.
Será su último viaje. Salvo, el
crepúsculo. Esta vez no lo llevaba el Conde Biancamano como había sido en otra
época. Ahora fue un avión. Otra vez
levantó vuelo. Esta vez no lo llevó el agua, sino un salto. Dicen que falleció
el 14 de febrero en 1984, en París, y que sus restos están en Montparnasse.
Puras mentiras, el avión lo llevó a ese semicírculo superior, hecho en tiza, en
el que entra un pié y que dice “Cielo”. Algunos cuentan que allí con una
“piedrita amorosamente” (Rayuela) elegida, se encuentra un niño rodeado de
flores amarillas que grie y grie y no deja de greir.
Fuentes
consultadas:
Reportaje de Joaquín Soler Serrano. Programa “A
Fondo”. TVE. Madrid. 1977.
Reportaje de Hugo Guerrero Martineitz. El Show del
minuto. Radio Continental. Buenos Aires.1973.
Reportaje de
Elena Poniatowska. Revista Plural. México. 1975.
Harss, Luis.
Julio Cortázar o la cachetada metafísica. Editorial Sudamericana. Buenos
Aires.1966.
Sola,
Graciela. Julio Cortázar y el hombre nuevo. Editorial Sudamericana.
Buenos Aires. 1968.
Deschamps,
Jorge R. Julio Cortazar en Banfield. Infancia y adolescencia.
Orientación Gráfica Editorial SRL. Buenos Aires 2004.
Cortázar,
Julio. Cartas. 1, 2 y 3. Edición a cargo de Aurora Bernárdez y Carles
Álvarez Garriga. Alfaguara. Buenos Aires. 2012
Güichal,
Celia. Viaje a la
Escritura Editorial de la Universidad Nacional
del Sur. Bahía Blanca. 2004.
Nota: Agradecemos la
colaboración de la dirección y de los docentes de la Escuela 10.
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Cortázar con la 10 en la espalda.
N.F.
En diciembre de 2011 la escuela N°10
cambió su nombre (fue un 7D).
En realidad, para ser más precisos, ese
día la escuela, cambió su apellido. Dejó el mismo nombre, Julio, pero el “A. Roca” pasó a ser “F. Cortázar”. Si se lo quiere ver de otra manera la roca se
convirtió en piedrita y el desierto
yermo en un patio de escuela para jugar a la rayuela.
De más está decirlo que más que un nombre
la escuela cambió una idea. Cambió una idea
por otra. El cambio de nombre puso de manifiesto un modo distinto de ver
la educación, el país, y la vida. Por eso, con la nueva denominación, apenas quedó
una única coincidencia, un nombre de pila ligado a un mes de invierno en el
hemisferio sur, nada más.
El nombre lo cambió la comunidad
educativa con el trabajo y el tesón de docentes, alumnos, padres y graduados. Además de esfuerzo hubo paciencia. Esfuerzo
para pelear por una idea, paciencia para sortear burocracias y estrechos pasillos
ministeriales. Con ese gesto la escuela le proporcionó identidad y sentido de pertenencia tanto al
colectivo escolar como a todo Banfield.
El nombre se eligió por votación por
todos los alumnos de la escuela. Con cada voto los chicos depositaban el orgulloso de pertenecer a la misma escuela en
la que se formara el primer Julio Cortázar, el cosmonauta de ese “banfiel” con
la “d” omitida como lo pronuncia cualquier niño.
Ese día de diciembre hubo fiesta. En el
patio hubo literatura, videos y música de Charles Parker. Fue otro tipo de acto
escolar, otro color, otro swing. Desde ese día el frente de la escuela lleva
plasmado el nombre: “Julio Cortázar”, desde ese día se instalaron
definitivamente los Cronopios en el interior de sus aulas que desde su
invención siempre anduvieron merodeando las calles de la ciudad persiguiendo
hormigas y esperando al dos setenta y ocho.
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