viernes, 30 de marzo de 2012

Literatura / G.K.Chesterton

El árbol del orgullo
G.K.Cherteston
(Inglaterra 1874-1936)

Si bajan a la Costa de Berbería, donde se estrecha la última cuña de los bosques entre el desierto y el gran mar sin mareas, oirán una extraña leyenda sobre un santo de los siglos oscuros. Ahí, en el límite crepuscular del continente oscuro, perduran los siglos oscuros. Sólo una vez he visitado esa costa; y aunque está enfrente de la tranquila ciudad italiana donde he vivido muchos años, la insensatez y la trasmigración de la leyenda casi no me asombraron, ante la selva en que retumbaban los leones y el oscuro desierto rojo. Dicen que el ermitaño Securis, viviendo entre árboles, llegó a quererlos como a amigos; pues, aunque eran grandes gigantes de muchos brazos, eran los seres más inocentes y mansos; no devoraban como devoran los leones; abrían los brazos a las aves. Rogó que los soltaran de tiempo en tiempo para que anduvieran como las otras criaturas. Los árboles caminaron con las plegarias de Securis, como antes con el canto de Orfeo. Los hombres del desierto se espantaban viendo a lo lejos el paseo del monje y de su arboleda, como un maestro y sus alumnos. Los árboles tenían esa libertad bajo una estricta disciplina; debían regresar cuando sonara la campana del ermitaño y no imitar de los animales sino el movimiento, no la voracidad ni la destrucción. Pero uno de los árboles oyó una voz que no era la del monje; en la verde penumbra calurosa de una tarde, algo se había posado y le hablaba, algo que tenía la forma de un pájaro y que otra vez, en otra soledad, tuvo la forma de una serpiente. La voz acabó por apagar el susurro de las hojas, y el árbol sintió un vasto deseo de apresar a los pájaros inocentes y de hacerlos pedazos. Al fin, el tentador lo cubrió con los pájaros del orgullo, con la pompa estelar de los pavos reales. El espíritu de la bestia venció al espíritu del árbol, y éste desgarró y consumió a los pájaros azules, y regresó después a la tranquila tribu de los árboles. Pero dicen que cuando vino la primavera todos los árboles dieron hojas, salvo este que dio plumas que eran estrelladas y azules. Y por esa monstruosa asimilación, el pecado se reveló.

viernes, 23 de marzo de 2012

Literatura / Puertas (Relato)

Puertas
N.F.
Se abren se cierran se dejan arrimadas.
Entreabiertas.
Cerradas con tres llaves, con una, con mil.
Se encuentran en chozas, palacios cuevas de alivavá, departamentos, cuchitriles, cajas fuertes.

Algunas ofrecen que entre el que quiera, otras invitan otras disimulan. Otras  evitan el vaso de agua, otras miedosas  se abren apenas para pispiar.

Las hay vaivén,  giratorias pivotantes corredizas. De plegar de enrollar de una hoja de dos o tres carillas.
Están las que se doblan, las se rompen las de acceso y las de salida –que casi siempre son las mismas- .
Las hay de madera, de chapa de vidrio.
Las hay  ausentes.
Las hay de seguridad que son las que preguntan:”alto quien vive” (mientras dispara).

Las hay amplias, lisonjeras y agradables, las hay serenas, limpias y austeras.
Las hay estrechas, constreñidas apremiadas. Las hay antipáticas derrochonas, condescendientes, atrevidas osadas.

Las hay tan justas que hay que menguarlas  para que no choque contra el inodoro.
Las hay rigurosas, exactas, estrictas exigentes.
Las hay intolerantes, inoxidables, inexorables.
Las hay cobardes, pusilánimes, cohibidas
Están las que se trancan, las que se hinchan con el sol, la que se pudren por la humedad, la que no se mojan con la lluvia. Las que no se inmutan. Las insensibles a las que nada les pasa.

Están las que taponan, las que están al acecho, las que interceptan, las que impiden, las que estorban obstruyen  entorpecen, las que circunscribe, confina define coarta

Están las clausuradas, las prohibidas, las vedadas, las apeadas, las tapeadas. Las que tienen una faja judicial, la que están lacradas. Las que tienen cucarachas sobre su lomo como un lunar que camina… y camina.

Están las nuevas, las relucientes, las tersas pulidas novedosas, están las  relegadas opacas oscuras pardas, desangeladas sombrías, cenicientas y grisáceas.
Están las que aíslan, la que incomunican la que encierran, delimitan, demarcan, ultiman, concluye, rematan,  las que lleva a la última habitación, a la más lejana a la del final del sótano, a la del último subsuelo, a la de la bodega, a la de la cripta.

Las hay cercanas aunque distantes. Las hay remotas aunque  contiguas.
Las hay de servicios, principales secundarias de ascensor de placar de horno de trenes de carros.
Las hay rojas, blancas y negras, algunas flamean.
Las hay pintadas, coloreadas, teñidas, maquilladas, manchadas, lustradas, enceradas, barnizadas.
Están las que apenas se sostienen las que viran las que se mantienen con más penas que gloria.  Muchas  son frágiles,  inconsistentes, enclenques, endebles, otras por el contrario firmes persistentes, impenetrables  e indelebles.

Están las equilibradas las delirantes las que se venden al mejor postor; las que se compran las que se permutan la que se cambian por conveniencia; las que se reemplazan las que se sustituyen las que tienen buzones como boca. Están  las que permiten que por debajo pase el sobre, subrepticiamente y disimulan mirando para otro lado.

Están las que curan, las que comunican, las que dejan ver por su mirilla, las que tienen  ventanas las transparentes que  se despliegan extienden desenvuelven desempaquetan y  propician. Están las que  inician, descerrajan, desencajan, miran hacia afuera, piensan en el otro.

Están las que atraen, engatusan, engañan, las que cantan como sirena.
Están las que se integran a los frentes, están las que se aíslan.

Como en un corralón, uno puede elegir la que considere más adecuada.  Como puertas, así son las ideas.

(Fotografia NF)

Cine / Las Acacias

Acacias que curan
N.F.

La película comienza con un desmoronamiento: el de árboles talados.
(Aunque, hay otros que no se ven, y fueron producido por algo que tiene más fuerza que una motosierra.)
Continúa con almas que a pesar de estar por el piso no quieren resignarse a la derrota, a la soledad, a que el destino los lleve como postes marchitos en la cola de un camión.
Allí  arranca el viaje; un camino, deseos, una niña que mira a los ojos, que ríe y bosteza; ausencias, humo de cigarrillos esperanzas; desesperación, sollozos y una frontera que queda atrás.
La ruta es más que una ruta. Sobre su angostura se espera alguna brizna que ayude a desviar la realidad de esas almas rotas. 
El film, que habla con silencios, con gestos, y matices, encierra el  tono exacto de belleza y de verdad. Acaricia la barbilla de cada espectador, que mira con ojos negros y pelo ondulado, y trasmite la esperanza de que las propiedades curativas, la sombra y el frescor de ese árbol que florece amarillo, llegue a destino.
Con las actuaciones monumentales de Germán de Silva y Hebe Duarte, y una dirección notable de Pablo Giorgelli (que maneja admirablemente la cámara y hace de la niña -Nayra Calle Mamani- una actriz consumada) la película se transforma en una obra poética entrañable e imprescindible.