HABLANDO DE
ROMA…CUARON SE ASOMA
N.F.
Lo más
destacado de la última película de Cuarón, Roma, es haberse impuesto como
producto calificado en el ambiente del cine “arte”. El valor de la película no está tanto en “el
poder de Roma”, sino del poder de Netflix que la instaló como producto cultural.
Entre
tantas mercancías ofertadas en la batea virtual de esta aplicación, todas expuestas
a un “clic de distancia” (y a 10 dólares mensuales debitados automáticamente de
la cuenta bancaria), Roma es el artículo
de calidad que la multinacional del cine subraya como película del momento.
Lo más destacado del film es su márquetin. Hay
que reconocer que su envoltorio de venta
es excelente. Todo comienza desde el principio, podríamos decir, desde la
elección del título. Porque Cuarón, (o
Netflix) dándole a la cinta una denominación tan “universal” para el googleo
como es “Roma” ( en referencia el barrio
del D.F, barrio de infancia del
director, donde transcurre la historia) hace que el apellido Cuarón quede ligado a la película. En cualquier búsqueda web se debe aclarar que hablamos de
“Roma-de-Cuarón”, y no de la Roma , la ciudad eterna, y mucho menos -volviendo al cine- de que aquella maravilla de Federico
Fellini también llamada Roma pero realizada en épocas cercanas al principio de
la vía satélite pero lejanas de internet.
Deteniéndonos
en la película como obra cinematográfica, podríamos decir que si le quitáramos la máquina publicitaria que
la sostiene Roma (de Cuarón) sería “una buena película más”. Porque hay que reconocer que la película no es mala y su naturalismo
estético crea una especie de “neorrealismo mexicano” hermosamente contado (Pero… ¿acaso, nosotros,
argentinos, amantes del cine no somos un
poco hijos de Fabio y no hemos sido ya advertido de un estética similar?)
Cuarón
narra una historia que se contó muchas
veces en cine. Quizá la mayor novedad que encierra Roma es que un director
“exitoso” (galardonado con el premio más comercial del planeta cine como es el
Oscar, por su antecesora “Gravedad”, película protagónizada por los taquilleros
George Clooney y Sandra Bullok)- haya realizado una película “tan intimista”, y que cuente su propia historia, dura y poco
amable con lujos de detalles.
Quizá suene
un poco malévola la apreciación, pero
luego de ver Roma uno se queda con la sensación de que a la película, como
historia, como relato, ya la vio antes, y
hasta podría decirse no tiene ninguna novedad
(el tema de la doméstica, que vive la vida de los patrones como si fuera
la suya, podría decirse que es hasta casi una historia remanida). El valor de la película que más sobresale está en
su impecable técnica visual, y en la belleza poética de cada plano (porque verdaderamente cada
una de las tomas es hermosa la imagen
más banal hasta la más terrible que - por ejemplo, la imagen inicial, con el
agua encima de las baldosas mientras baldean el patio, es maravillosa-). Y quizá
esto no sea poco. O quizá esto sea todo.
Aparte. ¿Es
la historia de Roma una historia latinoamericana? Salvo por el idioma y por su
contexto -que no se profundiza- podríamos responder que no.
Y si en vez
de mexicana, dijéramos que se tratara de una película norteamericana, no habría
mayores discusiones, si en vez de situar uno de los acontecimientos centrales
del film en el Halconazo o en la Masacre del Jueves de Corpus Christi (México Distrito
Federal, 1971), lo situáramos en barrios marginales de cualquier ciudad de
Estados Unidos, con pandillas ligada a la droga, la película funcionaría igual.
Su cuento
se presenta respetuoso de las
diferencias culturales y sociales además de comprensivo hasta de las
problemáticas del género (“todas las mujeres estamos solas”) y busca mostrar una relación “policlasista” correcta (casi
al cierre de la película, en una bella
imagen de todos hecho un manojo en la playa, su empleadora le dice –sinceramente- a Cleo, la chica cama adentro con servicio de 24
horas -interpretada por Yalitza Aparicio
excelente actriz- que la quiere.)
En una entrevista
Cuarón declaró “no sólo México, (sino)
el mundo entero está peor con todos esos líderes populistas que se alimenta de
odio y de la relación perversa que existe entre clase y raza”. No está muy
claro a qué llama Cuarón “líderes populistas”, no se sabe si se refiere al
concepto de populismo utilizado por los conservadores estadounidenses, por los
teóricos europeos o al término tallado por Laclau. Desconocemos cómo estos líderes
se alimentan de esa “relación perversa”
y cómo se resolverían -o no- semejante puja de clase o raza, según el director. Quizá Cuarón con su película
busque “aunar” clases y razas, busque hacerlas interactuar una con la otra mientras cada cual
se mantenga en el lugar que le corresponda. O tal vez no, y esta sea apenas una
mala interpretación de sus dichos y de su Roma y apenas resulten simplemente un
grupo de ideas un tanto mezcladas.