domingo, 1 de diciembre de 2019

TEXTO RABIOSO 11 | Diciembre 2019


ADIOS. SE TERMINÓ.
Nicolás Fratarelli.

Adiós. Se terminó. Quedan apenas unos puñados de días hasta el diez, pero ya está, se terminó. Al fin se terminó. Al fin se terminó el neoliberalismo. Se terminaron los cuatro años más oscuros de la historia Argentina. Se van. Se van. Se van.
Se van del gobierno. Se van del gobierno los que se creen dueños del país.  Se van del gobierno nuestros enemigos. Se van  de los cargos públicos los ceos, los chetos, los negacionistas, los amigos y familiares de quienes participaron de toda dictadura que existió en el país, se van los discriminadores, los racistas, los dueños de remeritas de marca, los que se creen más,  los “fachos frendly”, los que no creen en la patria, los que consideran que para lo único que sirve el otro es para servirlos.
Se van los sojeros que creen que son el campo, se van los retrógrados amigos de la sociedad rural, se van los fugadores de toda divisa que creen que la economía son los bancos. Se van los creadores de las lelic, de las lebac y de toda esta basura que les sirvió de instrumento para saquear al país, para saquearnos a cada uno de nosotros, para meternos las manos a nuestros bolsillos y transferírselos a quienes más tienen y menos necesitan.
Se van los que apoyan golpes militares, los que gustan de la bolsonarización del mundo, los mayordomos de los Trump, los cipayos que les piden disculpas a los reyes de España por la independencia que alguna vez declaró Argentina.
Se van. Se van, se  pero se quedan. Se quedan y serán perros de presa. Y serán peor que lo que fueron siempre. Serán más crueles aún. Y debemos estar con las guardas altas. Porque no podemos decir “se van y no vuelven más”, como nos decían ellos, burlonamente. No. Nosotros creemos que está en la construcción de un “gran nosotros” la garantía de que no vuelvan más, o por lo menos, de que no vuelvan más a ocupar cargos públicos que le les permitan manejar los palos que nos dan por la cabeza.
Se van pero quedan. Porque ellos están, siempre están.  Como estuvieron  desde el principio de la historia.  Sólo cambian de forma. Se visten con frac, con trajes negros, azules, grises, con uniformes del ejército, de fajina si hace falta y de camisitas celestes y sin corbata ahora. Se quedan y, otra vez, buscarán, asimilarse a lo que no son,  para volver a pegar el zarpazo. Se van. Se van pero quedarán al acecho. Impondrán  nuevos “Nisman”, nuevos “campos”, encontrarán nuevos deangelis les arreglarán los dientes a otros para que aparezcan en TV, le pagarán a nuevos lanatas, a nuevos majules, inventarán nuevos delarúas y nuevos macris.
Se van  peros se quedan. Como se quedaron desde el inicio de la patria –garrote en mano- pegándole a Yrigoyen, volteándolo a Perón, derrocando a Alfonsín, horadando las figuras de los Kirchner. Se van pero sabemos: están siempre.   Y no se resignaran a  perder privilegios, por eso hay que quitárselos.  Individualmente son hombres y mujeres mediocres, gris multinacional, beige consorcio, tipos y tipas con muy pocas luces, sin talento y sin arte;  sin lectura, sin bibliotecas en las casas; pero con un  cuerpo -como corporación-  de acero.
Son una minoría. Pero  tiene todos los medios y con tal poder puede convencer a personas de convicciones débiles para que los apoye ya sea con el voto, con el sentido común, o generando  opinión pública; y con tal poder, esta minoría, puede exacerbar la miserabilidad de las personas miserables  y llevarlas al extremo y hacerlas sentir parte de ellos mientras se le ríen por la espalda, tapándose los dientes.
Sabemos todo eso. Lo sabemos. Pero hay algo que no es menor. Los sacamos democraticamente. Los sacamos como les gusta decir vacíamente “republicanamente”,  ganándole el juego dentro de esta democracia de bajísima intensidad que proponen. Si bien seguirán aferrados al poder real  -en definitiva son eso-  se van del gobierno. Y no es poco. Es cierto. No es poco.
Fueron cuatro años terribles. Larguísimos, interminables.  Y como pudimos los resistimos. Resistimos el destrato, los embustes, las mediocridades, las mentiras, los discursos vacíos, la estigmatización. Resistimos a que cualquier cosa con k sea una mala palabra. Resistimos  las arbitrariedades que sufrimos en nuestros trabajos, resistimos  los despidos laborales, resistimos  las operaciones judiciales, los bombardeos mediáticos.  Resistimos a que nos quieran borrar la historia, a que nos traten como estúpidos, a que nos roben con asientos contables, con off-shore, con Panamás y Luxemburgos. Resistimos  a las tomadas de pelo,  y por suerte gran parte de la sociedad no permitió que a que le mientan en la cara.  A todo eso resistimos.
Resistimos los aumentos de precios, a las tarifas disparatadas, al ajuste, al saqueo. Tuvimos  que soportar que nos endeuden otra vez, que nos metan el FMI otra vez en el país.  Tuvimos que soportar que un pobre hombrecito pequeño, pequeño nos diga que debíamos enamorarnos de la directora del fondo usurario internacional.
Resistimos a que nos persigan, a que nos metan presos, a que nos maten por la espalda. Resistimos a que se dé vía libre al racismo, al odio al otro, al odio al pobre. Y resistimos (¡terrible!) a que todo esto sea recibido con gusto por la parte más despreciable de la población.
Resistimos y seguiremos resistiendo  a la instalación del sentido común que generaron,  generan, y generarán  para  impregnar el aire, e instalar ideas estúpidas como si fuesen naturales  e inevitables.
Resistimos. Resistimos como pudimos. Resistimos abrazándonos entre nosotros. Haciendo catarsis. Cantando, llorando. yendo a la plaza, soportando los gases de la gendarmería, saltando las  vallas divisorias, esquivando los palos de la represión. Resistimos conteniéndonos entre los que pensamos parecidos, entre quienes tenemos sueños similares, entre los que decimos: ”¡Por favor, neoliberalismo nunca más!”.
Resistimos,  y  aquí estamos. Felices porque se van. Pero estaremos atentos también,  porque sabemos que  los tendremos cerca, circundándonos como lo que son: pirañas que nos odian,  tiburones que odian al pueblo. No obstante, y a pesar de todo, decimos ¡Adios! ¡Por fin se terminó  el peor gobierno que existió en la historia argentina!

viernes, 4 de enero de 2019

Cine | Cuarón: Hablando de Roma..


HABLANDO DE ROMA…CUARON SE ASOMA
N.F.

Lo más destacado de la última película de Cuarón, Roma, es haberse impuesto como producto calificado en el ambiente del cine “arte”.  El valor de la película no está tanto en “el poder de Roma”, sino del poder de Netflix  que la instaló como producto cultural.

Entre tantas mercancías ofertadas en la batea virtual de esta aplicación, todas expuestas a un “clic de distancia” (y a 10 dólares mensuales debitados automáticamente de la cuenta bancaria),  Roma es el artículo de calidad que la multinacional del cine subraya como película del momento.
Lo  más destacado del film es su márquetin. Hay que reconocer que su envoltorio  de venta es excelente. Todo comienza desde el principio, podríamos decir, desde la elección del  título. Porque Cuarón, (o Netflix) dándole a la cinta una denominación tan “universal” para el googleo como es  “Roma” ( en referencia el barrio del D.F, barrio  de infancia del director, donde transcurre la historia) hace que el apellido Cuarón quede  ligado a la película. En cualquier búsqueda  web se debe aclarar que hablamos de “Roma-de-Cuarón”, y no de la Roma , la ciudad eterna,  y mucho menos -volviendo  al cine- de que aquella maravilla de Federico Fellini también llamada Roma pero realizada en épocas cercanas al principio de la vía satélite pero lejanas de internet.

Deteniéndonos en la película como obra cinematográfica, podríamos decir que  si le quitáramos la máquina publicitaria que la sostiene Roma (de Cuarón) sería “una buena película más”.  Porque hay que reconocer que  la película no es mala y su naturalismo estético crea una especie de “neorrealismo mexicano”  hermosamente contado (Pero… ¿acaso, nosotros, argentinos, amantes del  cine no somos un poco hijos de Fabio y no hemos sido ya advertido de un estética similar?)

Cuarón narra una  historia que se contó muchas veces en cine. Quizá la mayor novedad que encierra Roma es que un director “exitoso” (galardonado con el premio más comercial del planeta cine como es el Oscar, por su antecesora “Gravedad”, película protagónizada por los taquilleros George Clooney y Sandra Bullok)- haya realizado una película “tan intimista”,  y que cuente su propia historia, dura y poco amable  con lujos de detalles.

Quizá suene un poco malévola la apreciación,  pero luego de ver Roma uno se queda con la sensación de que a la película, como historia, como relato,  ya la vio antes, y hasta podría decirse no tiene ninguna novedad  (el tema de la doméstica, que vive la vida de los patrones como si fuera la suya, podría decirse que es hasta casi una historia remanida).  El valor de la película que más  sobresale  está  en  su impecable técnica visual,  y en la belleza  poética de cada plano (porque verdaderamente cada una de las tomas es hermosa  la imagen más banal hasta la más terrible que - por ejemplo, la imagen inicial, con el agua encima de las baldosas mientras baldean el patio, es maravillosa-). Y quizá esto no sea poco. O quizá esto sea todo.

Aparte. ¿Es la historia de Roma una historia latinoamericana? Salvo por el idioma y por su contexto -que no se profundiza- podríamos responder que no.

Y si en vez de mexicana, dijéramos que se tratara de una película norteamericana, no habría mayores discusiones, si en vez de situar uno de los acontecimientos centrales del film en el Halconazo o en la Masacre del Jueves de Corpus Christi (México Distrito Federal, 1971), lo situáramos en barrios marginales de cualquier ciudad de Estados Unidos, con pandillas ligada a la droga, la película funcionaría igual.

Su cuento se presenta  respetuoso de las diferencias culturales y sociales además de comprensivo hasta de las problemáticas del género (“todas las mujeres estamos solas”) y busca  mostrar una relación “policlasista” correcta (casi al cierre  de la película, en una bella imagen de todos hecho un manojo en la playa, su empleadora le dice –sinceramente-  a  Cleo, la chica cama adentro con servicio de 24 horas  -interpretada por Yalitza Aparicio excelente actriz-  que la quiere.)


En una entrevista  Cuarón declaró “no sólo México, (sino) el mundo entero está peor con todos esos líderes populistas que se alimenta de odio y de la relación perversa que existe entre clase y raza”. No está muy claro a qué llama Cuarón “líderes populistas”, no se sabe si se refiere al concepto de populismo utilizado por los conservadores estadounidenses, por los teóricos europeos o al término tallado por Laclau. Desconocemos cómo estos líderes se alimentan de esa  “relación perversa” y cómo se resolverían -o no- semejante puja de clase o raza, según  el director. Quizá Cuarón con su película busque “aunar” clases y razas, busque hacerlas  interactuar una con la otra mientras cada cual se mantenga en el lugar que le corresponda. O tal vez no, y esta sea apenas una mala interpretación de sus dichos y de su Roma y apenas resulten simplemente un grupo de ideas un tanto mezcladas.