Graneros
y Soriano.
El Gordo
Ese.
Nicolás Fratarelli
Publicado en El BanfileñoNº 9. Agosto 2013.
“Podemos
borrar o confundir las huellas de una vida,
pero
las llevamos a cuestas”
Ovaldo Soriano. Rosebud
Dos juegan al truco. Uno, el más retacón, lleva
puesto un buzo de arquero, amarillo, lavado; el otro, el gordo de barba candado, una camisa rayada. La imagen aparece algo borrosa. Se mezclan
los colores. Se cruzan las cronologías. No está clara cuál es la presión
atmosférica, ni los hectopascales, ni la temperatura ambiente que hay en el
lugar, ni por qué una niebla densa, como sahumerio profano, cubre el piso y
le tapa los pies a los protagonistas,
que seguro llevan botines.
Están sentados en un café. Parecen tener las alas
apoyadas en los respaldos de las sillas. Por momentos están en el bar “El Sol”,
por momentos en “Juancito”, en ambos
casos en una mesa que mira hacia Maipú, de pronto, como si nada, están en
“Cafetín” allá en Cipolletti y miran a la calle Roca, a la plaza, al peral, al
Rosebud.
- ¡Treinta y tres! –dijo el gordo y pegó una risotada
de satisfacción.
- Imposible ganarte a vos –contestó el otro abriendo los brazos.
El silencio se expandió por un instante. Se hizo
amenaza. Hasta que el gordo apuró más nostálgico que imperativo:
- Y bue, dale.
- ¿Dale qué?
- El Recuerdo. Me debés el recuerdo.
- ¿De qué hablás?
- Dale Graneros, las deudas se pagan. Lo jugamos a
las barajas y te gané. Contame. ¿Cómo fue el gol que te hicieron en Cipolletti?
- ¡Dejate de embromar con eso!
- Me lo debés, Negro, lo acabamos de jugar al truco.
- ¿No querés
mejor que te cuente la final contra Racing?
- En la próxima mano, si me ganás. Esta la gané yo.
Graneros, Manuel Orlando Graneros, quería contarle de aquel equipo del 51 del que
todavía, hoy en día, se sigue hablando en las calles de Banfield. Le quería contar
que él, el gran arquero de ese gran Banfield, pocos años antes había atajado en ese club de
Avellaneda y que por esas cosas del
destino tuvo que enfrentar a sus ex colores en una final. Tenía ganas de decir,
Graneros, que fue injusto el resultado a favor de Racing, que Banfield era
mejor y que el partido aún en estos días
se encuentra en discusión por el tan
mentado “arreglo” que, como un crimen
perfecto, nunca se esclareció. Quería
dejar en claro, Graneros, Manuel Orlando Graneros, que a pesar de la derrota ese equipo fue
heroico. Quería decir esas cosas sin
embargo, respondió:
-Dejame pensar…de ese partido lo que más me acuerdo
fue del viaje a Cipolletti. Fue un suplicio. Treinta y seis horas le puso el
tren. Paró en todos los pueblos. A veces
cargaba agua, otras a algún paisano, o
algún que otro paquete de esos que iban envueltos con papel madera atados con
hilo de cáñamo y asegurado con lacre rojo.
El viaje me hacía acordar a un libro que trataba de un tipo -ingeniero
creo que era- que recorría las rutas de la provincia de Buenos Aires con un
Gordini y se metía en todos los pueblos.
Recuerdo que en Bahia Blanca estuvimos un buen rato. Allí la locomotora cambiaba
de lugar ¿sabés?, y el que iba mirando
hacia la dirección que llevaba el tren quedaba
de pronto andando de espaldas.
-Dale, Negro, contame
el gol.
-Pará, pará, te dije que el tren iba lento… Después de Bahía el desierto, la meseta
patagónica, el aburrimiento, el hastío,
hasta que se comienza a ver el verde del Valle y de a poco empieza el
olor a manzana. Una línea de álamos divide el desierto de la vida. Una línea hecha por el hombre. Pura
geometría. Llegamos a destino más destruidos que lo que habíamos quedado después
de los partidos finales que jugamos contra Racing.
-Y llenos de polvo, me los imagino.
-Exactamente. El tema es que bajamos en Neuquén, la
ciudad vecina a Cipolletti. Ambas
ciudades corresponden a distintas provincias pero están unidas por un puente muy simpático. Un puente
con jorobas.
-Dejá la geografía para otro día, Negro. Contá el
partido.
-Mirá que sos ansioso vos eh. Fue uno de los tantos
partidos amistosos que se juegan en la vida. Fue contra la selección de
Cipolletti. Para nosotros era un partido más.
Se ve que para ellos no. ¡Cómo ponían esos gringos!, parecían que estaban
jugando la final del mundo. Te juro que si en vez de Carrizo, Corbatta, y
Sanfilippo iban ellos al mundial de Suecia del 58 seguro que no hacíamos el
papelón que hicimos…
-Segui dale.
-Nosotros
ganábamos uno a cero, tranquilos. Regulábamos. Entonces en el segundo tiempo
hicimos cambios. Ellos metieron tres pibes fresquitos. De pronto uno puso un
pase de otro partido, y apareció un gordito corriendo a lo loco, le
ganó las espaldas a Ferretti y a Bagnato ¡nada menos!, ¡dos fieras!, y se vino
solo con la pelota dominada, le salgo bien, lo cubro, trato de tapar el tiro
pero “Scotta” me la metió al lado del palo. ¡Cómo gritó el gol el gordo ese!,
no sé que decía, nombraba a Farro, Pontoni, Chazaretta, Rendo, Romagnioli, que
sé yo, pero la cara pasaba del rojo al azul, y del azul al rojo…
Eso es todo. Para mí fue un gol más de los tantos que
me hicieron. Lo peor de todo era que
todavía nos quedaba el viaje de vuelta.
El silencio se impuso nuevamente como manto. Ambos
sabían que era el tiempo de la revancha.
Los naipes volvieron a sobrevolar la mesa.
Con las cartas en las manos el gordo le preguntó a
Graneros
-Che conocés a
Camus.
-¿A Quién?
-A Albert Camus el de “El extranjero”, “El hombre
rebelde”…
-¿De qué jugaba?
-Era arquero como vos. De allí Peter Handke se inspiró para escribir
“La angustia del arquero frente al tiro penal”.
-¡Falta Envido! –gritó Graneros entusiasmado.
-¡Quiero!
-¡Cante Soriano!
- ¡Veintisiete!
-Mirá que sos suertudo vos eh –dijo Graneros
simulando desazón y pegó el grito: ¡Treinta y tres son mejores!
El gordo se fue
al mazo sin mostrar los puntos que cantó (siempre fue mentiroso), y sin
decir nada se levantó y despareció, tenuemente, como un fantasma.
Graneros le gritó “¡Osvaldo, eh, Gordo, Me debés tu recuerdo…!, pero cuando miró a la mesa en
vez de las cartas estaba la edición de El
Gráfico de 1951. En la tapa
estaba él, el gran arquero, con el mismo buzo amarillo lavado que llevaba
puesto en ese momento, tomándose de la red del arco y a su lado sus dos
zagueros centrales que le ponían candado
al área chica.
En las páginas principales, un reportaje del
periodista Carlos Ferreyra realizado
en 1983 recorría la vida del consagrado
escritor Osvaldo Soriano que declaraba:
"Un día Banfield fue a Cipolletti. (…) Para
nosotros era como si nos visitara el Santos. Banfield… el de Graneros, Ferretti
y Bagnato… Enfrentaba a la selección de Cipolletti y yo estaba en el banco. Te
imaginas: ellos habían viajado como treinta horas; llegaron cansados, pero con
lo que sabían, a puro oficio (…) ganaban 1 a 0. Cuando iban quince del segundo
tiempo entramos tres pibes, yo era nueve, medio torpe, pero goleador; algo así
como un Héctor Scotta. (Entonces) me
tiraron un pelotazo largo, piqué antes que la defensa, enganché hacia adentro y
me fui trayendo al arquero conmigo hasta que le cacheteé con la parte de afuera
del botín derecho y se la coloqué al lado del palo izquierdo… Esa fue mi mayor hazaña. Mi mayor hazaña
futbolística fue haberle hecho un gol al Negro Graneros".