domingo, 1 de diciembre de 2019

TEXTO RABIOSO 11 | Diciembre 2019


ADIOS. SE TERMINÓ.
Nicolás Fratarelli.

Adiós. Se terminó. Quedan apenas unos puñados de días hasta el diez, pero ya está, se terminó. Al fin se terminó. Al fin se terminó el neoliberalismo. Se terminaron los cuatro años más oscuros de la historia Argentina. Se van. Se van. Se van.
Se van del gobierno. Se van del gobierno los que se creen dueños del país.  Se van del gobierno nuestros enemigos. Se van  de los cargos públicos los ceos, los chetos, los negacionistas, los amigos y familiares de quienes participaron de toda dictadura que existió en el país, se van los discriminadores, los racistas, los dueños de remeritas de marca, los que se creen más,  los “fachos frendly”, los que no creen en la patria, los que consideran que para lo único que sirve el otro es para servirlos.
Se van los sojeros que creen que son el campo, se van los retrógrados amigos de la sociedad rural, se van los fugadores de toda divisa que creen que la economía son los bancos. Se van los creadores de las lelic, de las lebac y de toda esta basura que les sirvió de instrumento para saquear al país, para saquearnos a cada uno de nosotros, para meternos las manos a nuestros bolsillos y transferírselos a quienes más tienen y menos necesitan.
Se van los que apoyan golpes militares, los que gustan de la bolsonarización del mundo, los mayordomos de los Trump, los cipayos que les piden disculpas a los reyes de España por la independencia que alguna vez declaró Argentina.
Se van. Se van, se  pero se quedan. Se quedan y serán perros de presa. Y serán peor que lo que fueron siempre. Serán más crueles aún. Y debemos estar con las guardas altas. Porque no podemos decir “se van y no vuelven más”, como nos decían ellos, burlonamente. No. Nosotros creemos que está en la construcción de un “gran nosotros” la garantía de que no vuelvan más, o por lo menos, de que no vuelvan más a ocupar cargos públicos que le les permitan manejar los palos que nos dan por la cabeza.
Se van pero quedan. Porque ellos están, siempre están.  Como estuvieron  desde el principio de la historia.  Sólo cambian de forma. Se visten con frac, con trajes negros, azules, grises, con uniformes del ejército, de fajina si hace falta y de camisitas celestes y sin corbata ahora. Se quedan y, otra vez, buscarán, asimilarse a lo que no son,  para volver a pegar el zarpazo. Se van. Se van pero quedarán al acecho. Impondrán  nuevos “Nisman”, nuevos “campos”, encontrarán nuevos deangelis les arreglarán los dientes a otros para que aparezcan en TV, le pagarán a nuevos lanatas, a nuevos majules, inventarán nuevos delarúas y nuevos macris.
Se van  peros se quedan. Como se quedaron desde el inicio de la patria –garrote en mano- pegándole a Yrigoyen, volteándolo a Perón, derrocando a Alfonsín, horadando las figuras de los Kirchner. Se van pero sabemos: están siempre.   Y no se resignaran a  perder privilegios, por eso hay que quitárselos.  Individualmente son hombres y mujeres mediocres, gris multinacional, beige consorcio, tipos y tipas con muy pocas luces, sin talento y sin arte;  sin lectura, sin bibliotecas en las casas; pero con un  cuerpo -como corporación-  de acero.
Son una minoría. Pero  tiene todos los medios y con tal poder puede convencer a personas de convicciones débiles para que los apoye ya sea con el voto, con el sentido común, o generando  opinión pública; y con tal poder, esta minoría, puede exacerbar la miserabilidad de las personas miserables  y llevarlas al extremo y hacerlas sentir parte de ellos mientras se le ríen por la espalda, tapándose los dientes.
Sabemos todo eso. Lo sabemos. Pero hay algo que no es menor. Los sacamos democraticamente. Los sacamos como les gusta decir vacíamente “republicanamente”,  ganándole el juego dentro de esta democracia de bajísima intensidad que proponen. Si bien seguirán aferrados al poder real  -en definitiva son eso-  se van del gobierno. Y no es poco. Es cierto. No es poco.
Fueron cuatro años terribles. Larguísimos, interminables.  Y como pudimos los resistimos. Resistimos el destrato, los embustes, las mediocridades, las mentiras, los discursos vacíos, la estigmatización. Resistimos a que cualquier cosa con k sea una mala palabra. Resistimos  las arbitrariedades que sufrimos en nuestros trabajos, resistimos  los despidos laborales, resistimos  las operaciones judiciales, los bombardeos mediáticos.  Resistimos a que nos quieran borrar la historia, a que nos traten como estúpidos, a que nos roben con asientos contables, con off-shore, con Panamás y Luxemburgos. Resistimos  a las tomadas de pelo,  y por suerte gran parte de la sociedad no permitió que a que le mientan en la cara.  A todo eso resistimos.
Resistimos los aumentos de precios, a las tarifas disparatadas, al ajuste, al saqueo. Tuvimos  que soportar que nos endeuden otra vez, que nos metan el FMI otra vez en el país.  Tuvimos que soportar que un pobre hombrecito pequeño, pequeño nos diga que debíamos enamorarnos de la directora del fondo usurario internacional.
Resistimos a que nos persigan, a que nos metan presos, a que nos maten por la espalda. Resistimos a que se dé vía libre al racismo, al odio al otro, al odio al pobre. Y resistimos (¡terrible!) a que todo esto sea recibido con gusto por la parte más despreciable de la población.
Resistimos y seguiremos resistiendo  a la instalación del sentido común que generaron,  generan, y generarán  para  impregnar el aire, e instalar ideas estúpidas como si fuesen naturales  e inevitables.
Resistimos. Resistimos como pudimos. Resistimos abrazándonos entre nosotros. Haciendo catarsis. Cantando, llorando. yendo a la plaza, soportando los gases de la gendarmería, saltando las  vallas divisorias, esquivando los palos de la represión. Resistimos conteniéndonos entre los que pensamos parecidos, entre quienes tenemos sueños similares, entre los que decimos: ”¡Por favor, neoliberalismo nunca más!”.
Resistimos,  y  aquí estamos. Felices porque se van. Pero estaremos atentos también,  porque sabemos que  los tendremos cerca, circundándonos como lo que son: pirañas que nos odian,  tiburones que odian al pueblo. No obstante, y a pesar de todo, decimos ¡Adios! ¡Por fin se terminó  el peor gobierno que existió en la historia argentina!

viernes, 4 de enero de 2019

Cine | Cuarón: Hablando de Roma..


HABLANDO DE ROMA…CUARON SE ASOMA
N.F.

Lo más destacado de la última película de Cuarón, Roma, es haberse impuesto como producto calificado en el ambiente del cine “arte”.  El valor de la película no está tanto en “el poder de Roma”, sino del poder de Netflix  que la instaló como producto cultural.

Entre tantas mercancías ofertadas en la batea virtual de esta aplicación, todas expuestas a un “clic de distancia” (y a 10 dólares mensuales debitados automáticamente de la cuenta bancaria),  Roma es el artículo de calidad que la multinacional del cine subraya como película del momento.
Lo  más destacado del film es su márquetin. Hay que reconocer que su envoltorio  de venta es excelente. Todo comienza desde el principio, podríamos decir, desde la elección del  título. Porque Cuarón, (o Netflix) dándole a la cinta una denominación tan “universal” para el googleo como es  “Roma” ( en referencia el barrio del D.F, barrio  de infancia del director, donde transcurre la historia) hace que el apellido Cuarón quede  ligado a la película. En cualquier búsqueda  web se debe aclarar que hablamos de “Roma-de-Cuarón”, y no de la Roma , la ciudad eterna,  y mucho menos -volviendo  al cine- de que aquella maravilla de Federico Fellini también llamada Roma pero realizada en épocas cercanas al principio de la vía satélite pero lejanas de internet.

Deteniéndonos en la película como obra cinematográfica, podríamos decir que  si le quitáramos la máquina publicitaria que la sostiene Roma (de Cuarón) sería “una buena película más”.  Porque hay que reconocer que  la película no es mala y su naturalismo estético crea una especie de “neorrealismo mexicano”  hermosamente contado (Pero… ¿acaso, nosotros, argentinos, amantes del  cine no somos un poco hijos de Fabio y no hemos sido ya advertido de un estética similar?)

Cuarón narra una  historia que se contó muchas veces en cine. Quizá la mayor novedad que encierra Roma es que un director “exitoso” (galardonado con el premio más comercial del planeta cine como es el Oscar, por su antecesora “Gravedad”, película protagónizada por los taquilleros George Clooney y Sandra Bullok)- haya realizado una película “tan intimista”,  y que cuente su propia historia, dura y poco amable  con lujos de detalles.

Quizá suene un poco malévola la apreciación,  pero luego de ver Roma uno se queda con la sensación de que a la película, como historia, como relato,  ya la vio antes, y hasta podría decirse no tiene ninguna novedad  (el tema de la doméstica, que vive la vida de los patrones como si fuera la suya, podría decirse que es hasta casi una historia remanida).  El valor de la película que más  sobresale  está  en  su impecable técnica visual,  y en la belleza  poética de cada plano (porque verdaderamente cada una de las tomas es hermosa  la imagen más banal hasta la más terrible que - por ejemplo, la imagen inicial, con el agua encima de las baldosas mientras baldean el patio, es maravillosa-). Y quizá esto no sea poco. O quizá esto sea todo.

Aparte. ¿Es la historia de Roma una historia latinoamericana? Salvo por el idioma y por su contexto -que no se profundiza- podríamos responder que no.

Y si en vez de mexicana, dijéramos que se tratara de una película norteamericana, no habría mayores discusiones, si en vez de situar uno de los acontecimientos centrales del film en el Halconazo o en la Masacre del Jueves de Corpus Christi (México Distrito Federal, 1971), lo situáramos en barrios marginales de cualquier ciudad de Estados Unidos, con pandillas ligada a la droga, la película funcionaría igual.

Su cuento se presenta  respetuoso de las diferencias culturales y sociales además de comprensivo hasta de las problemáticas del género (“todas las mujeres estamos solas”) y busca  mostrar una relación “policlasista” correcta (casi al cierre  de la película, en una bella imagen de todos hecho un manojo en la playa, su empleadora le dice –sinceramente-  a  Cleo, la chica cama adentro con servicio de 24 horas  -interpretada por Yalitza Aparicio excelente actriz-  que la quiere.)


En una entrevista  Cuarón declaró “no sólo México, (sino) el mundo entero está peor con todos esos líderes populistas que se alimenta de odio y de la relación perversa que existe entre clase y raza”. No está muy claro a qué llama Cuarón “líderes populistas”, no se sabe si se refiere al concepto de populismo utilizado por los conservadores estadounidenses, por los teóricos europeos o al término tallado por Laclau. Desconocemos cómo estos líderes se alimentan de esa  “relación perversa” y cómo se resolverían -o no- semejante puja de clase o raza, según  el director. Quizá Cuarón con su película busque “aunar” clases y razas, busque hacerlas  interactuar una con la otra mientras cada cual se mantenga en el lugar que le corresponda. O tal vez no, y esta sea apenas una mala interpretación de sus dichos y de su Roma y apenas resulten simplemente un grupo de ideas un tanto mezcladas.

lunes, 30 de abril de 2018

Teatro | Terrenal | Cuerno


CUERNO
(Acerca de Terrenal, la obra de teatro de Mauricio Kartún) 
N.F

Luego de matar a Abel, Caín espera el castigo de su Padre.
Tatita (Dios, su Padre), tras arribar al lugar del hecho, al costado de su otro hijo muerto, le dice a Caín: Tu condena será eterna. A partir de ahora limitarás al mundo, separarás territorios, medirás las cosas, las pesarás. Mensurarás todo lo que tengas a tu alrededor, y entre otros males similares, defenderás lo tuyo sin importarte el mundo que te rodea”. 
Caín, lejos de considerar esto un castigo, y mientras se le hacía agua la boca al recibir semejante mandato, preguntó: ¿...entonces no recibo ninguna pena...?
Tatita -su Padre- (Dios) lo mira con una mezcla de perplejidad y desprecio y volviendo en sus palabras le dice casi con resignación: "además llevarás este cuerno en tu cabeza durante toda tu vida”. Ahí, recién en ese momento Caín sintió el castigo. 
…………......................................................................................................................................
La escena es potente. Es el nudo de la obra. Nos muestra a un Caín que nunca entendió nada. De la misma manera que el mundo-caín en el que vivimos, el país-caín en el que transitamos todos los días, nunca entiende nada.
En definitiva, el mundo-caín, que mata periódicamente a abeles, no entiende nada de nada.
Nada de nada de nada. Ni siquiera se da cuenta que mata abeles a cada rato.
Es que Abel Sueña y Caín no cree en sueños. Caín no cree en sueños porque no los puede medir. A él lo abstracto se le esfuma entre los dedos. Para Caín los sueños de los abeles no pesan, son inertes. No se pueden mensurar. Y lo que no pesa no existe. Por eso jamás Caín podría compartir un sueño con otros. Él necesita limitar lo suyo a su propio ámbito, poner todo en caja, separarlo del otro.
Las necesidades de Caín apenas si pueden sumar -como máximo- 140 carateres. 140. Ni uno más ni uno menos. Cien-to-cua-ren-ta. Con su cuerno en la cabeza cuenta. “Uno, dos, tres, cuatro…”.

sábado, 7 de abril de 2018

Relato | Esteros del Iberá

ESTEROS DEL IBERÁ 
N.F





Iberá significa agua (i) brillante (berá), en guaraní.
Pero en realidad, significa más que eso. 

Significa, la música de un acordeón acompañando el viaje por una ruta de arena, un chamamé sonando en la puesta del sol, la música de los pájaros presentándose entre el viento suave y el silencio, significa la caricia de un atardecer sobre la fauna y la flora exuberante.

Significa, también, el agua cristalina mojando nuestras caras. Significa un timbó, altivo, mirándonos pasar.

Significa sorprenderse con un aroma de una flor, con el imperceptible movimiento de un ave, con el pliegue del agua del movimiento, con el reflejo de los juncos, con el color del cielo.
Iberá significa sentirse pequeño ante la naturaleza.

Significa no querer volver a casa y pero.

domingo, 11 de marzo de 2018

TEXTO RABIOSO 10 - MARZO 2018

“SOMOS UN PAÍS DE MISERABLES”
o el deterioro de nuestro sistema cultural
o mataron a un pibe de 12 años.
N.F.

Uno. No quiero a este gobierno. Dos. Estoy en contra del neoliberalismo. Punto.
Desde aquí hablo. No escondo mi pensamiento.
Ambas cosas (que es una sola) las detesto porque, entre tantos males que ocasionan, corrompen y deterioran nuestro sistema cultural. El neoliberalismo es: inhumano, insensible y antidemocrático. Nos hace mal a todos y nos hace cada vez peor personas.
Reconozco que ser democrático no es fácil. Ser democrático es un trabajo. Hay practicar serlo todos los días, minuto a minuto. A veces lo conseguimos, a veces no. Ser democrático no es como aprender a andar en bicicleta. No es una práctica que se adquiere una vez y para siempre. En este caso si no se practica esta actividad se pierde, y se pierde rápidamente.
Ser democrático es , fundamentalmente, ser respetuoso en la interacción con el otro. El otro es “otro”. El otro tiene otras maneras, otras necesidades, otras formas de ser y pensar. Es más fácil separarse de lo “otro” que interactuar con él. Caer en esa separación sería caer en una debilidad humana. Allí el ejercicio de tenacidad. Es más fácil querer “eliminar” lo que no compartimos que respetarlo e incluirlo. La democracia, la democracia no el “voto en una urna”, propicia respetar al otro, aceptarlo, contenerlo.
El neoliberalismo es antidemocrático porque prioriza sacar lo peor de cada uno de nosotros. Busca, explota sacar nuestra basura interior. Propicia nuestro odio. Necesita de esto. Sabe,bien lo sabe, que es más fácil sacar lo peor de cada uno de nosotros que lo bueno. No nos quiere mejores , al contrario, nos quiere soeces, porque en realidad no nos quiere. El neoliberalismo nos necesita uno. Uno y mirándonos a nosotros mismos. Uno que diga “primero yo, después yo,siempre yo” . Nos necesita egoístas, individualistas, insensibles.
Hace unos días mataron a un pibito de 12 años. Lo mataron por pobre. Lo mató un policía en Tucumán. Implicitamente este funcionario estatal tuvo el consenso de este gobierno que desprecia al otro. Al pibito lo mataron porque el que mata sabe que tiene el benepláito -por claque o por indiferente- de mucha gente y de un presidente que fue elegido por esa misma gente. El policía lo mató porque sabe que poco y nada se dirá de esa muerte, porque sabe que mató a alguien que para mucha gente no existe, o en el mejor de los casos, no existe salvo como amenaza a sus prejuicios.
Digo esto y se me hace un nudo en la garganta. Escribo esto y me duele el alma. Digo esto y no soporto la angustia de saber que vivimos rodeados de gente que piensa así. Digo esto, y me da vergüenza decirlo, porque me avergüenza virir en una sociedad que es una verdadera porquería. Digo esto y me digo en voz alta ¡Mi Dios, estamos hecho pelota! Digo esto y con dolor coincido con Julián López que en su muro de face escribió: “somos un país de miserable”.

El odio al pobre, al extranjero de a pie, a ese extranjero que trabaja la tierra (no, al extranjero que invierte en levacs sin ton ni son), llegó a límites insospechados. La línea demarcatoria del odio ya no está en personajes como Menendez, sino que se corrió hasta los zapatos de la gente común, hasta esa señora o a ese señor que está tomando café a mi lado en este momento y que “quizá” (o siendo optimista, “seguramente”) en el marco de la prevalencia de otros valores culturales, alejados del neoliberalismo actual, re-pensarían lo que piensan y cómo lo piensan, y por ende repensarían sus sentimientos, resentimientos y sus odios.
Podemos cambiar a este gobierno, pero mucho más difícil será cambiar los valores culturales que día a día se viene forjando.
Debe ser nuestra tarea, tratar de desterrar los patrones culturales que mandan, debemos quitar de raíz este pensamiento irracional de la sociedad de la que somos parte. Este debe ser nuestro aporte. Es muy difícil hacerlo bajo el neoliberalismo pero debemos intentarlo. Debemos resistir a este sistema que propicia el odio, que dice que lo único bueno es uno mismo, que repite como loro que hay que desconfiar del otro.

No hay diferencias políticas en este contexto. No. Hay, sí, una diferencia ideológica enorme. La época no nos muestra una brecha política, nos refriega en la cara una diferencia ideológica profunda. Sentir o no la muerte de un pobre pibe pobre es la diferencia cultural gigante que sentimos algunos con una sociedad gélida, e insensible, con valores culturales por el piso; esa es la brecha enorme que nos diferencia de una sociedad vulnerada, sin autoestima y poco realizada que avala la porquería que vivimos día tras día; esta es la diferencia irreconciliable que tenemos con esa sociedad que más que pretender su propio bien desea el mal de los otros.
No se puede culpar más a los medios de comunicación de todo esto (me cansa hacerlo.) Los medios, es sabido, son el establishmet. Son parte de este poder-basura. Son el neoliberalismo solapado de “periodismo”. De ellos no se puede esperar nada más que excrementos volcados a través de sus ventanas –TV, diarios, radios, multimedia, etc- día tras día; repito, de los medios, de estos medios , no se puede esperar nada. Son parte de ese sistema cultural deteriorado. Quieren esto. Son intrínsecamente esto. Lo peor es la gente. la gente que los elige, la gente que busca eso. La gente que “necesita” eso, que quiere –ama desea- eso. Porque ya, no estamos hablando de gente que no se pueda resistirse a los cantos de sirenas, sino de aquella que busca ese canto. Que se fascina con las sirenas. De lo contrario, si no fuera así estas empresas de lucro comunicativo estarían fundidas, estarían en convocatoria de acreedores o quizá estarían buscando lucrar con otro tipo de información, con una información que se indigne por, por ejemplo, con la muerte de un pibe de 12 años. Pero no. No. Estas empresas siguen viviendo de la miseria humana, siguen viviendo de lo peor de lo peor de la sociedad, y continúan estando más vigente que nunca, por eso “los medios” pueden NO DECIR nada de la muerte de un pibe de 12 años, porque para estos no reditúa hablar de gente invisible, no reditúa hablar de amor. Porque no reditúa hablar del amor que no sea el de los famosos de Punta del Este.
Lamentablemente coincido con Julián López: “somos un país de miserable”.

Y lo seguiremos siendo mientras no desterremos, ya no a este gobierno sino de a esta matriz cultural que lo avala, apaña, y defiende.

lunes, 11 de diciembre de 2017

TEXTO RABIOSO 9 - DICIEMBRE 2017

DOS AÑOS, 19 DIAS Y 500 NOCHES

Van dos años de calvario.
Dos años, diecinueve días y quinientas noches (parafraseando a Sabina que alguna vez elogió a Macri…).
Todavía falta para que termine este desastre.
Porque a más a la corta que a la larga este desastre terminará.

Y en poco tiempo estos días serán historia.
Y en poco tiempo estos días formarán parte de uno de los tantos capítulos negros que padecimos los argentinos.
Y en poco tiempo se dirá que fueron  los peores días,  días que el neoliberalismo más reaccionario hacía y deshacía a su gusto.

Y pronto, más temprano  que tarde, la historia hablará de que en  “aquel tiempo” (que es hoy y ahora) hubo una derecha  que fue elegida con el “voto del soberano”,  y  agregará ,  que no hizo falta un golpe de estado a la vieja usanza para que se hayan llevado a cabo las políticas económicas y sociales antipopulares porque montones (¡montones!) de personas  votaron a un millonario para que  gobierne a favor de otros millonarios.

Más temprano que tarde, más temprano que tarde, este presente será pasado, y la historia hablará de estos días como la Argentina liberal que en apenas dos años días dejó una tanda increíble de desempleados y desamparados por todos lados, hablará  de un presidente gris, soso, desabrido, insípido;  de un presidente que no sabía conceptualizar  una idea, que apenas se remitía a leer  discursos insulsos; hablará la historia más temprano que tarde, hablará la historia, de un gobierno superficial y marquetinero, con funcionarios  que ante la aparición de las cámaras  de TV amigas saludaban  cuanto menos al vacío, y cuanto más a legiones de  gendarmes guardianes de calles valladas. Hablará la historia de un gobierno que mandaba a reprimir a las protestas mientras lo cubrían los medios de comunicación monopólicos y las grandes corporaciones. Porque hablará la historia.

 Y no falta mucho para que la historia hable así de este presente cabeza-gacha.  Esto dirá la historia de este presente-desazón, de este presente insoportable, de este presente de la tristeza colectiva, de este presente fiesta-de-pocos  donde poquísimos ríen, aplauden y se auto complacen de ser quienes son.

De esto hablará la historia.  Pero también dirá la historia que hubo gente en la calle oponiéndose a las agresiones. Y que esa gente era gente de verdad y no una entelequia dicha por “la gente”.


Mientras todo esto ocurra, sobrellevaremos a este presente de vergüenza como podamos, resistiéndolo hasta que la lluvia escampe, y resistiéndolo hasta que éste presente se haga historia. 

domingo, 1 de octubre de 2017

Literatura | Premio Relato | Domingo, canto y rezo

Tercer premio  Relatos de Inmigrantes italianos 2017 | Sociedad Italiana de San Pedro
Domingo, canto y rezo
                                                       Para Pina siempre.

Escucho una radio, encima una voz.  Me acerco a la cocina. Ella canta. Me arrimo a la puerta que se cierra al resto de la casa para no molestar.  La oigo. Disfruto de ese susurro.
“Che bella cosa na giornata'e'sole, N'aria serena doppo na tempesta…”
Todo está en orden. Si ella canta todo está en orden.
Recién me levanto. Me arreglo un poco el pelo. Me asomo, la miro. Entro.  Me saluda sonriente. Enseguida se pone en marcha y me atiende como cuando era chico. Me pone en la mesa  de la cocina un repasador que actúa de mantel individual. Estira el lienzo que  tiene el mapa de Italia donde sobresale el dibujo de  un coliseo gigante, una torre de Pisa más inclinada que lo normal, el Vesubio largando humo. Me pregunta cómo dormí. Me sirve  el café recién hecho  en la cafetera que “per la mattina fá blu blu blú, blu-blú, blu-blú”.
Rubia. Calabresa. De ojos verdes. De niña un príncipe africano la quiso comprar. El príncipe negro de capa roja a cambio ofrecía los quilates que pesaba la niña en oro. El moro le ofrecía  el  oro. El oro del moro  tenía el mismo color que el cabello de la niña que se aferraba fuerte al abrazo de su madre.
La escucho. Tomo un sorbo del café. Ahora vuelve a cantar. Canta y cuenta. Cuenta y canta. Siempre canta. Cantaba en el coro de la iglesia. Hacía la segunda voz.  Los domingos, los feligreses se deleitaban con esas melodías. Hasta los partisanos escuchaban esos cantos de ángeles. Eran los momentos que los críticos del  clero  sosegaban las pedradas a las fachadas del templo. Escuchaban entonces: Aaaaaave Mariiiiiiiiiaaaaaa, graaaaaatia plena. Mariiiiiia, gratia plena ,Mariiiiiaaa, gratia plena… “
Se me viene en mente mi pantalón nuevo. Lo voy a buscar. Le pido un dobladillo. No hace falta más, trae aguja y dedal. Se sienta frente a mí. Se concentra en lo que tiene que hacer.  Mientras canta. Canta bajito. La miro. Me descubre, canta y me mira. Hablamos con la mirada. Nos conocemos por las miradas. Por los gestos. Por el color de nuestros semblantes. De chico me retaba así, con una simple mirada. Pero ahora no. La mirada es otra. Está contenta. Se alegra de verme, de que estemos  “cuore a cuore”, de tenernos en la cocina-de-domingo como antes.  La veo a los doce años coser en una mesa, veo estambres, tafetas,  telas, géneros se decía en otras épocas, veo como la modista le enseña a enhebrar, a  marcar con esa tiza que parece jabón de hotel, a cortar, a surfilar, a hilvanar, a dar puntadas invisibles. Cose mi bocamanga. Observo su dedal. La oigo cantar.  Canta, cuenta.
“Lo quería, cuando murió se soltó el pelo sobre el ataúd. Tenía hijos y marido pero no le  importó aquello que  pudieran decirle, no le importó  las habladurías del pueblo,  no le importaba si su propia madre le negaba la palabra para siempre; esa mujer fue a despedir a parte de su vida, fue a la despedir  a su historia negada. Sobre la tumba se soltó su cabellera negra, larguísima y negra, y la desplegó sin pudor encima de ese madero barato que cubría el cajón donde estaba el cuerpo del hombre al que ella había amado, el hombre al que sus padres  se opusieron  para que se casara,  porque ellos ya le habían elegido otro destino para su hija: casarla con un primo lejano al que la bruna apenas había visto alguna vez en su vida, en su vida deshecha, destruida, deshilachada,  en su vida que necesitaba costuras de hilo negro, como su vestido, como su cabello, largo y negro, y como su lloro, como sus lágrimas, como sus perlas saladas que caían sobre esa tapa de madera de poca monta sólo para él, para él”.
De la taza de café apenas queda la borra. Mi madre hace un silencio. Recuerda.  Recuerda cada cosa de su pueblo como si fuera hoy, como si fuera este domingo. Saca mi taza. La lava. Seca sus manos en su delantal. “¿Hacemos pasta?” Me pregunta entusiasmada.  No hace falta la respuesta. Me voy a sacar el piyamas. Me pongo el pantalón. Vuelvo vestido de civil. Ya la botamanga no toca el piso. Regreso a la cocina. La mesa está lista. Toda espolvoreada de harina.  Allí ahora se harán los fideos. “No son fideos son tallarines” aclara como cada vez que los prepara, y se ríe. “Te ayudo, si querés mientras yo amaso vos hacés la salsa” le digo voluntarioso. Me responde que sí pero hará todo ella. Miro al costado. Desde la llave de paso, por sobre la mesada, cuelgan hojas de laurel que pondrá para darle más sabor  a esa comida que vamos a compartir dentro de un rato, en el comedor, en  la mesa grande, entre todos, como le gusta a ella.
Vuelve a cantar.  La acompaño.
“En el sur de Italia  las bombas de la guerra se sentían en las ausencias. Faltaban los hombres. Los padres, los maridos, los novios todos estaban en el frente. ¡Llegó una carta, llegó una carta! Es de Antonio, Turi, Franco, Mingo, Nicola, Nazareno, Michele, Carlo ¡están vivos, todavía están vivos! Una novia informa. ¡Y dice que me sigue queriendo, que me extraña!”.
Cuenta, cuenta y canta.
“Chist'è 'o paese d''o sole, chist'è 'o paese d''o mare, chist'è 'o paese addó tutt'e pparole só doce o só amare, só sempe parole d'ammore!... Esta canción la cantaba siempre mi papá”, dice. Y ahí la foto sepia que tengo guardada en un cajón se me hace presente. Ella, rubia, en los brazos de su joven madre que aparenta veinte años más de los que tiene. Su padre alto, de uniforme y cara de buen tipo al lado. Sus primeros hermanos. Rina y Miguel de pie. Su abuelo con ellos. Higueras de fondo. La veo caminando por su pueblo, por las calles sin asfalto. Veo su niñez. La veo mirar  a las jóvenes lavando en el ruscello, no en el arroyo, en el ruscello, en el ruscellino. Veo a una niña que admira a esas mozas de polleras arrugadas, camisas ajustadas a la cintura y pañuelo en la cabeza, veo que mira a esas muchachas arrodilladas fregando sobre las piedras, y enjuagando sobre el agua cristalina que se lleva penas, ilusiones  y canturreos, Oh campagnola bella, Tu sei la reginella, Negliocchi tuoi c'è il sole, C'è il colore delle viole, Delle valli tutte in fior…”; la veo caminar  por los campos de olivos entre esas mujeres con canastos de mimbre cosechando aceitunas que será parte del escaso alimento de las mesas; la veo llegar  a una fiesta de casamiento, la veo paradita mirando a su abuelo viejo vestido con el mejor de sus andrajos, saquito remendado, chaleco marrón, camisa blanca y corbata, la veo como mira a su abuelo  cuidar los dos confites envueltos en velo, en tul, en gasa, mira como ese hombre que no se rinde guarda en su bolsillo  el recuerdo que le dieron los novios, para partirlo con ella y sus hermanos que lo esperan ansiosos. “¡Vivan los novios, vivan los novios!”. La veo despedirse desde el barco que la trajo a la Argentina “¡Adiós abuelo!” Veo que fue la última vez que vio a ese hombre. “Adiós, adiós” y sacuden ambos un pañuelo blanco que se va haciendo cada vez más pequeño.

La mesa está puesta.  El resto de la familia se va acercando. El aroma a salsa y a laurel atrae a los rezagados. Mientras todos se acercan a la mesa  ella va a buscar la fuente.  Me acerco a la puerta de la cocina. La miro de espaldas. La escucho. Canta. Como siempre canta.  Canta con voz finita. Aprendí con el tiempo que ella es soprano. ¡Mirá vos! Pina es soprano. ¿Es soprano o mezzo soprano? No lo sé. Sólo sé que canta que siempre canta. Que cuando canta las cosas están bien, por peor que funcionen.  Que canta y mientras canta las penas espanta. Que canta y cuando canta llora. Porque cantar es su forma de llorar. Que canta y que cuando canta ríe, porque siempre ríe y canta. Que canta y que ese canto es oración, rezo plegaria. Que canta, porque nos tiene a todos alrededor de la mesa. Entonces abro la puerta y con voz de domingo le digo: “Y, ma ¿la comida para cuándo?”.